General don José Francisco de San Martín
Aunque nacido en el correntino pueblo de Yapeyú, el 25 de febrero de 1778, entonces reducción de indios fundada por la Compañía de Jesús, su sangre era castellana; ya que su madre, doña Gregoria Matorras, fue originaria de Paredes de Nava y su padre, don Juan de San Martín, lo era de Cervatos de la Cueza, ambos en la provincia de Palencia.
Recibió formación militar en España y como oficial de su Ejército, brindó a ella más de veinte años, en la etapa juvenil de su vida.
Tuvo su bautismo de fuego luchando contra los moros en el norte de África, participando en la acción de Orán, en 1791. Allí fue camarada de armas de Luís Daoíz y Torres, fusilado por los franceses en Madrid, tras los hechos del 2 de mayo de 1808.
Participó en numerosas acciones de guerra, incluso durante la Guerra de la Independencia, enfrentando a las tropas napoleónicas. Así, el 23 de junio de 1808 al frente de una avanzada del Ejército de Andalucía salió al encuentro de los franceses, tomando contacto con el enemigo en Arjonilla (Jaén), enfrentándolo con intrepidez, logrando desbaratarlo completamente; quedando en el campo diez y siete dragones muertos y cuatro heridos, como surge de la relación de los hechos publicada seis días después en la ‘Gaceta Ministerial de Sevilla’, de 29 de junio de 1808 (pags. 69 y 70). El oficial español al frente de los vencedores en esta acción, fue el capitán don José Francisco de San Martín y Matorras, del Regimiento de Voluntarios de Campo Mayor, encuadrado en la 2ª División bajo el mando del Marqués de Coupigny.
El 19 de julio de 1808, se produjo el enfrentamiento de las tropas andaluzas con las francesas, en Bailén (Jaén) donde, tras cruento combate, los franceses sintieron la amargura de la derrota, acción militar en la que el capitán don José Francisco de San Martín luchara con bravura, siendo ascendido tras ella al grado de teniente coronel de Caballería.
En 1812, con 34 años y el grado de Teniente Coronel, retornó a Buenos Aires, poniéndose al servicio de la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata frente al absolutismo monárquico de Fernando VII, continuando en América la lucha que, en alguna forma, ya se había iniciado en España por parte de los sostenedores de la Constitución de Cádiz de 1812.
El 9 de marzo de 1812 don José Francisco de San Martín y Matorras llegaba al puerto de Buenos Aires, a bordo de la fragata inglesa “George Canning”, procedente del puerto de Londres, del que zarpara el domingo 19 de enero. La crónica del arribo de la fragata, se publicó en la "Gazeta de Buenos Ayres", numero 28, de 13 de marzo de 1812, pag. 112.
Ver la "Gazeta de Buenos Aires" de 13 de marzo de 1812, completa; cliqueando sobre la imagen de la portada se iniciará la descarga en formato pdf:
Creó el Regimiento de Granaderos a Caballo (que hoy lleva su nombre). Más tarde remplazó al General Manuel Belgrano en la jefatura del Ejército del Norte y allí se gestó su plan continental, considerando que el triunfo en la guerra de la independencia hispanoamericana sólo se alcanzaría eliminando todos los núcleos realistas que sostenían el sistema colonial en América.
Establecido en Mendoza como gobernador de Cuyo, organizó el Ejército de los Andes, con el que cruzó la cordillera, liderando la liberación de Chile, tras las decisivas batallas de Chacabuco y Maipú.
Con una flota organizada en Chile, atacó al centro del poder español en Sudamérica, la ciudad de Lima, proclamando la independencia del Perú el 28 de julio de 1821.
De sus entrañables sentimientos hacia España, dan cuenta con fidelidad sus propias palabras, pronunciadas en plena campaña del Perú. El 2 de junio de 1821, el general San Martín y el último virrey español del Perú, José de La Serna e Hinojosa, se reunieron en Punchauca, con el fin de tratar sobre un posible avenimiento. En presencia de oficiales jefes de ambos ejércitos, dijo San Martín a de La Serna, comenzando el diálogo: "General, considero éste como uno de los días más felices de mi vida. He venido al Perú desde las márgenes del Plata, no a derramar sangre sino a fundar la libertad y los derechos de que la misma metrópoli ha hecho alarde al proclamar la Constitución del año 12, que V.E. y sus generales defendieron. Los liberales del mundo son hermanos en todas partes...". Con estos términos, quedaba en claro que América no se enfrentaba a España, sino que el ideal que San Martín y los líderes criollos defendían, era el mismo que Rafael de Riego Núñez y sus seguidores sostuvieran en la península, luchando contra el absolutismo monárquico del Borbón Fernando VII.
Sintetizando, tanto a uno como a otro lado del Atlántico, la lucha se daba entre el absolutismo, por una parte y las libertades, por la otra y la propuesta de San Martín fue "Que se nombre una regencia designada por el Virrey para que se encargue de gobernar al Perú independiente, hasta tanto se convenga en España sobre el príncipe de la casa reinante que ha de ocupar el trono de la nueva nación...”, agregando, a la hora de los brindis "...Por la prosperidad de España y de América, por la fraternidad entre europeos y americanos”.
En la Entrevista de Guayaquil con Simón Bolívar, en 1822, le cedió el mando de su ejército y el objetivo de continuar con la lucha por la independencia americana. Volvió a Mendoza en enero de 1823 y solicitó autorización para viajar a Buenos Aires, donde estaba su esposa, Remedios de Escalada, gravemente enferma. No llegó a tiempo, ya que ella falleció el 3 de agosto de ese año.
Finalizó su carrera de las armas y el 10 de febrero de 1824 marchó a Francia.
A comienzos de 1848, San Martín y su familia se hallaban en su casa de la Rue Saint Georges 35, en París. En el mes de febrero se desató el movimiento revolucionario que condujera a la abdicación de Louis-Philippe y la proclamación de la Segunda República, entre graves desbordes populares y sangrientas luchas callejeras. Lo tumultuoso de los acontecimientos y lo confuso de la situación instaron al Libertador a alejarse de aquel foco conflictivo y radicarse, temporalmente, en un sitio más retirado y apacible, en la costa norte francesa. Lo decía en su carta a Juan Manuel de Rosas, el 2 de noviembre de ese año: "Para evitar que mi familia volviese a presenciar las trágicas escenas que desde la revolución de febrero se han sucedido en París y ver si el gobierno que va a establecerse según la nueva constitución de este país ofrece algunas garantías de orden para regresar a mi retiro campestre (Grand Bourg) y, en el caso contrario, es decir, el de una guerra civil -que es lo más probable- pasar a Inglaterra y desde ese punto tomar algún partido definitivo."
El lugar de esta etapa que sería transitoria, en realidad, la final, fue la ciudad de Boulogne-sur-Mer, en el departamento Paso de Caláis, en la costa norte francesa sobre el canal de la Mancha.
San Martín se trasladó hacia allí el 16 de marzo de 1848.
Ya instalado en Boulogne-sur-Mer, a San Martín le gustaba pasearse por el jardín de Tintelleries, en las orillas del río Liane, que vierte sus aguas en el Canal de la Mancha; haciendo también algunas visitas al campamento de Boulogne, siguiendo las huellas de Napoleón a quien admiraba profundamente a pesar de haberlo combatido durante la guerra de Independencia de España.
"Este puerto, que agrada mucho a mi padre...", escribía su yerno Balcarce a Alberdi. En efecto, la ciudad le era grata al general por ser marítima, según las razones aducidas en su carta y porque el ferrocarril les aseguraba fácil acceso a París, tanto para las ocupaciones propias de Balcarce como, quizás, para las consultas médicas, cada vez mas frecuentes, de San Martín.
La familia se instaló en los altos de la casa situada en la Grand Rue 105, propiedad del abogado Adolph Gérard, director de la Biblioteca Pública de la ciudad, quien ocupaba la planta baja del edificio.
Hasta aquel sosegado retiro le llegaron a San Martín las insistentes invitaciones de tres gobernantes de países americanos para que se trasladara a las patrias que había ayudado a fundar: Argentina, Chile y Perú.
La decisión de vender su dilecta residencia de Grand Bourg, concretada el 14 de agosto de 1849, parecía confirmar su decisión de alejarse de la convulsionada Francia.
El Dr. Gérard, propietario del inmueble ubicado en el 105 de la Grande Rue (actualmente 113) de Boulogne-sur-Mer, fue quien ofreciera al General San Martín el segundo piso de su casa.
En Boulogne-sur-Mer se agudiza el mal de cataratas en ambos ojos, que empezó a presentarse en 1845 y que había de limitarlo sensiblemente provocándole una acentuada desazón. La ceguera gradual le impidió el goce de la lectura, a la que era tan afecto y la redacción de sus cartas, de lo que se lamenta en reiteradas ocasiones. También lo obligó a una mayor reclusión y a espaciar sus paseos vespertinos con sus nietas Mercedes y Josefa, por las que tenía entrañable cariño y quienes a veces le servían de lazarillo. El mismo había dicho, veinte años antes, en una carta al general británico William Miller, que luchara incorporado al Ejército de los Andes, en la que se quejaba de su incomodo reumatismo: "en casa vieja todas son goteras", valiéndose de un refrán de los que acostumbraba incluir en su correspondencia y en su charla informal. A los males padecidos por años, otros siguen desgastando su trajinado organismo. "Me resta la esperanza de recuperar mi vista el próximo verano, en que pienso hacerme la operación a los ojos. Si los resultados no corresponden a mis esperanzas, aún me resta el cuerpo de reservas (en evidente alusión castrense), la resignación y los cuidados y esmeros de mi familia." La anhelada intervención quirúrgica, efectuada en la primavera del año siguiente, apenas si le restituyó algo de su vista. Ese mismo año tuvo un nuevo ataque de cólera y recrudeció su gastritis crónica -que tanto le afecto en sus campanas militares- con vómitos de sangre y punzantes dolores. También se agravó su úlcera.
A fines de la primavera de 1850 se trasladó, para atenuar sus dolencias, a los baños termales de aguas sulfurosas de Enghien, cerca de París. Permaneció allí hasta el mes de julio, recuperándose parcialmente. Su hija y yerno intentaron disuadirlo de regresar a Boulogne-sur-Mer, considerando la humedad de su clima, pero fue en vano. Escribe Mariano Balcarce: "...no pudo, por el mal tiempo, hacer el ejercicio que le era necesario; perdió el apetito y fue postrándose gradualmente. Aunque sus padecimientos destruían sus fuerzas físicas y su constitución, que había sido tan robusta, respetaban su inteligencia. Conservó hasta el último instante la lucidez de su ánimo y la energía moral de que estaba dotado en alto grado."
El día 6 de agosto salió a dar un paseo en carruaje - ya que le era imposible hacerlo a pie – y volvió tan extenuado que debió ser auxiliado para descender del coche y subir las escaleras hasta su dormitorio. El día 13, por la noche, fue atacado por agudos dolores de estomago y debió recurrir a una fuerte dosis de opio para amenguarlos. Como única manifestación frente al padecimiento, dijo a su hija, que lo asistía con la ternura de siempre: "C'est l'orage qui mene au port!" ("Es la tempestad que lleva al puerto"). Doble delicadeza del padre que se vale del francés y de una metáfora para expresar su sensación del inminente fin y no agravar el dolor de su hija.
Al día siguiente amaneció amortecido, pero, en medio de una fiebre alta, se recuperó. En la mañana del 17 de agosto, se mostró con aparente mejoría y pidió pasar a la habitación de su hija y escuchar la lectura de los periódicos.
El doctor Jardón, que lo atendía, lo visitó y aconsejó la asistencia de una hermana de caridad para secundar a Mercedes en la atención que el enfermo requería. Hacia las dos de la tarde rodeando su lecho su hija, su yerno, las niñas y Francisco Javier Rosales, encargado de la representación de Chile en Francia- se produjo una nueva crisis de gastralgia y fue recostado en el lecho de su hija: "Mercedes, esta es la fatiga de la muerte...". Sus últimas palabras fueron para pedir a Mariano que lo condujera a su habitación.
Allí falleció a la edad de 72 años, a las tres de la tarde del 17 de agosto de 1850, en compañía de su hija Mercedes Tomasa de San Martín y Escalada y de su yerno, el médico Mariano Balcarce, quien llegara a ser representante de la Nación Argentina ante el Gobierno francés.
Registrado oficialmente el deceso, se embalsamó el cuerpo y el día 20, poco después de las seis de la mañana, salió de la casa de Gérard un reducido cortejo que se detuvo, para un responso, en la iglesia de San Nicolás. Después, la triste procesión continuó hacia la catedral de Nuestra Señora de Boulogne donde, gracias a los buenos oficios del abate Haffreigue, sus restos fueron depositados en la cripta catedralicia. Allí reposarían hasta su traslado, en 1861, al panteón familiar en el cementerio de Brunoy.
Tres testimonios directos nos ofrecen sus impresiones sobre los penosos días del Libertador en Boulogne-sur-Mer: las cartas de su yerno y los artículos necrológicos de Félix Frías y de Adolph Gérard.
Frías, político y periodista argentino, representante del romanticismo católico en la segunda mitad del siglo XIX, lo encontró durante su ultimo viaje a los baños termales: "en algunas conversaciones que tuve con él en Enghien... pude notar un mes antes de su muerte, que su inteligencia superior no había declinado. Vi en ella el buen sentido, que es para mi el signo inequívoco de una cabeza bien organizada." Conversó con San Martín sobre Tucumán, Rivadavia, los años de su Tebaida cuyana, el estado actual de Francia y las cualidades de los franceses. "Su memoria conservaba frescos y animados recuerdos de los hombres y de los sucesos de su época brillante. Su lenguaje era de tono firme y militar, cual el de un hombre de convicciones meditadas. Pero, hacía algún tiempo que el general consideraba próxima su muerte, y esta triste persuasión abatía su ánimo, ordinariamente melancólico y amigo del silencio y del aislamiento... Su razón, sin embargo, se ha mantenido entera hasta el último momento." Frías arribó a la casa de San Martín pocas horas después de su muerte: "En la mañana del 18 tuve la dolorosa satisfacción de contemplar los restos inanimados de este hombre, cuya vida está escrita en páginas tan brillantes de la historia americana. Su rostro conservaba los rasgos pronunciados de su carácter severo y respetable. Un crucifijo estaba colocado sobre su pecho y otro entre dos velas que ardían al lado de su lecho de muerte. Dos hermanas de caridad rezaban por el descanso del alma que abrigó aquel cadáver."
El artículo necrológico de Adolph Gérard fue publicado en "L'Impartial", de Boulogne-sur-Mer, de 22 de agosto de 1850 y en él decía de su huésped:
" El señor de San Martín era un gentil anciano, de alta estatura que ni la edad, ni las fatigas, ni los dolores físicos habían podido curvar. Sus rasgos eran expresivos y simpáticos; su mirada penetrante y viva; sus modales llenos de afabilidad; su instrucción, una de las más extendidas; sabía y hablaba con igual facilidad el francés, el inglés y el italiano y había leído todo lo que se puede leer. Su conversación fácilmente jovial era una de las más atractivas que se podía escuchar. Su benevolencia no tenía límites. Tenía por el obrero una verdadera simpatía; pero lo quería laborioso y sobrio y jamás hombre alguno hizo menos concesiones que él a esa popularidad despreciable que se vuelve aduladora de los vicios de los pueblos. ¡A todos decía la verdad!
Su experiencia de las cosas y de los hombres daba a sus juicios una gran autoridad. Le había enseñado la tolerancia.
Partidario exaltado de la independencia de las naciones, sobre las formas propiamente dichas de gobierno no tenía ninguna idea sistemática. Recomendaba sin cesar, al contrario, el respeto de las tradiciones y de las costumbres, y no concebía nada menos culpable que esas impaciencias de reformadores que, so pretexto de corregir los abusos, trastornan en un día el Estado político y religioso de su país: ‘Todo progreso, decía, es hijo del tiempo’.
Respecto a la Francia, a la que amaba mucho, no dudaba. La monarquía representativa delegada por la nación era a sus ojos el único gobierno que le convenía. No la quería derivada del derecho divino, porque así entendida conduce lógicamente al absolutismo. No se consoló jamás de la caída de la de julio.
En sus últimos tiempos, en ocasión de los asuntos del Plata [se refiere el bloqueo anglo-francés del Río de la Plata en tiempos de Rosas], nuestro Gobierno se apoyó en su opinión para aconsejar la prudencia y la moderación en nuestras relaciones con Buenos Aires; y una carta suya, leída en la tribuna por nuestro Ministro de Asuntos Extranjeros, contribuyó mucho a calmar en la Asamblea nacional los ardores bélicos que el éxito no habría coronado sino al precio de sacrificios que no debemos hacer por una causa tan débil como la que se debatía en las aguas del Plata….
Menos conocido en Europa que Bolívar, porque buscó menos que él los elogios de sus contemporáneos, San Martín es a los ojos de los americanos su igual como hombre de guerra, su superior como genio político, y sobre todo como ciudadano. En la historia de la Independencia Americana, que no está escrita aún, al menos para Francia, él representa el talento organizativo, la rectitud de miras, el desinterés, la inteligencia completa de las condiciones bajo las cuales las nuevas repúblicas podían y debían vivir. Con cada año que pasa, con cada perturbación que padece, la América se acerca más aún a esas ideas que eran el fondo de su política: La libertad es el más preciado de los bienes, pero no hay que prodigarla a los pueblos nuevos. La libertad debe estar en relación con la civilización. ¿No la iguala? Es la esclavitud. ¿La supera? Es la anarquía. Máximas fecundas que nuestra pobre Francia debe hoy seriamente meditar; ya que es porque las ha desconocido que la era de sus revoluciones sigue siempre abierta."
El Museo Histórico Nacional rescató los muebles y pertenencias del dormitorio de San Martín, respetando la distribución que tuvieron en los altos de la casa de Adolph Gérard. Estos muebles revelan la sobriedad de ambientes en que desarrollaba su vida cotidiana, pautada por hábitos estoicos.
Las más significativas cartas de San Martín, en sus dos últimos años, fueron las dirigidas a Juan Manuel de Rosas y al mariscal Ramón Castilla, presidente del Perú. Es común, en ambas correspondencias, el espacio que destina al análisis de la situación política de Francia en el marco europeo –más explayado en las dirigidas al presidente peruano- de apreciable densidad y nitidez conceptual, que ratifican su lucidez mental pese al deterioro físico. También es común su gratitud para con las gestiones y ofrecimientos que le hacen los dos mandatarios.
La carta del 11 de noviembre de 1848, dirigida a Castilla, contiene una apretada pero relevante "autobiografía" que merece una detenida relectura y que cierra así: "A la edad avanzada de setenta y un años, una salud enteramente arruinada y casi ciego, con la enfermedad de cataratas, esperaba, aunque contra todos mis deseos, terminar en este país una vida achacosa; pero los sucesos ocurridos, desde febrero, han puesto en problemas dónde iré a dejar mis huesos." Sería ocioso destacar la elocuencia lacónica de estas palabras y el drama que representan. Cuando se le presentaban propuestas para volver a alguna de las tres patrias que libertara, que lo esperanzaban, no pudo emprender el retorno al seno americano porque la muerte lo libró de todos sus afanes.
EL MONUMENTO A JOSÉ DE SAN MARTÍN, EN BOULOGNE-SUR-MER
Una comisión de argentinos, en París, promovió y concretó, en 1909, la erección de una estatua ecuestre del Gran Capitán en Boulogne-sur-Mer, obra del escultor francés Henri Allouard. En el acto inaugural destacó la memorable pieza oratoria de Belisario Roldán, periodista, escritor, orador, doctor en jurisprudencia y político argentino: "Padre nuestro que estas en el bronce...!"
El 24 de octubre de 1909 se inauguró la estatua ecuestre en su honor, frente al número 136 de Boulevard Sainte-Beuve (donde hace una década estaba la pizzería y bar ‘Le Mistral’, luego convertida en el bar y cervecería ‘L’Endroit’, poco antes de llegar al Paseo [Promenade] San Martín) a pocos metros del mar, situado a la derecha de la figura, que mira hacia la ciudad de Boulogne-sur-Mer.
Ese día se realizó una ceremonia que contó con la presencia de funcionarios del Gobierno francés encabezado por Ferdinand Sarrien, entre ellos el Subsecretario de Estado de Interior Albert Pierre Sarraut y el Ministro de Guerra general Jean Jules Brun y el embajador de la República Argentina ante Francia, Ernesto Mauricio Bosch Peña; de un escuadrón de Granaderos y efectivos de la Armada argentinos, que formaron junto a los Coraceros franceses, para rendirle honores.
Los Granaderos y sus caballos llegaron a bordo del transporte “La Pampa”. La Armada Argentina dispuso que varias de sus unidades se hicieran presentes, amarrando en el puerto de Boulogne-Sur-Mer, entre otros, la fragata “Presidente Sarmiento”, al mando del contraalmirante Manuel Domecq García y las cañoneras “Rosario” y “Paraná”.
Durante la ceremonia, el poeta Belisario Roldán dijo:
"Padre nuestro que está en el bronce.
Las progenies multiplicadas levantan su corazón para exclamar: hemos hecho la patria que soñaste, es fecunda como tu vida, altiva como tus vanguardias, eminentes como las cumbres, en dignidad, en esfuerzo, en avance legítimo y también en virtudes, ha hecho honor en todo tiempo al relámpago soberbio que a manera de aurora trazó tu espada el día tormentoso del nacimiento y así, como siguiendo tu imagen viva entró en la libertad, entra a la gloria un siglo después, por el pórtico de Francia.
Quede ahí tu estatua por siempre jamás al amparo de la potente soberanía en cuyo suelo naciera como un brote espontáneo de la entraña generosa, séale propicio el murmullo de esa misma mar que arrulló las últimas nostalgias del proscripto, la ola que llega rumoreando a quebrarse en estas altas playas traerá hasta el memento, como un eco de la tierra bien amada el solemne latido de la patria y que allá, en los más lejanos días del porvenir, cuando sobre el polvo de todos nosotros haya pasado rodando la caravana implacable de los años y al beso de los soles y las lunas haya envejecido esa frente de bronce, aquellos hijos de nuestros hijos que recorran Europa sientan descubierta la cabeza y arrodillada el alma, que tiembla en sus corazones la plegaria sin palabras de todas las gratitudes".
OTRAS IMÁGENES RELACIONADAS CON LA INAUGURACIÓN DEL MONUMENTO
EL MILAGRO DE SAN MARTÍN, EN BOULOGNE-SUR-MER
Casi un siglo después de la muerte de ilustre argentino, Boulogne-sur-Mer vivió un trágico episodio, dentro del cual se produjo lo que, hasta hoy, se conoce como “el milagro de San Martín”. El monumento dedicado a San Martín, de grandes dimensiones, protagonizó un hecho que, hasta ahora, resulta inexplicable
Al caer la tarde del 14 de junio de 1944, doscientos noventa y siete aviones de la Royal Air Force comenzaron un raid contra Boulogne-sur-Mer, ciudad bajo ocupación alemana y una de las siete fortalezas del Muro Atlántico (con Dunkerque, Calais, Le Havre, Cherbourg, Saint-Malo y Brest).
Doce Spitfire arrojaron bengalas rojas para iluminar objetivos y posteriormente, entre las 22:35 y las 23:10 horas, los bombarderos arrojaron sus bombas, sin mayor precisión.
Este ataque causó la destrucción de barrios enteros. Hubo centenares de muertos entre la población civil y los daños fueron considerables.
De los 497 bombardeos aéreos y gran número de ataques navales que sufrieran Boulogne y sus alrededores durante la Segunda Guerra Mundial, sobre todo, de junio a septiembre de 1944, el del 14 al 15 de junio de 1944 fue el de mayor envergadura. Se arrojaron 1.200 toneladas de bombas,
La estatua de San Martín está situada en el paseo costero / Promenade de Boulogne-sur-Mer, a unos 100 metros de la zona de playas costeras del Canal de la Mancha y a unos 300 metros del extremo de la zona portuaria en el río de la Liane, en la zona de su desembocadura en el Canal. Allí, al otro lado del río, la salida del puerto sobre cuya otra margen, y a unos 200 metros, durante la II Guerra, la Marina de Guerra alemana/ Kriegsmarine construyó Schnellboot-Bunkers (SBB) para resguardo de sus embarcaciones de menores dimensiones (como las lanchas rápidas), obras que estuvieron a cargo del joven ingeniero civil Eugen Stroh; protegidas por gruesas estructuras de cemento armado: techos de 3,5 metros de espesor y paredes de 2 a 3 metros. Era para Inglaterra la base naval enemiga más próxima. Fue una preocupación constante del mando aliado que la hostigó sin descanso. Se considera que esa base fue el objetivo único de Boulogne-sur-Mer y la causa de los estragos que sufriera la ciudad, una de las más castigadas de Francia. Desaparecieron barrios enteros: Capécure, Ave María y Saint- Piérre, cercanos a la estatua. Saint-Piérre dejó de existir; los hoteles y construcciones de la calle Saint-Beuve desaparecieron. Todo fue destruido por la furia de la guerra en ese gran sector del puerto; todo, menos la estatua de San Martín.
El único monumento que permaneció en pie fue el dedicado al general San Martín, que solo recibió algunas esquirlas en su base. A este hecho, que sorprendió a los habitantes de la ciudad, se lo llamó “El milagro de la estatua de San Martín”.
MUSEO DEL GENERAL SAN MARTÍN EN BOULOGNE-SUR-MER
El Museo ocupa la casa donde el General José de San Martín murió, el 17 de agosto de 1850, tras haber pasado sus dos últimos años de vida en Boulogne-sur-Mer acompañado por su hija Mercedes, su yerno Mariano Balcarce y sus nietas.
El inmueble, situado en el 113 (actual) de la Grande-Rue, fue comprado en abril de 1926 por el Ministro Plenipotenciario Federico Álvarez de Toledo, en representación del Estado Argentino.
La casa depende ahora del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto y se encuentra, en consecuencia, bajo dependencia directa de la Embajada de la República Argentina en Francia.
AUDIO:
"San Martín" (Cueca cuyana popular)- Los Chalchaleros
Se puede escuchar cliqueando sobre la imagen siguiente:
© Enrique F. Widmann-Miguel / IberInfo-Buenos Aires