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Masacre de Rincón Bomba (Formosa-Argentina)

Entre el 10 y el 30 de octubre de 1947, centenares de aborígenes originarios de las etnias toba, pilagá y wichi fueron masacrados en el paraje denominado “Rincón Bomba”, a cuatrocientos metros de la entrada a la localidad de Las Lomitas, en el actual departamento Patiño, situado en el centro de la provincia de Formosa; entonces Territorio Nacional.

La masacre nunca fue investigada ni juzgada como delito y permanece impune hasta la actualidad.


Enrique F. Widmann M. -IberInfo / Buenos Aires



LA MASACRE

En el mes de abril de 1947 miles de braceros pilagás, tobas y wichís fueron despedidos, sin indemnización alguna, del ingenio azucarero San Martín de El Tabacal (departamento de Orán, provincia de Salta)

Entre febrero y marzo habían sido llevados caminando, a lo largo de centenares de kilómetros, con mujeres y niños, cargando bultos con sus escasas pertenencias, desde el entonces Territorio Nacional de Formosa; tras prometerles que se les iba a pagar $ 6 por día.

Una vez que comenzaron a trabajar arduamente en El Tabacal, se les quiso abonar la suma de $ 2,50 por día.

"...Considerándose defraudados recurrieron ante las autoridades respectivas de El Tabacal y no pudieron obtener justicia, por el contrario, cuando insistieron en sus reclamaciones fueron despedidos inhumanamente. El pueblo condolido les ayudó dentro de sus posibilidades.”

Fue así que desde El Tabacal volvieron, a pie, hasta Las Lomitas porque carecían de medios para hacerlo por ferrocarril... ("Diario Norte", de Formosa del 13 de mayo de 1947).

Allí se reunieron de 7.000 a 8.000 indígenas, según el comandante mayor (R) Teófilo Ramón Cruz, Revista Gendarmería Nacional, ed.120-3-1991.

La hambruna y las enfermedades comenzaron a hacer víctimas, en el principio entre los niños y los ancianos; luego, los hombres y las mujeres.

La situación expulsó a esta población de su ámbito natural, impulsándoles a buscar ayuda en las poblaciones cercanas.

Fue así que llegaron al paraje conocido como "Rincón Bomba". Una delegación encabezada por el cacique Nola Lagadick y Luciano Córdoba pidió ayuda a la Comisión de Fomento de Las Lomitas y al jefe del Escuadrón 18 Lomitas de Gendarmería Nacional, comandante Emilio Fernández Castellanos.

Se trasladaron hasta un descampado, ubicado a 500 metros, aproximadamente, del pueblo "para que se vean nuestras miserias...". Comenzaron a mendigar las madres con sus hijos en brazos, puerta por puerta, pidiendo tan sólo un poco de pan.

Al principio algunos se solidarizaron, incluyendo al jefe del Escuadrón de Gendarmería y a algunos de los hombres a su mando quienes, preocupados por la desesperante situación, les dieron yerba, azúcar y ropas.

Al transcurrir los días las puertas dejaron de abrirse y ya no fueron recibidos en el Escuadrón.

"Mandaron lenguaraces al poblado y lograron se concretara el primero de sus pedidos, consistente en víveres diversos y ropa para vestir (de pies a cabeza) a seis indios, con la misión de posibilitarles su traslado a Buenos Aires para entrevistar a las autoridades y al Presidente Perón. El jefe de Unidad reunió entonces a comerciantes y ganaderos obteniendo de su colaboración víveres y ganado en pie que eran distribuidos por personal del Escuadrón. Así al principio. Pero al poco tiempo, los indios ya no pedían: exigían. De que primero quisieron ver al Presidente en Buenos Aires, es cierto, tan cierto, como que después desistieron proponiendo que el Presidente los visitara a ellos "para que viera cómo vivían" “... hubo muchas indigestiones y hasta dos muertes, más la madre del propio Pablito (el cacique). Amanecieron indigestados y debido al fuerte descenso de la temperatura en horas de la noche, resfriados y engripados, aduciendo entonces "haber sido envenenados".

El presidente de la Comisión de Fomento, telegráficamente impuso de la situación al Gobernador Federal, solicitándole el urgente envío de ayuda humanitaria.

El Gobernador se comunicó diligentemente con el Ministro del Interior de la Nación haciéndole saber la gravedad de la situación y la falta de recursos en el territorio para afrontarla. Este a su vez le hizo saber lo que le fuera comunicado al presidente Juan Domingo Perón, quien ordenó inmediatamente, como parte de una ayuda mayor y planes de desarrollo social, el envío de tres vagones por el ferrocarril General Belgrano, con alimentos, ropas y medicinas.

La carga llegó a la ciudad de Formosa en la segunda quincena del mes de septiembre, consignada al delegado de la entonces Dirección Nacional del Aborigen Miguel Ortiz.

Permaneció en la estación, a la intemperie, diez días aproximadamente.

Enterado el gobernador federal, Rolando de Hertelendy (primer gobernador oriundo del Territorio) de la injustificada demora y consciente de la situación de los indígenas, conminó por intermedio del Jefe de la Policía Nacional de Territorios al delegado de la Dirección Nacional del Aborigen la inmediata partida del cargamento.

A la estación de Las Lomitas, llegó un solo vagón lleno y dos semivacíos, en los primeros días de octubre de 1947. Solo llevaban alimentos, la mayoría en mal estado por el tiempo transcurrido entre el envío y la irresponsable dilación en su entrega por parte del Delegado de la Dirección Nacional del Aborigen: harina con gorgojos y moho; grasa para cocinar derretida por el calor; azúcar; yerba, galletas ya verdes en bolsas.

Fueron distribuidos y consumidos rápidamente por los miles de famélicos, hambrientos, enfermos, semidesnudos y debilitados seres humanos.

A las pocas horas comenzaron a sentir los síntomas de una intoxicación masiva.

Fuertes dolores intestinales, vómitos, diarreas, desvanecimientos, temblores y nuevamente la muerte... primeramente de los que se encontraban más débiles, más de cincuenta, en su mayor parte niños y ancianos.

Los gritos y quejidos de dolor de las madres que aún sostenían en sus brazos a sus bebes muertos retumbaban en la noche formoseña. No tenían consuelo.

Los primeros fueron enterrados en el cementerio "cristiano" de Las Lomitas. Al ser tantos se les negó que lo siguieran haciendo en el mismo, evitando el acceso de los cadáveres. No les quedó otra posibilidad que inhumarlos en el monte. Las ceremonias mortuorias, con sus danzas rituales marcadas con el ritmo de instrumentos milenarios, retumbaban noche tras noche.

El jefe del Escuadrón de Gendarmería llamó al Delegado Nacional del Aborigen, increpándolo y pidiéndole explicaciones sobre las faltas en los abastecimientos y el mal estado en que habían llegado y sido distribuidos.

Este, al parecer de carácter soberbio, contestó en forma descomedida diciéndole: "...que tanto se preocupaba si al final son indios...".

Fernández Castellanos, indudablemente afectado por la situación que le tocaba manejar e indignado, seguramente, por el desprecio hacia los indígenas demostrado por Ortiz, le pegó una cachetada, tirándolo de espaldas en la puerta de su despacho, situación que tuvo lugar ante algunos de sus subordinados. Ortiz salió corriendo del Escuadrón y desapareció de Las Lomitas.

Comenzó a circular el rumor, lanzado a rodar por no se sabe quién, que aquellas sombras de seres humanos no sólo hambrientos, desarmados, indefensos, sino también enfermos, estarían por atacar, sin otras precisiones.

Se comenzó a hablar del "peligro indio".

Gendarmería Nacional formó un "cordón de seguridad" alrededor del campamento aborigen. No se les permitió traspasar ni ingresar al pueblo a los indígenas. Se colocaron ametralladoras en "nidos", situados en distintos sitios "estratégicos".

Más de 100 gendarmes, armados con pistolas automáticas y fusiles a repetición custodiaban el "ghetto" día y noche.

Así fue hasta que en el atardecer del 10 de octubre "...el cacique Pablito pidió hablar con el Jefe (del escuadrón), por lo que concerté una entrevista a campo abierto. Los indios, ubicados detrás de un madrejón, nos enfrentaban a su vez, hallándonos con dos ametralladoras pesadas, apuntando hacia arriba. En los aborígenes (más de 1.000) se notaba la existencia de gran cantidad de mujeres y niños, quienes portando grandes retratos de Perón y Evita avanzaban desplegados en dirección nuestra".

Se escucharon, entonces, descargas cerradas de disparos de fusil ametralladora, carabinas y pistolas, originándose un intenso tiroteo hasta que el comandante Fernández Castellanos ordenó el alto de fuego, suponiendo que los disparos procedían de sus dos ametralladoras, lo que no fue así: “el 2º Cte. Aliaga Pueyrredón, sin que nadie lo supiera, hizo desplegar varias ametralladoras en diferentes lugares del otro lado del madrejón, o sea unos 200 metros de nuestra posición y en medio del monte...".

Se lanzaron bengalas para iluminar la dantesca escena y determinar mejor los blancos a tirar. Cientos de mujeres con sus niños en brazos, ancianos y hombres comenzaron a huir hacia ninguna parte y, fatalmente, a la muerte.

Con las primeras luces del alba la imagen se hizo dantesca. Más de 300 cadáveres yacían en el suelo. Los heridos fueron rematados. Niños de corta edad, desnudos, caminaban o gateaban, sucios, entre los cadáveres, envueltos en llanto.

Luego del ametrallamiento "...pensando que al llegar la noche atacarían avanzando sobre Las Lomitas, efectuamos tiros al aire desde todos lados para dispersarlos. El tableteo de la ametralladora, en la oscuridad, debemos recordarlo, impresiona bastante. Muchos huyeron escondiéndose en el monte, al que obviamente conocían palmo a palmo..." (Comandante mayor (R) Teófilo Ramón Cruz, ob. cit.).

Pero allí no terminó la matanza. Comenzó la persecución de los que pudieron escapar, "para que no queden testigos", contando la Gendarmería Nacional con la "colaboración" de algunos civiles.

Iban, en su mayoría, en dirección a Pozo del Tigre (hacia el sudeste, camino a la ciudad de Formosa); otros, hacia Campo del Cielo (en dirección noreste, hacia el Bañado La Estrella); miles buscaron refugio en la espesura de los montes.

En los días posteriores fueron rodeados por las partidas siendo masacradas en distintos lugares más de 200 personas.

Entre los represores, ninguna víctima.

Se hubiera podido seguir la trayectoria de las tropas por las piras de cadáveres humanos que se quemaban, porque "no había tiempo para enterrarlos", a medida que avanzaban.

Ante el Juzgado Federal de Formosa radicó una demanda contra el Estado Nacional, planteando la supuesta violación de derechos humanos por crímenes de "lesa humanidad", por estos hechos. Solicitando la indemnización de daños y perjuicios, lucro cesante, daño emergente, daño moral y determinación de la verdad histórica, a favor del pueblo de argentinos de etnia Pilagá.

Dicha demanda fue presentada por el abogado Julio César García con el patrocinio del doctor Carlos Alberto Díaz.

La presentación de los abogados Díaz y García habla de que "en total son asesinados en la 'campaña' entre 400 a 500 argentinos de etnia Pilagá, aproximadamente, además de los heridos y más de 200 'desaparecidos'. Ello sumado a los más de 50 muertos por intoxicación, hambre y falta de atención médica y la desaparición de un número indeterminado de niños, elevan las bajas a más de 750, entre niños, ancianos, mujeres y hombres. La locura llega al extremo de solicitar la intervención de dos aviones caza-bombardeos".

Díaz y García advierten que "se ha tratado de ocultar la verdad de este genocidio para evitar responsabilidades que llega hasta nuestros días". "La matanza de Rincón Bomba" es uno de los hechos de nuestra Argentina profunda más oculto en comparación con otros similares.

Al ocurrir esos hechos, la Agrupación Transporte de la Fuerza Aérea Argentina, mediante Orden del Día Nº 1657 del 16 de octubre de 1947 detalló el envío de un avión que salió de El Palomar con rumbo a Formosa tripulado por el teniente Abelardo S. Sangiacomo, el alférez Carlos Smachetti, los mecánicos cabo mayor Bravo Bocaz, el cabo Humberto Albani y el radio operador sargento Alejandro Dubini. De allí surge que el bautismo de fuego de la Fuerza Aérea Argentina no fue durante el curso de los hechos de la guerra de Malvinas, sino en 1947 en Formosa, ametrallando y bombardeando al pueblo indígena.

Respecto de Carlos Smachetti se dictó auto de procesamiento (firme) en octubre de 2015.

La propia Fuerza Aérea, en el Tomo II, capitulo XI, 1997, de la “Historia de la Fuerza Aérea Argentina”, incluyó bajo el título “De un avión y de lanzas – El Ultimo malón” el relato de esta participación, en apoyo a la Gendarmería Nacional.

En el relato señalan que se trataba de “indios de pelea” en numero de 1.000 con los que contaba el cacique Pablito, siendo el total los integrantes de la “tribu” entre 7.000 y 8.000 aborígenes. Expresa que ”…La Gendarmería fue convocada para sofocar el alzamiento. La intervención prevista para el avión JU-52T-153 fue tanto en transporte de refuerzos – personal y material, para las guarniciones de Gendarmería como para el reconocimiento del terreno y localización de los revoltosos”. Cabe recordar que, luego del ametrallamiento de adultos, mujeres, niños y ancianos en Las Lomitas por parte de Gendarmería, los indígenas huyeron por el monte en varias direcciones, siendo perseguidos, fusilados y sus niñas violadas en diversas localidades.

Al avión le fue removida su puerta e instalada allí una ametralladora Colt Calibre 7.65 mm desde la cual disparaban a los originarios que huían por el monte luego de la masacre en el madrejón que corre al costado de Las Lomitas.

Finalizan su relato diciendo que “así termina esta ‘anécdota’, verídica, con el respaldo de una orden del día que la encuadra en el tiempo, material y personal que interviniera… Así ocurrió y así acabó ‘el último malón’, el enfrentamiento parcial e ‘incruento’ pero significativo, de la lanza contra el avión, de la ‘barbarie y la civilización’ ”.

El avión, el Junkers Ju-52/3msai, registro T-153, bautizado “Misiones”, de la Fuerza Aérea Argentina, que realizara su primer vuelo en 1935, sufrió un accidente el 12 de octubre de 1957, durante un vuelo de prueba en el aeropuerto de Cafayate (Salta), sufriendo daños sin posibilidad de reparación.

Leandro Santos Costas era en ese momento un joven alférez de Gendarmería y como tal participó en los hechos, siendo posteriormente ascendido.

Costas era el jefe de sección Ametralladoras Pesadas. En su ascenso se tuvo en cuenta la “valerosa y meritoria intervención llevada a cabo contra el "alzamiento de indígenas pilagás el 14 de octubre de 1947, en cuya emergencia no titubeó en afrontar la grave situación para su vida que el caso le deparaba” (Orden 2595 del Director General de Gendarmería Nacional).

Costas se retiró en 1960 de la Gendarmería y luego, ya como abogado, llegó a ser Juez Federal de Formosa. El mismo juzgado que muchos años más tarde llevaría la demanda motivada en crímenes de lesa humanidad.

Costas evitó su declaración indagatoria el 6 de junio de 2012, presentando un certificado médico. Poco después fallecía.

Los hechos referidos fueron antecedentes para el documental de Valeria Mapelman “Octubre Pilagá”, relatos sobre el silencio que revela hechos deliberadamente ocultos, sin ser una película sobre el pasado, sino un vehículo para entender el presente; hecha de retazos de memorias personales que dan cuenta de una historia que urge conocer y asumir: la del genocidio de los pueblos originarios de la Argentina. Durante más de sesenta años el pueblo pilagá no tuvo oportunidad de contar lo sucedido, el terror fue sembrado con éxito y también la mentira. Algunos historiadores, antropólogos y medios de comunicación hicieron su aporte para cubrir estos crímenes con un manto de silencio. Sin embargo la memoria de los sobrevivientes permaneció en espera de ser escuchada.


LA TRAGEDIA EN LOS DIARIOS DE LA ÉPOCA

Las noticias de la matanza llegan muy confusas a la capital del territorio.

Públicamente no se inicia ninguna investigación.

"Extraoficialmente, informamos a nuestros lectores que en la zona de Las Lomitas se habría producido un levantamiento de indios. Los revoltosos pertenecen a los llamados pilagás quienes, según las confusas noticias que tenemos, vienen bien previstos de armas... ya se habrían producido algunos encuentros, no se sabe si con los pobladores de la zona o tropas de la Gendarmería Nacional". (Diario "Norte", Formosa, pág.1, Col. 5).

Los diarios de la región de la época también publican noticias contradictorias pero entre líneas se puede observar la verdad de la matanza. "El viernes último, en horas de la tarde, en la localidad de Las Lomitas, Territorio de Formosa, se ha producido un levantamiento de indios pilagás, como consecuencia de un asalto que habrían realizado estos últimos contra vecinos de ese pueblo, lo que habría obligado a intervenir a las fuerzas de la Gendarmería Nacional allí destacadas". (Diario "El Intransigente", Salta, 12 de octubre de 1947, pág. 6, col.1-3).

No resultan tan ciertas las versiones de que los indios hubiesen asesinado. Se los persiguió y se los sigue persiguiendo. En cuanto a los muertos, nada se sabe en forma oficial porque después de la masacre fueron quemados los cadáveres. También es inexacto que los indígenas tuvieran algunos armamentos, como lo prueba el hecho de que sólo atinaron a huir cuando los gendarmes descargaron sobre ellos y además en sus huestes no se registraron bajas ni heridos.

El miércoles 15 “…llegó otro tren con pasajeros trayendo nuevos refuerzos de gendarmes y por la noche se esperaba otro tren con soldados y el jueves dos bombarderos, para lo cual se estaba arreglando la pista de aterrizaje" (Diario "El Intransigente", Salta, 22 de octubre de 1947, pág. 4, col. 1-3).

Recién el 20 de octubre el diario "El Territorio" de Resistencia, Chaco, en la pág. 3, da la noticia del suceso. Bajo el título "El levantamiento de Indios en Las Lomitas y la Situación General de los Pobladores Autóctonos", dice:

"Días atrás se produjo en Las Lomitas, localidad del vecino territorio de Formosa, un levantamiento de 1.500 indios de las tribus pilagás existentes en esa zona. Fuerzas de Gendarmería Nacional debieron actuar con energía para impedir que esa actitud acusara desgraciadas consecuencias, y el gobernador formoseño se vio precisado a concurrir al lugar de los sucesos para calmar a los indígenas sublevados". "La solución dada a este estado de ánimo propenso a las más graves derivaciones, no ha consultado de manera integral el problema que desde hace muchos lustros afecta a los pobladores autóctonos de todo el país, abandonados a su triste suerte por la abulia oficial que nunca se interesó en favor de los mismos. Los indios que animaron el levantamiento lo hicieron después de aguardar en vano el cumplimiento de las promesas formuladas en el sentido de que se les facilitarían tierras para que se arraigaran en ellas mediante la explotación de pequeñas chacras".

"En los últimos tiempos, estos indígenas carecían de lo más indispensable para el sustento diario, viéndose precisados no pocas veces a incurrir en hechos delictuosos para proveerse de alimentos. Las tierras prometidas y la creación en el lugar de escuelas, como así la entrega de elementos de trabajo, semillas, etc., nunca se concretaron, mientras que las gestiones por el logro de esa ayuda eran recibidas de manera violenta, tal si existiera el propósito de condenar a millares de seres humanos a la inanición...".

El diario "La Prensa" del domingo 12 de octubre de 1947 (Día de la Raza), en su página 13 dice: "En las Lomitas se Produjo un Levantamiento de las Tribus de Indios Pilagás... Informaciones procedentes de estación Las Lomitas hacen saber que en aquella zona se produjo un levantamiento de las tribus de indios pilagás. Las mismas noticias aseguran que tropas de la Gendarmería Nacional intervinieron inmediatamente para restablecer el orden. Se tiene conocimiento que están listos para partir hasta Las Lomitas, en caso necesario, efectivos del ejército destacados en la guarnición local".


OTRAS REFERENCIAS

Melitón Domínguez, un testigo que sobreviviera y que al momento de la masacre tenía poco más de 10 años, contaba: "Yo trabajaba en la Gendarmería. Un finado que era porteño, un sargento ayudante que nos quería mucho, nos dice: ‘…chiquitos, avísenle a su mamá porque mañana como a las 7 de la tarde le van a atacar...’. Nosotros vinimos, le contamos a nuestra madre y le dijimos que teníamos que ir ahí. ‘No hijo -decía ella- le van a matar si van ahí’. Y nosotros nos quedamos, porque teníamos que respetar a nuestra madre. Esa tarde, como a las siete y algo, ahí sobre el puente que están haciendo ahora, en esos algarrobos pusieron las ametralladoras y empezaron a los tiros. La gente escapaba para los montes. Un cuñado nuestro nos dijo ‘agáchense y pongan la cabeza en un árbol grande’. Tenemos que respetar, y ahí nos agachamos y pusimos la cabeza en un palo, que palo será, no se, pero ahí pasamos la noche. Después escapamos hasta la entrada de Campo de Cielo. En un lugar donde llegamos cayó un pájaro y un viejo que entendía, dijo que el pájaro era como un teléfono, que le traía mensajes. Magayi se llamaba el viejito, era un rengo. El viejito nos dijo ‘prepárense, que ya nos encontró la huella la gendarmería’. Ahora ya no hay más gente que sepa hacer esas cosas. Nos escondimos al costado del camino y pasaron los camiones de gendarmería. Los gendarmes cantaban el nombre del Cacique General Pablito, porque lo querían encontrar para matarlo…"

Julio Quiroga tenía casi 15 años y limpiaba la cocina de la Gendarmería. La mañana de la masacre, llegó al trabajo y se encontró con un hallazgo: los gendarmes habían confiscado todo lo que los pilagá podían usar para defenderse. "Habían escopetas, machetes, hachas y biblias", recuerda, "tenían tres cajonadas con las cosas que le habían sacado a la gente". La suerte ya estaba echada. "El patrón dijo que me iba a preparar un bolso con mercadería para que me fuera. Me dijeron que a las 6 me tenía que ir, pero cuando llegué cerca del Madrejón ya estaban los gendarmes cuerpo a tierra".

A las 5 de la tarde, recuerda Julio Quiroga, "empezaron a tirarnos, y escapamos, uno para cada lado, algunos para Pampa del Indio, otros para Campo del Cielo". El sargento Salazar, único gendarme herido durante la masacre, escribiría años más tarde que, luego del fuego de las ametralladoras, "el grueso de la unidad, acompañado por algunos civiles, penetró en el bosque abriéndose en abanico". El objetivo era que no quedasen testigos.

Norma Navarrete habla como si cantara. Es una mujer sabia en sus tristezas: "Era de noche y tiraron bengalas para iluminar y saber donde estábamos. Eso pasó porque buscábamos un dios. Nosotros fuimos a un lugar que se llama Pampa del Indio. Escapamos ahí. En esa época yo era joven y soltera. Yo llevaba la mercadería y mi mamá el agua. Veníamos escapando, por ahí nos escondíamos, corríamos, llorábamos. Nos fuimos a meter en un estero, durante el día estábamos en una cueva para que no nos vieran los gendarmes. Primero yo llevaba mercadería y mi madre llevaba agua, pero después de algunos días se acabó y pasábamos hambre. Mi abuelo tenía un amuleto de hueso para tener garra, fuerza, para que no te caigas o te demores. Me metía unos chuzazos con eso, muy fuerte, cosa que el hueso del animal penetre en la carne, para que no me duerma, y así lograba escapar día a día, hora a hora. Así llegamos hasta Campo del Cielo. En ese mismo lugar nos rodearon. Y no sé como no nos mataron. Había gente que levantaba nervios, que se preguntaba que iba a pasar con ellos. Nos rodearon los gendarmes y nos tenían apuntados. Decían ‘a estos perros lo vamos a matar’. Había muchos muertos y no sabíamos qué hacer para que no vengan los cuervos a comerlos."

"Mención aparte de este levantamiento, el indio jamás cometió atropellos ni desmanes. Recuerdo que en el Casino teníamos dos de ellos, menores, que hacían las veces de "secretarios" como decimos en el Norte. No se los persiguió ni maltrató, dándoseles contrariamente trabajos en casas de familia y adquiriéndoseles sus artesanías". (Comandante mayor (R) Teófilo Ramón Cruz, ob. cit.).


PASARON LOS AÑOS Y LAS PENURIAS SIGUEN

Los pilagá -principales víctimas de la matanza- son un pueblo de la familia Guaycurú que habita en el centro de la provincia de Formosa y en Chaco.


Junto a los abipones, mocovíes y tobas, fueron llamados "frentones" por los españoles y guaycurúes por los guaraníes por la costumbre de raparse la parte delantera de la cabeza.

Hablan su propio idioma junto con el castellano.

Aún existen unos 10.000 pilagás repartidos en 19 comunidades en el centro de la provincia de Formosa.

Antiguamente fueron cazadores y recolectores. Entre los frutos que recolectaban estaban los del algarrobo, chañar, mistol, tuna y del molle.

Ahora viven al margen de los blancos, alejados, a unos 14 kilómetros de Las Lomitas, como puede verse a simple vista. Se movilizan a pie o en bicicleta por las arenosas calles de la ciudad formoseña, pero no permanecen en ellas más que para cumplir con algún quehacer puntual: el cobro de un plan social, la venta de sus productos, una diligencia pendiente. La comercialización de sus artesanías (carteras, monederos, collares de semillas, tapices, cerámicas, trabajos en madera y canastos) es una limitada fuente de ingresos.

Integrantes de las comunidades toba, wichí y mocoví fueron en agosto del 2007 a la Casa de Gobierno, en Resistencia (Chaco) a reclamar la renuncia del Ministro de Salud, Ricardo Mayol, por la muerte de once indígenas debido a falta de atención sanitaria. Estas muertes en serie fueron básicamente provocadas por la falta de defensas orgánicas debido a la desnutrición. Los delegados dejaron un escrito dirigido al gobernador en el que señalaban: "Nunca más un indígena con hambre, nunca más un indígena con desnutrición. No nos acostumbramos a la exclusión y al racismo".

La Pastoral Social denunció la situación que padecen hoy los pueblos originarios:

"Sus territorios han sido invadidos y cercados impidiendo el paso de los indígenas para cazar, pescar, recoger miel, plantas alimenticias y medicinales.

Los montes han sido arrasados con topadoras y los árboles derribados han sido quemados, exterminando de esta manera la muy importante fuente de proteínas que brindaban los animales silvestres.

Las tierras fiscales (donde comúnmente vivían los indígenas) han sido saqueadas y rematadas por monedas a los amigos del gobierno de turno. La gente debe refugiarse en las banquinas de las rutas, a lo largo de las vías muertas del ferrocarril o en la periferia de las ciudades sin encontrar allí trabajo, una vivienda digna, acceso al agua potable y a sistemas mínimos de eliminación de basura y excretas".

En pleno siglo XXI pueden verse en Formosa niños descalzos y con hambre; abuelos que mueren de frío en invierno, en cobertizos precarios, enfermos, protegiéndose con cartones porque no hay frazadas.

No hay un sistema de salud eficiente. Faltan escuelas y las existentes están en muy malas condiciones. En materia de viviendas, la mayoría de las casas son precarias.

Hay mal de Chagas y dengue. Nunca se fumiga y proliferan el mosquito transmisor de dengue la vinchuca.

El tema del agua es preocupante. Muchos toman agua de los ríos, sin tratamiento alguno. Se recoge el agua en represas (grandes piletones en la tierra, donde se acumula agua de los ríos). En tiempos de sequía, el agua llega con peor calidad.

En el oeste formoseño hay un centro de salud en Ingeniero Juárez, para 27 comunidades y 17 barrios. Con una sola ambulancia, donada por la iglesia anglicana y un solo chofer que no da abasto. Con un sólo médico. En caso de emergencia hay que hacer 470 kilómetros hasta la ciudad de Formosa, con enfermos que a veces no llegan, ya que mueren en el camino.

Los enfermos abundan: diarrea, fiebre, chicos que mueren. El agua es uno de los factores esenciales para ello.

Quienes tienen mejor suerte, llegan al hospital (donde faltan los medicamentos). Se les interna y, cuando mejoran, vuelven a sus “casas”, para seguir tomando la misma agua. Otra vez enfermedad. No hay salida.

Mientras tanto, los punteros manipulan planes sociales y votos. Campos alambrados cierran las tierras de los pobladores aborígenes, restándoles posibilidad de obtener alimentos de la naturaleza, como pudieron hacer en otras épocas.

Policías, gendarmes, medios de comunicación y gobierno parecen más ocupados en ocultar que en solucionar los problemas de las comunidades de pueblos originarios.




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