Los pueblos originarios y el “valioso aporte de la ciencia y la civilización europea”
El 24 de septiembre de 1896 un colono de origen germano de Sandoa (antigua colonia próxima a Encarnación, en San Juan del Paraná, departamento Itapúa-Paraguay oriental), encontró los restos de su caballo muerto y, sin otros elementos de juicio, atribuyó inmediatamente la responsabilidad del hecho a los Aché / guayakí, pueblo originario de la zona.
Damiana, Aché-guayakí (hacia 1907)
El día siguiente -25- el colono enfurecido, secundado por una banda por él integrada, junto con sus tres hijos y criollos paraguayos armados, comenzaron a buscar a buscar a los indígenas, siguiendo algunos rastros encontrados en el monte, sin resultado positivo, ya que se perdían en distintas direcciones.
El sábado 26, al empezar un lluvioso día, se dirigieron al potrero Iteria (actual barrio Quiteria, hacia el área donde estuviera el desaparecido aeropuerto "Teniente Primero Alarcón" entre el centro de Encarnación y San Juan del Paraná (departamento Itapúa), que quedara bajo las aguas al alcanzar el Paraná la cota requerida por las obras del complejo Yaciretá-Apipé. Allí una ligera columna de humo les señaló la posición en la que se encontraban acampando algunos Aché, a los que se acercaron sigilosamente, comenzando el asalto al asentamiento con disparos de fusil. Allí se encontraban 17 o 18 nativos, reunidos alrededor del fuego dedicados a sus quehaceres y comiendo, protegidos por una estructura recubierta con ramas y hojas de pindó; perpetrando una cruenta matanza.
Damiana_'Kryygi' (Tatú de monte), a poco de haber sido capturada (diciembre de 1896)
En el claro de la selva donde estaban los toldos quedaron tres cadáveres sangrantes, baleados y con heridas cortantes profundas (producto de machetazos) de dos hombres y una mujer. Cerca de los cuerpos, una criatura, niña de unos 2 años, lloraba desconsoladamente. Otros indígenas, sanos y heridos, lograron escapar de la matanza internándose en el monte. La niña fue llevada como cautiva por los asesinos.
Herman Frederik Carel ten Kate
Unos tres meses después llegaban a Villa Encarnación el antropólogo holandés Herman Frederik Carel ten Kate (1858-1931) y el etnólogo francés vizconde Charles de la Hitte (1856-ca 1930), que habían viajado al Paraguay con el fin de estudiar al escasamente conocido pueblo originario Aché guayakí, recabando información sobre ellos.
El jefe político-militar de plaza, Francisco Rodríguez, les informó sobre el incidente entre los indígenas y unos colonos de la zona e incluso les llevó a la pequeña niña que habían tomado los colonos que, en enero de 1897, fue medida y fotografiada por los científicos, documentando lo realizado, tomando y anotando las medidas antropométricas de la niña y perpetuando su imagen; estimando entonces su edad en unos tres o cuatro años. Marcharon en busca de los colonos. Ya en la colonia, los investigadores norteamericanos tomaron conocimiento de mayores detalles de la matanza, siendo llevados al lugar del hecho por los mismos colonos que, incluso, les ayudaron a diseccionar el cadáver de la mujer que quedara allí insepulto. El antropólogo Herman ten Kate recogió los huesos de la madre muerta, para estudiarlos.
Huesos humanos recogidos por Herman Frederik Carel ten Kate, que permanecieran por más
de un siglo en el Museo de la Plata, hasta que fueran devueltos a la comunidad Aché
Según la información de los investigadores, mientras estudiaban a la niña ésta pronunciaba las palabras “caibú”, “aputiné” y “apallú”, de las que no se conoce significado guaraní alguno. Se supuso que la palabra Caibú, nombre propio guaraní usado en tiempos pasados, sería la forma en que esa niña llamaba a su madre.
Al borde de la ironía, la niña fue bautizada con el nombre de Damiana, en forma concordante con el de uno de los hermanos santos del día de la matanza de su familia: San Cosme y San Damián, a quienes el santoral católico dedica ese día. Los científicos creían tener en ella la prueba del eslabón perdido. Ya en 1898 la niña fue conducida desde Villa Encarnación hasta San Vicente (provincia de Buenos Aires). Allí se le enseñó a servir en la casa de la madre del filósofo y psiquiatra Alejandro Korn, profesionalmente vinculado con antropólogos alemanes, entre ellos Robert Lehmann-Nitsche, apodado "el erotólogo" por su afición a historias picarescas de los mitos y el folklore regional.
Sometida a merced de la familia Korn, Damiana aprendió con soltura los idiomas alemán y castellano. Este aprendizaje fue calificado por los estudiosos como "asombrosa inteligencia natural", algo extraño en las razas indígenas, consideradas en aquel tiempo por la cultura blanca como sub-humanas. Allí, en la casa de Korn, Damiana llegó al último período de su corta vida, alcanzando el comienzo de la adolescencia. La rebeldía y desarrollo de sus formas corporales le trajeron un desafío: el amor. La jovencita escapaba de la casa por dos o tres días para encontrarse con su enamorado o lo recibía en su habitación. Espantados, los Korn ataron un mastín a su puerta. Damiana no dudó en actuar defendiendo sus sentimientos y su libertad y envenenó al perro. Los intentos por educar a Damiana dentro de las reglas morales y cristianas de la época no resultaron. Ante ello, fue declarada mentalmente insana. En abril de 1907 Korn la internó en el hospital neuropsiquiátrico Melchor Romero (que él dirigía), a unos 18 kilómetros del centro de La Plata.
Damiana_'Kryygi' (Tatú de monte), fotografiada cerca del invierno de 1907 por
Robert Lehmann Nitsche, en el Hospital Nerosiquiátrico Melchor Romero (La Plata)
En mayo de ese año, ya acercándose el invierno, el alemán Paul Adolf Robert Lehmann-Nitsche realizó dos sesiones de fotografía de la joven desnuda, en el exterior, fuera de los edificios. Las imágenes de la pose no solo denotan docilidad, sino también gestos y miradas de temor, rechazo y resistencia. Lehmann anotaba entonces:
“La libido sexual se manifestó de una manera tan alarmante que toda educación y todo amonestamiento por parte de la familia resultó ineficaz. (...) Consideraba los actos sexuales como la cosa más natural del mundo y se entregaba a satisfacer sus deseos con la espontaneidad instintiva de un ser ingenuo” (Lehmann-Nitsche, 1908, p. 92-93).Además, la sometió durante largo tiempo a estudios antropométricos para compararlos con los de una niña de raza aria de la misma edad.
Paul Adolf Robert Lehmann-Nitsche
Lehmann escribió en su diario que no existía nada más que destacar del "objeto" de estudio. Cuando el antropólogo alemán Robert Lehmann-Nitsche, unos diez años después de la masacre, entrara en contacto con la indiecita Damiana, estaba en la convicción de que los llamados guayakíes pertenecían al grupo Tupí Oriental y así habían sido descriptos en 1745 por el sacerdote jesuita RP Pedro Lozano. Estaba previsto derivarla a la Casa Correccional de Mujeres de la ciudad de Buenos, que desde 1890 estaba a cargo de la congregación religiosa de la Orden del Buen Pastor. Allí eran internadas las mujeres para que “corrigieran las desviaciones morales que las habían llevado a delinquir”; entre ellas, las mujeres indígenas pampas capturadas en las campañas de la conquista del llamado desierto patagónico. Las hermanas del Buen Pastor “hacían lo posible por imbuir hábitos laborales en las penadas, pero el espectro de las tareas adjudicadas era limitado: limpieza, costura, bordado, lavado y planchado” (“Entre la celda y el hogar. Dilemas estatales del castigo femenino”, Lila Caimari, en ‘Nueva Doctrina Penal’, 2007, p. 427-450). El “confinamiento civilizatorio” no pudo realizarse en el caso de Damiana, porque poco tiempo después falleció en el Hospital Melchor Romero a causa de una tuberculosis secundaria que afectó su cerebro y meninges ¿Nadie, ni el antropólogo ni el psiquiatra se habían percatado de que estaba enferma? De hecho, Lehmann-Nitsche –ya afectada por la tuberculosis, la sacaba desnuda, al patio del Melchor Romero, para fotografiarla. Los primeros informes de ten Kate, 10 años antes, ya la describían con un aspecto enfermizo. Sin embargo, lo único que en Buenos Aires se tuvo en cuenta fue que era "reservada, esquiva y desconfiada, al mismo tiempo que desmesurada, alegre, encendida". A los 15 años, lejos de su origen y de su familia, Damiana murió a raíz de la tuberculosis sumada al estrés del desprecio y el desamor. YA MUERTA, SIGUIÓ LA HUMILLACIÓN Fallecida, su cuerpo fue decapitado. La cabeza, serruchada, fue enviada a Berlín, al famoso antropólogo físico Hans Virchowl, en el “comercio continuo con los sabios” en el decir de su compatriota Germán Burmeister.
Paul Adolf Robert Lehmann-Nitsche
Luego de someterla a estudios de musculatura facial, antropometría, disección cerebral, etc. se presentó ante el plenario de la Sociedad Antropológica de Berlín y la cabeza de Damiana salió en sucesivas publicaciones. La soberbia científica no terminaba. Sujetos con capacidad y conocimiento para descifrar el lenguaje de los cráneos estaban obsesionados en la búsqueda de indicios de una subespecie humana: el cerebro fue extraído y analizado. El cráneo de Damiana pasó a ser anotado como "cráneo de una india guayakí de frente y de perfil".
RETORNO A SU TIERRA Tras más de un siglo, la comunidad Aché –aún dentro de sus limitadas posibilidades, con la ayuda la ONG Linaje- logró la devolución de los restos de la niña que estuvieron durante décadas en el Museo de La Plata. La Ley nacional argentina 25.517 establece que "los restos mortales de aborígenes, cualquiera fuera su característica étnica, que formen parte de museos y/o colecciones públicas o privadas, deberán ser puestos a disposición de los pueblos indígenas y/o comunidades de pertenencia que los reclamen". Finalmente, los restos de la joven Aché fueron restituidos a su comunidad en Caazapá. Al seno de la etnia originaria, a su pueblo, que le diera el nombre nativo Kryygi (tatú de monte). Posteriormente, Alemania también devolvería los huesos craneales. En el año 2010, tras pasar por Asunción, donde se rindiera homenaje en el Museo de las Memorias, miembros de la ONG Linaje, la Federación Nativa Aché del Paraguay (FENAP), directivos y antropólogos argentinos del Museo de Ciencias Naturales de La Plata llevaron los restos mortales de Damiana hasta la comunidad Aché de Ypetimi (Departamento de Caazapá), a unos 300 kms. de Asunción Ancianos, jóvenes y miembros de otros asentamientos vecinos concurrieron a rendir un homenaje ya no a Damiana sino a la niña Kryygimaî (en lengua Aché, el fonema maî significa muerta). Tras conmovedores gritos y llantos del ritual ancestral, la niña raptada, manoseada, humillada y muerta, fue recibida para ser velada toda esa noche. Al día siguiente, lejos de las cámaras y las miradas de los extraños, su pueblo le dio sepultura en un lugar secreto dentro del bosque, para que al fin descanse en paz. LOS ACHÉ Los Aché, diez veces milenarios trashumantes de familia no Tupí, fueron identificados por los conquistadores europeos como guayakíes, denominación por cierto nada inocente, ya que significa “ratones de campo”. Aché son “los que hablan", "las personas”. Posiblemente fue un atractivo de los Aché para los conquistadores y posteriormente para los investigadores la pigmentación blanca de su piel y la presencia de barba en los varones, que los acerca a un mítico “eslabón perdido”; con el espíritu que hasta hoy adjudica ascendencia vikinga o extraterrestre al origen y capacidad científica de los pueblos originarios (el cero, las figuras de Nazca, la astronomía, entre otros). Lo cierto es que los Aché constituyen un grupo difícil de encuadrar en las genealogías convencionales. La dictadura de Stroessner los arrancó de la selva materna, exterminando a la mitad de la población y confinando al resto a condiciones de proletarización forzada. Actualmente el pueblo Aché se integra con unas 300 familias (poco más de 1300 personas) repartidas en siete asentamientos dispersos departamentos de la región oriental del Paraguay. La recuerda la guarania “Kryygi…Kryygimaî“, con letra de Jorge Eduardo Padula Perkins y música de Rodrigo U. Stottuth; que podemos escuchar en la interpretación de Rodrigo U. Stottuth (piano y arreglos) y Nery H. González Artunduaga (voz, guitarra y bombo):
“Carita tierna y ojos de miedo en un mundo nuevo. Ya de dos años, parida en sangre de madre muerta; sobreviviente de la matanza de sus ancestros, niñez robada a los sueños puros de un alma buena…”
Para escucharla, cliquear sobre la siguiente imagen:
LA HISTORIA EN EL CINE
El documental "Damiana Kryygy" , del director argentino Alejandro Fernández Mouján, tiene como objetivo restituir la identidad a la niña que en 1896 fuera secuestrada por colonos blancos que dieran muerte a su madre, en el monte del Paraguay Oriental, cerca de Encarnación.
El documental se encuentra en la plataforma de Cine Argentino del INCAA | Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, a la que podrán acceder directamente quienes se hayan registrado en la misma. Quienes aún no lo hayan hecho, podrán registrarse gratuitamente ingresando a:
Quienes se registren o ya tengan su propia cuenta, pueden acceder a la película directamente, cliqueando sobre la imagen siguiente: