Batalla de Maipú
El 5 de abril de 1818 tuvo lugar la Batalla de Maipú, combate decisivo dentro del marco de la Guerra de Independencia de Chile que, con la participación del Ejército de los Andes comandado por don José de San Martín, se desarrolló en el área conocida como los Cerrillos del Maipo, al poniente de Santiago de Chile; a unos 10 kilómetros al sudoeste de la capital chilena, en los llanos del río Maipo.
Maipú fue la primera gran batalla americana, desde el punto de vista histórico y militar. Por las marchas estratégicas previas; las maniobras tácticas desarrolladas sobre el campo de batalla; el acierto en la organización y utilización oportuna de las armas, es un modelo militar notable. Un ataque paralelo que pasa a ser oblicuo, por el uso oportuno de las reservas sobre el flanco, más débil del enemigo por su formación y más fuerte por el número y calidad de sus tropas, decisión que llevara a la victoria.
El triunfo de las armas de la Patria en Maipú consolidó la independencia de Chile, siendo un importante aporte para asegurar la futura expedición al Perú y también para hacer posible la contundente acción de Simón Bolívar en Colombia y Venezuela.
EL CAMPO DE MAIPÚ
El teatro en que se desenvolvieron las operaciones, es una llanura, limitada al este por el río Mapocho que divide la ciudad de Santiago; al norte, por la serranía que la separa del valle de Aconcagua y al sur por el Maipo (del mapudungun maipún: trabajar la tierra; arar), que le da su nombre y cuyas aguas van a desembocar en el Mapocho, que surca la capital chilena.
Hacia el oeste se levantan una serie de lomadas y algunos montículos que corren de oriente a poniente, destacando en monótonas líneas prolongadas en el horizonte; rompiendo la uniformidad del paisaje algunos grupos de arbustos espinosos en un campo cubierto de pastos naturales y en lontananza, las montañas que circundan el valle y le dan su perspectiva.
Al sur de Santiago, se prolonga por el espacio como de diez kilómetros, en la dirección antes indicada (del centro de Santiago hacia el sudoeste) una lomada baja de naturaleza caliza que por su aspecto lleva el nombre de Loma Blanca. Sobre la meseta de esta lomada evolucionaba el ejército patriota.
A la época del hecho de armas "En su extremidad oeste y a su frente, se alza otra lomada más alta, que forma un triángulo, cuyo vértice sudoeste se apoya en la hacienda de Espejo, conduciendo a ella un callejón en declive como de veinte metros de ancho y trescientos de largo, cortado por una ancha acequia en su fondo y limitado a derecha e izquierda por viñas y potreros que cierran altos tapiales".
Esta era la posición que ocupaba el ejército realista. Las dos lomadas están divididas por una depresión plana del terreno u hondonada longitudinal como de un kilómetro en su parte más ancha y doscientos cincuenta metros en la más angosta. Al este del vértice o puntilla de las lomas del sur se extiende un grupo de cerrillos aislados y entre ellos uno más elevado, en forma de mamelón, que hace sistema con el triángulo ocupado por los realistas. El vértice este de esta posición, que era su parte mas elevada, se destacaba como un baluarte y hacía frente a un ángulo truncado fronterizo de la Loma Blanca, que lo flanqueaba por una parte y lo enfilaba por otra. En este campo iba a decidirse la suerte de la independencia sudamericana.
PRELIMARES
El general San Martín, situado en la extremidad este de la Loma Blanca, a diez kilómetros de Santiago, dominaba en su conjunción los tres caminos que comunican con los pasos del Maipú y amagaba el de Valparaíso, asegurándose una retirada, a la vez que cubría la capital por sus dos únicos puntos vulnerables, la cual para mayor garantía hizo atrincherar, guarneciéndola con 1.000 milicianos y un batallón bajo la dirección de Bernardo O'Higgins, a quien su herida (producto de la refriega de Cancha Rayada) impedía asistir al campo de batalla.
Su plan era atacar al enemigo sobre la marcha, sin darle tiempo a combinaciones, si se presentaba por los caminos del frente; correrse por su flanco derecho si tomaba el de la Calera e interceptarle el de Valparaíso, maniobrando a todo evento con seguridad sobre la meseta de la loma en terreno ventajoso para dar y recibir la batalla. Al efecto, dividió su ejército en tres grandes cuerpos formados en dos líneas: el primero a órdenes del coronel graduado Juan Gregorio de Las Heras, cubriendo el ala derecha; el segundo, a las órdenes del teniente coronel Rudecindo Alvarado a la izquierda y un tercero en reserva, en segunda línea, a cargo del coronel Hilarión de la Quintana.
Confió al brigadier general Antonio González Balcarce el mando general de la infantería, reservándose el de la caballería y de la reserva. El primer cuerpo lo formaban los batallones número 11, de Las Heras (argentino); los Cazadores de Coquimbo, bajo el mando del mayor Isaac Thompson (chileno); los Infantes de la Patria, con su comandante, teniente coronel José Antonio Bustamante (chileno); el regimiento de caballería argentino Granaderos a caballo, al que se había agregado un escuadrón provisional de artilleros montados del Ejército Argentino, por no tener piezas que servir y la artillería chilena compuesta de ocho piezas de campaña a cargo del mayor Manuel José Blanco Encalada.
El segundo cuerpo lo componían: los batallones número 1 de Cazadores (argentino), de Alvarado; el número 8 de los Andes (argentino), comandante teniente coronel Enrique Martínez; el número 2 de Infantería de Chile, comandante teniente coronel José Bernardo Cáceres; los Cazadores y Lanceros de Chile (argentinos y chilenos), a órdenes del coronel Santiago Bueras y Ramón Freire, con nueve piezas ligeras de artillería chilena a cargo del mayor José Manuel Borgoño.
La reserva constaba de: los batallones número 1 y número 3 de Chile, comandantes teniente coronel Juan de Dios Rivera y el mayor Agustín López de Alcázar; número 7 de los Andes (argentino) comandado por el teniente coronel Pedro Conde y cuatro piezas de batir de a 12, mandadas por el mayor Pedro Regalado de la Plaza y servidas por los artilleros argentinos que habían perdido su artillería en Cancha Rayada.
MOVIMIENTOS TÁCTICOS
Tomadas estas disposiciones y dictadas estas prevenciones, San Martín formó su ejército en dos líneas: en primera línea las divisiones 1ra. y 2da., con sus respectivas baterías desplegadas a cada uno de los flancos y su caballería escalonada; poniendo la reserva en segunda línea y su artillería de batir, al centro de la primera. En este orden permaneció los días 2, 3 y 4 de abril, con una vanguardia volante mandada por González Balcarce, en observación de la línea del río Maipo.
Al tener noticia de que el enemigo vadeaba el curso de agua inclinándose hacia el poniente, desprendió toda su caballería con orden de atacar sus puestos avanzados, hostilizar sus columnas en la marcha y mantenerlo durante la noche en constante alarma. El fuego de las guerrillas, aproximándose cada vez más y los repetidos partes, anunciaban que los realistas seguían avanzando. La noche del 4 se pasó así en alarma, rodeando los soldados patriotas grandes fogatas de huañil (Proustia cuneifolia, arbusto que se encuentra en la pedregosa región cordillerana central de Chile y de Argentina), que iluminaban todo el campo. San Martín dormía, mientras tanto, en un molino a la orilla del camino, envuelto en su capote militar.
Al amanecer del día 5 de abril, las guerrillas patriotas al mando de Freire y el comandante de escuadrón José Melián se replegaron, dando parte que el enemigo avanzaba en masa en rumbo al camino que entronca con el de Santiago a Valparaíso.
San Martín, que lo había previsto por su dirección en el día anterior, pensó que no podía tener por objeto sino cortarle la retirada sobre Aconcagua, o efectuar un movimiento de circunvalación interponiéndose entre él y la capital, o reservarse una retirada más segura en caso de contraste, pues la larga distancia y los ríos que tendría que atravesar, la hacían dificilísima hacia el sur.
Lo primero estaba previsto y se neutralizaba por un simple cambio de frente; lo segundo era impracticable, pues tenía que describir un arco, de cuya cuerda era dueño y lo último, una promesa más de triunfo completo. Para cerciorarse por sus propios ojos de este error estratégico y concertar sus movimientos tácticos, se disfrazo con un poncho y un sombrero de campesino y acompañado por su inseparable ayudante, el capitán Juan O'Brien y el ingeniero militar José Alberto Bacler d'Albe, seguido de una pequeña escolta, se dirigió a gran galope al ángulo truncado de la Loma Blanca señalado antes.
Desde allí pudo observar a la distancia de cuatrocientos metros con el auxilio de su anteojo, la marcha de flanco que en perfecto orden ejecutaban las columnas españolas a tambor batiente y banderas desplegadas, al posesionarse de la lomada triangular fronteriza prolongando su izquierda sobre el camino de Valparaíso. "¡Qué brutos son estos godos!" -exclamó con esa mezcla de resolución y buen humor que caracteriza a los héroes en los momentos supremos-. Y agregó: "Osorio es más torpe de lo que yo pensaba". Dirigiéndose luego a sus acompañantes, les dijo:
-" El triunfo de este día es nuestro. El sol por testigo!"
El sol asomaba en aquel momento sobre las nevadas crestas de los Andes.
La mañana estaba serena; ninguna nube empañaba el cielo, el aire estaba cargado de perfumes y las aves cantaban entre los espinos en florescencia.
SAN MARTÍN Y BRAYER
A las diez y media de la mañana el ejército argentino-chileno rompió una marcha de flanco en dos columnas paralelas, caminando rumbo al oeste por encima de la meseta de la Loma Blanca.
En el curso de la marcha, ocurrió un episodio, que la historia debe recoger dado lo espectable de los personajes y da idea del temple de alma del General en ese momento. A medio camino, se presentó el mariscal Miguel Brayer -Jefe de Estado Mayor del ejército chileno y segundo del general Bernardo O'Higgins- solicitando licencia para pasar a los baños (termales) de Colina.
San Martín le contestó fríamente: "Con la misma licencia con que el señor general se retiró del campo de batalla de Talca, puede hacerlo a los baños; pero como en el término de media hora vamos a decidir la suerte de Chile y Colina está a trece leguas y el enemigo a la vista, puede V.S. quedarse si sus males se lo permiten".
El mariscal contestó: "No me hallo en estado de hacerlo, porque mi antigua herida de la pierna no me lo permite".
San Martín le repuso en tono airado: "Señor general, el último tambor del Ejército Unido tiene más honor que V.S." y volviendo su caballo, dio orden a González Balcarce sobre la marcha, hiciese saber al ejército que el general, de veinte años de combates, quedaba suspenso de su empleo por indigno de ocuparlo. Después de este incidente, que hizo el efecto de una proclama, el ejército continuó su marcha hasta enfrentar la posición enemiga.
Allí desplegó en batalla en dos líneas de masas por batallones, con la artillería de batir al centro de la primera; la volante a sus dos extremos y la caballería cubriendo las dos alas en columnas por escuadrones, situándose la reserva plegada en columnas paralelas cerradas a 150 metros a retaguardia.
El general realista Osorio, que había ocupado el promedio de la meseta de la loma triangular del sur al observar el movimiento de los independientes desprendió sobre su izquierda una gruesa columna compuesta de ocho compañías de granaderos y cazadores con cuatro piezas de artillería al mando del coronel Joaquín Primo de Rivera y Ortiz de Pinedo, que ocupó el mamelón destacado por aquella parte, con el doble objeto de amagar la derecha patriota y tomar por el flanco sus columnas si avanzaban, a la vez que asegurar su retirada por el camino de Valparaíso según su idea persistente.
El intervalo entre el mamelón y la puntilla norte del triángulo, fue cubierto por Morgado con los escuadrones de "Dragones de la Frontera". Sobre la loma formó en batalla en la proyección noroeste sudoeste, en línea quebrada con el mamelón, pero sin cubrir todos los perfiles de la altura por el nordeste. Colocó los batallones "Infante Don Carlos" y "Arequipa" formando división, al mando del brigadier José Ordóñez, segundo jefe del ejército realista y sobre la izquierda, el "Burgos" y el "Concepción", a órdenes del comandante coronel Lorenzo López de Morla, con cuatro piezas de artillería adscriptas a cada una de las dos divisiones. La extrema derecha fue cubierta por los "Lanceros del Rey" y los "Dragones de Concepción".
LOS EJÉRCITOS
En esta disposición se hallaron frente a frente los ejércitos beligerantes al sonar las doce del día, separados únicamente por la angosta hondonada existente entre los dos cordones de lomas que ocupaban independientes y realistas.
Los dos ejércitos permanecieron por algún tiempo inmóviles, en sus respectivas posiciones, como esperando que el adversario tomase la iniciativa. Todas las probabilidades parecían estar contra el que llevase la ofensiva: tenía que atravesar un bajo descubierto sufriendo el fuego de la fusilería y el cañón que lo barría y trepar las alturas del frente para desalojar de ellas al enemigo. Para los patriotas la desventaja era aún mayor, pues su derecha tenía que desalojar previamente las fuerzas que ocupaban el mamelón, avanzado, o recorrer un espacio de mil metros flanqueados por los fuegos de sus cañones.
Ambas posiciones eran fuertes y bien calculadas para la defensiva; la de los realistas más ventajosa aún. En cuanto a las fuerzas físicas y morales, estaban casi equilibradas, siendo igual la decisión de parte a parte, si bien la de los realistas era numéricamente mayor.
Por lo que respecta a las armas, la superioridad de los independientes era incontestable en artillería y caballería, en número y también en calidad; aunque éstos tenían nueve batallones de infantería, en algunos de ellos formaban apenas unos 200 hombres. Mientras los cuatro gruesos batallones con que contaban los realistas, divididos en ocho compañías, levantaban cerca de mil bayonetas cada uno.
Lo único que inclinaba la balanza de las probabilidades, era el peso de las cabezas de los generales; pero ya se había visto cómo, en Cancha Rayada, las más hábiles combinaciones que aseguraban el triunfo, dieron por resultado la derrota.
MOMENTOS PREVIOS
El plan de San Martín no era precisamente el de una batalla de orden oblicuo y sin embargo, resultó tal por el atrevimiento, el arte consumado y la prudencia con que fue conducida. Fue una inspiración del campo de batalla, sugerida por errores del enemigo y peripecias de la acción en el momento decisivo, y esto realza su mérito como combinación táctica.
El mismo San Martín jamás se atribuyó otro y desdeñando con orgullosa modestia adornarse con laureles prestados, insinuó incidentalmente que al orden oblicuo se debió en parte la victoria, sin agregar que, más que todo, se debió al uso oportuno que hizo de su reserva, como se verá luego.
Los relieves de las respectivas posiciones y las proyecciones de las dos líneas de batalla, eran casi paralelas; pero los realistas habían retirado su derecha formando en el promedio de la loma, sin cubrir sus perfiles, como queda dicho, y de aquí resultaba que la izquierda independiente desbordase la derecha realista en su posición y en su formación, y que teniendo que recorrer por esa parte la menor distancia de la hondonada intermedia, pudiese llevar con ventaja un ataque oblicuo o de flanco con el apoyo de la reserva. Tal es la síntesis táctica de la batalla de Maipú en sus preliminares.
El general en jefe que había levantado su enseña en el centro de la primera línea, observando la inacción del enemigo, mandó romper el fuego con las cuatro piezas de batir servidas por los artilleros argentinos, con el objeto de descubrir sus fuegos de artillería y sus planes. Una de las balas mató el caballo del general en jefe español. En el acto, la artillería española contestó ese fuego con el suyo, manteniendo su formación y suministró a San Martín el dato que necesitaba. Era evidente que el comandante en jefe realista, general Mariano Osorio, se preparaba a una batalla defensiva y lo indicaba claramente, además de su formación, la circunstancia de no haber ocupado el perfil de las lomas de su posición, a fin de utilizar por más tiempo los fuegos de su infantería y aprovechar el espacio para dar con ventaja en su oportunidad una carga a la bayoneta con sus gruesos batallones que así hubiesen diezmado los de los independientes.
El general San Martín, tuvo entonces la intuición de la victoria que debía decidir de los destinos de la América independiente. Dio audazmente la señal del ataque, mandando levantar en alto la bandera argentina y chilena y en medio de ellas, la bandera encarnada como una llamarada sangrienta.
Su ojo penetrante había descubierto el flanco débil del enemigo, que era su derecha. Las "columnas se descolgaron", según la pintoresca expresión del mismo general en su parte, y "marcharon a la carga, arma al brazo sobre la línea enemiga", con entusiasmo, a paso acelerado. La reserva y la artillería permanecieron en su puesto, esperando las órdenes del general.
ORDEN DE BATALLA
EJÉRCITO UNIDOS
Cuartel general: (12 oficiales)
Capitán general en jefe: General José de San Martín.
3 ayudantes personales (incluyendo al capitán de caballería John Thomond O'Brien y al sargento mayor de caballería Mariano Escalada).
General en jefe sustituto: brigadier Antonio González Balcarce.
2 ayudantes personales (incluido el capitán de artillería Francisco Díaz).
Estado Mayor y ayudantes generales:
Sargento mayor de infantería José María Aguirre.
Sargento mayor de ingenieros cartógrafos (ex oficial de Napoleón) José Alberto Bacler d'Albe.
Sargento mayor graduado de caballería Manuel Acosta.
Agregado al Estado Mayor: sargento mayor graduado de infantería Luciano Cuenca.
Agregado al Estado Mayor: capitán de infantería Ángel Reyes.
Primera División (Derecha): coronel Juan Gregorio de Las Heras y 2 ayudantes
Batallón Nº11 de los Andes: coronel Juan Gregorio de Las Heras (400 soldados y 21 oficiales)
Batallón Nº 1 de Cazadores de Coquimbo: mayor Isaac Thompson (376 soldados y 27 oficiales)
Batallón Infantes de la Patria: teniente coronel José Antonio Bustamante (475 soldados y 30 oficiales)
4 escuadrones de Granaderos a Caballo: coronel José Matías Zapiola (500 soldados y 42 oficiales)
1º Grupo de Artillería de Chile: teniente coronel Manuel Blanco Encalada (125 soldados, 15 oficiales y 12 piezas)
Segunda División (Izquierda): coronel Rudecindo Alvarado y 1 ayudante
Batallón Cazadores de los Andes: coronel Rudecindo Alvarado (400 soldados y 21 oficiales)
Batallón Nº8 de los Andes: teniente coronel Enrique Martínez (400 soldados y 23 oficiales)
Batallón Nº2 de Chile: teniente coronel José Bernardo Cáceres (399 soldados y 30 oficiales)
4 escuadrones de Cazadores a Caballo de Chile: coronel Ramón Freire (342 soldados y 19 oficiales)
2º Grupo de Artillería de Chile: mayor José Manuel Borgoño (125 soldados, 15 oficiales y 8 piezas)
Tercera División (Reserva): coronel Hilarión de la Quintana y 1 ayudante
Batallón Nº3 de Arauco: mayor Agustín López de Alcázar (400 soldados y 31 oficiales)
Batallón Nº1 de Chile: teniente coronel Juan de Dios Rivera (354 soldados y 31 oficiales)
Escolta de San Martín: mayor Pizarro (288 entre soldados y oficiales)
Lanceros de la Escolta Directorial: mandada también por el coronel Ramón Freire (119 entre soldados y oficiales)
Húsares de la Muerte:coronel Manuel Rodríguez (200 entre soldados y oficiales)
Batallón de Artillería de los Andes: mayor Pedro Regalado de la Plaza (250 soldados, 14 oficiales y 4 pieza
División de refuerzo (proveniente de Santiago): general Bernardo O'Higgins
Batallón Nº 4 de Chile: coronel Pedro Ramón de Arriagada (500 entre soldados y oficiales)
Regimiento de Caballería de Milicias de Aconcagua: coronel Tomás Vicuña (300 entre soldados y oficiales)
Regimiento de Caballería de Milicias de Colchagua: coronel José María Palacio (300 entre soldados y oficiales)
Regimiento de Caballería de Milicias de Santiago: coronel Pedro Prado (300 entre soldados y oficiales)
Húsares de la Muerte:coronel Manuel Rodríguez (200 entre soldados y oficiales)
Reclutas de la Escuela Militar (100 soldados)
Compañía artillería: (100 soldados y 4 piezas)
EJÉRCITO REALISTA
Cuartel general:
Comandante en jefe: general Mariano Osorio Pardo
3 ayudantes personales, entre ellos, Manuel María de Toro-Zambrano y Dumont de Holdre, III Conde de la Conquista.
Jefe Segundo: brigadier José Ordóñez
Jefe de Estado Mayor: coronel Joaquín Primo de Rivera y Ortiz de Pinedo
2 ayudantes
Primera brigada (Derecha): brigadier José Ordóñez
2º Batallón Infante Don Carlos: teniente coronel Bernardo de la Torre (951 hombres)
Batallón Concepción: mayor Ramón Jiménez Navia (550 h.)
Compañía de Zapadores: capitán José Cáscara (85 h.)
Compañía artillería a pie: (40 h. y 4 piezas)
Segunda brigada (Centro): coronel Lorenzo López de Morla
I Regimiento Burgos Nº2: coronel Lorenzo López de Morla (956 h.)
II Regimiento Arequipa: teniente coronel José Ramón Rodil (1.034 h.)
Compañía artillería a pie: (40 h. y 4 piezas)
Tercera brigada (izquierda): coronel Joaquín Primo de Rivera
Batallón de Cazadores: mando directo del coronel Primo de Rivera (440 h. aprox.)
Batallón de Granaderos: mando directo del coronel Primo de Rivera (440 h. aprox.)
2 escuadrones del Regimiento Dragones de la Frontera: coronel Antonio Morgado (360 h.)
Escuadrón Lanceros del Rey: teniente coronel José Rodríguez (140 h.)
Escuadrón Dragones de Arequipa: teniente coronel Antonio Rodríguez (160 h.)
Escuadrón Dragones de Chillán: teniente coronel Cipriano Palma (180 h.)
Compañía de artillería a caballo: teniente coronel Manuel Bayona (80 h. y 4 piezas)
LA BATALLA
El movimiento se inició por la derecha; pero no era éste el verdadero punto de ataque. Su objeto era doble: desalojar la izquierda del enemigo destacada sobre el mamelón y amenazar el frente o la izquierda de su centro, concurriendo así al ataque de la izquierda, que tenía que recorrer la menor distancia entre las alturas para cargar sobre el flanco más desguarnecido.
Según el éxito de una u otra ala, la batalla se empeñaría por la derecha o por la izquierda, interviniendo convenientemente la reserva en sostén de la que llevase la ventaja o la desventaja: en el primer caso, sería una batalla de frente, cortando la izquierda y desbordando la derecha enemiga y en el segundo, un verdadero ataque oblicuo de la derecha flanqueando o tomando por retaguardia Las Heras las columnas realistas; esto era lo que se proponía San Martín, al aprovechar el error cometido por el general Osorio, que iba a verse obligado a entrar en combate con todas sus fuerzas alterando su formación. En estas condiciones el secreto de la victoria estaba en el uso oportuno de la reserva.
Las Heras avanzó gallardamente sin disparar un tiro, a la cabeza del número 11 de los Andes, que era el nervio de la infantería del ejército, sostenido por los dos batallones que formaban su brigada y lanzó al llano los escuadrones de Granaderos montados, amenazando la posición del mamelón.
La batería de cuatro cañones del mamelón rompió el fuego sobre el número 11 en cuanto éste se presentó a la vista, causándole bastantes estragos en sus filas, pero siguió avanzando con rapidez seguido por los Cazadores de Coquimbo y los Infantes de la Patria de Chile, mientras la artillería de Blanco Encalada, que había quedado en posición sobre la loma, apoyaba el ataque lanzando sus proyectiles por encima de las columnas patriotas que marchaban por el terreno bajo. Primo de Rivera, que comprendió que el propósito de Las Heras era aislarlo de su línea de batalla, lanzó a su vez su caballería situada entre el mamelón y la lomada triangular.
El coronel realista Antonio Morgado cargó con ímpetu a la cabeza de los "Dragones de la Frontera". Las Heras se cerró en masa y esperó, dando órdenes al coronel José Matías Zapiola para que cargara por su derecha con la caballería. Los dos primeros escuadrones de Granaderos a órdenes de los comandantes Manuel Escalada y Manuel Medina, salieron al encuentro sable en mano e hicieron volver caras a los jinetes realistas, que recibieron en su huida los disparos de la artillería de Blanco Encalada, viéndose obligados a refugiarse tras de su anterior posición.
Escalada y Medina fueron recibidos por los fuegos de fusilería y de metralla del mamelón; remolinearon, pero se rehicieron con prontitud; dejaron a su derecha la altura fortificada y apoyados con firmeza por los dos escuadrones de reserva mandados por Zapiola, siguieron adelante en persecución de los derrotados, que se dispersaron o se replegaron en desorden hacia la división del coronel Lorenzo López de Morla, sobre la loma.
Las Heras se estableció sólidamente con el número 11 en un cerrillo intermedio, fronterizo al mamelón y al ángulo nordeste del triángulo, en actitud de atacar el mamelón y concurrir al ataque de la izquierda. El ala izquierda de los realistas quedaba así aislada y la izquierda de su centro amagada.
Casi simultáneamente con la carga de los Granaderos a la derecha, el ala izquierda trepaba las alturas de la posición realista por el ángulo este, iniciando un movimiento envolvente sin divisar todavía los cuerpos enemigos. Los realistas, apercibidos del error de haber retirado su derecha perdiendo las ventajas que les daba el terreno o arrastrados por su ardor, se decidieron a tomar la ofensiva.
Ordóñez, a la cabeza de los batallones "Infante don Carlos" y "Concepción", con dos piezas de artillería, salió atrevidamente al encuentro de los patriotas en dos columnas de ataque paralelas, seguido luego por los batallones "Burgos" y "Arequipa", mandados por Morla, en la misma formación y escalonados por su izquierda.
Osorio, que llegó a temer por su derecha y notando que quedaba sin reserva, mandó reconcentrar al centro de la línea la columna de granaderos destacada sobre el mamelón con Primo de Rivera.
Ordóñez, al encimar con su división una de las colinas del campo, se encontró a distancia como de cien metros al frente de la de Alvarado, trabándose inmediatamente un combate de fusilería que causó estragos en ambas filas.
Por desgracia para los independientes, dos de sus batallones, - el número 8 de los Andes y el número 2 de Chile, - que ocupaban en un bajo la zona peligrosa de los fuegos contrarios, sufrieron considerables bajas en los primeros momentos: el número 8, compuesto de los negros libertos de Cuyo, mandado por el teniente coronel Enrique Martínez, se desordenó después de perder la mitad de su fuerza y se retiró en dispersión; el número 2 intentó cargar a la bayoneta para restablecer el combate y al ejecutar esta operación también se dispersó.
El coronel Alvarado, que cubría la izquierda con el número 1 de Cazadores de los Andes, desplegó en batalla y rompió el fuego; pero a su vez se vió obligado a ponerse en retirada para evitar una total derrota. La victoria parecía declararse en aquel costado por las armas españolas.
Ordóñez y Morla, con sus cuatro gruesos batallones escalonados en dos líneas de masas, levantando como 3.500 bayonetas, se lanzaron en persecución del ala izquierda de los independientes casi deshecha y sus cabezas de columna descendieron impetuosamente los declives de la lomada, con grandes aclamaciones de triunfo.
En ese momento la artillería chilena del mayor Borgoño, que con sus nueve piezas ligeras había quedado ocupando el perfil opuesto en la Loma Blanca, rompió sobre los vencedores un vivo fuego a bala rasa, que los hizo vacilar; reaccionaron éstos inmediatamente, pero al pisar el llano fueron recibidos por una lluvia de metralla que rompió sus columnas, haciéndolas retroceder, a pesar de los valerosos esfuerzos de Ordóñez y Morla.
Al observar estas peripecias, Las Heras ordenó a los Infantes de la Patria de Chile, que cargaran sobre el flanco de la división de Morla; pero fueron rechazados y retrocedieron en algún desorden.
Hacía veinte minutos que la lucha se mantenía en este estado incierto, cuando se oyó el toque de carga de la reserva independiente, viéndose a sus columnas moverse a paso acelerado hacia el ángulo este de la posición enemiga.
San Martín, que se había mantenido en la altura de la Loma Blanca, en observación de los primeros movimientos de su derecha, dictando con sangre fría sus órdenes según las circunstancias, se adelantó con el cuartel general hasta la proximidad de la posición avanzada ocupada por Las Heras, para dirigir de más cerca las operaciones de su línea.
Al notar desde este punto el rechazo de su izquierda, dio orden a la reserva que cargase en su protección, dirigiéndose con su escolta al sitio donde iba a decidirse la acción por un último y supremo esfuerzo. El coronel Hilarión de la Quintana, a la cabeza de los batallones número 1 y 7 de los Andes y el número 3 de Chile, descendió la loma, atravesó la hondonada efectuando con sus columnas una marcha oblicua sobre su izquierda y llegó al ángulo este de la posición enemiga, en circunstancias que las columnas españolas se habían replegado a ella rechazadas por los certeros fuegos de la artillería de Borgoño.
A vista de la reserva, los batallones 8 de los Andes y 2 de Chile se rehicieron y sobre la base de los Cazadores de los Andes, que no habían perdido del todo su formación, entraron en línea, mientras Quintana trepaba la altura del triángulo un poco a la derecha del punto por donde lo había efectuado antes Alvarado. El ataque oblicuo se iniciaba y la batalla iba a cambiar de aspecto.
LA CARGA FINAL
Aislada la izquierda realista, privada del apoyo de la caballería que la ligaba con su línea de batalla y debilitada de las compañías de granaderos que por orden de Osorio habían acudido a formar la reserva general, Las Heras se disponía a arrebatar su posición, cuando Primo de Rivera que la mandaba, emprendió la retirada, dejando abandonados en el mamelón sus cuatro cañones.
El número 11 de los Andes y los Cazadores de Coquimbo convergieron entonces hacia el centro, persiguiendo activamente a las fuerzas de Primo de Rivera y tomaron la retaguardia enemiga; mientras el batallón Infantes de la Patria de Chile, rehecho, volvía a concurrir al ataque de la izquierda. La batalla se concentraba en breve espacio sobre la meseta triangular de la lomada de Espejo, donde iba a decidirse.
Casi simultáneamente, el combate se renovaba con más encarnizamiento por una y otra parte en la extremidad opuesta de la línea. Para despejar el ataque por este lado, San Martín ordenó a los Cazadores montados de los Andes y a los Lanceros de Chile, que arrollaran la caballería de la derecha enemiga.
Bueras y Freire cumplieron bizarramente la orden: llevaron una irresistible carga a fondo contra los "Lanceros del Rey" y los "Dragones de Concepción" que salieron a su encuentro, los hicieron pedazos y los persiguieron largo trecho en desbande hasta dispersarlos completamente. Bueras murió en la carga, atravesado de un balazo. Freire, tomando el mando de todos los escuadrones, trepó la altura y amagó lanzarse sobre el flanco derecho de Ordóñez. La caballería realista de ambos costados había desaparecido. El combate final se trabó entre la infantería argentino-chilena y la española.
Los tres batallones de la reserva mandados por Quintana, formaron en línea de masas: el número 7 de los Andes más avanzado a la izquierda; el número 3 y número 1 de Chile al centro y la izquierda, un poco más a retaguardia.
Al trepar la altura, se encontraron casi a quemarropa con las columnas de Ordóñez y Morla, que ocultas por un pliegue del terreno operaban en aquel momento sobre su izquierda para hacer frente al nuevo ataque, sin cuidarse de la deshecha división de Alvarado.
El "Burgos", que no había entrado en pelea en el primer encuentro, hizo flamear su secular bandera, laureada en Bailén y sus soldados entusiasmados gritaron: "¡Aquí está el Burgos! ¡Diez y ocho batallas ganadas! ¡Ninguna perdida!". La batalla se empeñó con nuevo ardor a los gritos de "¡Viva la Patria! ¡Viva el Rey!" Independientes y realistas hicieron esfuerzos heroicos para alcanzar la victoria. Las distancias se estrecharon.
Los independientes atacaron con impetuosa intrepidez. Los realistas resistieron tenazmente, sin retroceder un solo paso.
"Con dificultad," dice San Martín en su parte, "se ha visto un ataque más bravo, más rápido y más sostenido y jamás se vio una resistencia más vigorosa, más firme y más tenaz."
La división de Alvarado, rehecha en gran parte, entró al fuego por el mismo punto por donde había trepado antes la lomada, concurriendo al ataque de la reserva, a la vez que Borgoño con ocho piezas marchaba al galope a ocupar la puntilla del este.
La derecha patriota con la artillería de Blanco Encalada avanzada, convergió al centro y tomó la retaguardia de los realistas.
El regimiento "Arequipa", mandado por el teniente coronel José Ramón Rodil, mantenía impávido su posición.
Los batallones "Infante don Carlos" y "Concepción", dirigidos personalmente por Ordóñez, se batían con desesperación.
En esos momentos, Osorio -el general en jefe del rey-, abandonó el campo de batalla y se dio a la fuga. Ordóñez, el más digno de mandar a los realistas en la victoria y en la derrota, tomó la dirección de la formidable columna de la infantería española, e intentó desplegar sus masas; pero el terreno le resultó estrecho y se envolvió en sus propias maniobras.
El número 7 de los Andes y el número 1 de Chile cargaron a la bayoneta, a los gritos de "¡Viva la libertad!" y la escolta de San Martín, al mando del ayudante mayor Ángel Pacheco, juntamente con Freire cargó sobre su flanco derecho. El "Burgos" formó cuadro y rechazó las cargas, aunque con grandes pérdidas.
Más de media hora duraba el combate. Los realistas, rodeados, sin apoyo de caballería y exhaustos de fatiga, vacilaron y empezaron a cejar, pero sin desordenarse.
La última esperanza era la reserva de granaderos desprendida de la izquierda que no pudo llegar a tiempo y los cazadores del coronel Antonio Morgado, perseguidos de cerca por Las Heras quedaron cortados, precipitándose en fuga sobre el callejón de Espejo.
Ordóñez, con sus filas raleadas emprendió con serenidad la retirada hacia la hacienda de Lo Espejo, formado en masa compacta.
San Martín redobló sus órdenes para que la persecución se hiciera vigorosamente a fin de impedir toda reacción y condensó su ejército.
Ordóñez continuó impávido su movimiento retrógrado y con los restos de sus fuerzas se refugió en la hacienda de Espejo.
EL PARTE DE BATALLA
La batalla estaba decidida por los independientes.
San Martín, con el laconismo de un general espartano, dictó desde a caballo el primer parte de la batalla y el cirujano jefe del Ejército de los Andes, James (Diego) Paroissien lo escribió, con las manos teñidas en la sangre de los heridos que amputara:
"Acabamos de ganar completamente la acción. Un pequeño resto huye precipitadamente.
Nuestra caballería les persigue hasta
concluirla. La Patria es libre
Dios guarde a vuestra señoría muchos años Cuartel general en el campo de batalla en o de Espejo 5 de abril de 1818”
Según Bartolomé Mitre “Los enemigos del gran capitán sud-americano han dicho que San Martín estaba borracho al escribir este parte (el de la batalla). Un historiador chileno lo ha vengado de este insulto con su enérgico sarcasmo: ‘Imbéciles! Estaba borracho de gloria’” (B. Mitre en “Historia de San Martín y de la Emancipación Sud-Americana”). El historiador chileno al que se refiere Mitre en la cita 32 de su obra citada, es Benjamín Vicuña Mackenna, quien así lo refiere en “El Jeneral D. José de San Martín”.
En ese instante oyéronse grandes aclamaciones en el campo. Era O’Higgins que llegaba. El Director, al saber que la batalla iba a empeñarse, devorado por la fiebre causada por su herida, montó a caballo y al frente de una parte de la guarnición de Santiago, se dirigió al teatro de la acción.
Al llegar a los suburbios, oyó el primer cañonazo y apresuró su marcha. En el camino, un mensajero le dió la noticia que el ala izquierda patriota había sido derrotada y siguió adelante, sin vacilar; pero al llegar a la loma tuvo la evidencia del triunfo.
Se adelantó a gran galope con su estado mayor, encontrando a San Martín a inmediaciones de la puntilla sudoeste del triángulo, en momentos que disponía el último ataque sobre la posición de Espejo. Fue entonces cuando le echó al cuello, desde a caballo, su brazo izquierdo, exclamando: "¡Gloria al salvador de Chile!".
El general vencedor, señalando las vendas ensangrentadas del brazo derecho del Director, prorrumpe: "General: Chile no olvidará jamás su sacrificio presentándose en el campo de batalla con su gloriosa herida abierta" y reunidos ambos se adelantaron para completar la victoria.
Eran las cinco de la tarde y el sol declinaba en el horizonte.
RESISTENCIA DE ORDÓÑEZ
La batalla no estaba terminada. Ordóñez se había posesionado del caserío de Lo Espejo, dispuesto a salvar el honor de sus armas con la resistencia o la vida de sus soldados en una retirada protegida por la oscuridad de la noche.
Reconcentró allí las compañías de granaderos y cazadores casi intactas y los restos del "Burgos", el "Concepción" y el "Infante don Carlos"; habiéndose retirado el "Arequipa" del campo con su comandante Rodil.
El valeroso general español, con admirable sangre fría, dispuso todo personalmente, con habilidad y decisión. Colocó en el fondo del callejón, tras una ancha acequia frente de un puentecillo, los dos únicos cañones que le quedaban, sostenidos por cuatro compañías de fusileros.
Formó el grueso de su infantería sobre una pequeña altura fronteriza a las casas, dando cara a los dos frentes vulnerables; reconcentró en el patio de las casas su reserva, pronta a acudir a todos los puntos amenazados; cubrió con destacamentos los callejones laterales y extendió en contorno, protegidos por las tapias y emboscados en las viñas, un círculo de cazadores. En esta actitud decidida espera el último ataque.
EL TRIUNFO FINAL
Las Heras fue el primero que persiguiendo a los cazadores de Morgado, llegó a la puntilla sudoeste, fronteriza a la boca alta que domina el callejón de Espejo. Se dio cuenta inmediatamente de la situación y prudentemente dispuso que el batallón descendiera al llano y se ocultase tras de un pequeño mamelón al oriente del caserío (izquierda española) y esperase la señal de un toque de corneta para coronarlo y romper el fuego.
A medida que fueron llegando otros batallones, les señaló sus puestos y estableció convenientemente la artillería en la parte alta de la puntilla, a fin de cañonear la posición antes de dar el asalto.
En esos momentos se presentó el general González Balcarce y ordenó imperiosamente que el batallón Cazadores de Coquimbo atacara sin pérdida de tiempo por el callejón. El comandante Thompson, dio la señal y penetró resueltamente en columna al desfiladero. Allí fue recibido por la metralla de las dos piezas que lo defendían. Pretendió avanzar; pero nuevas descargas de fusilería del frente y de los flancos, lo detuvieron, haciéndole retroceder en derrota, dejando en el sitio 250 cadáveres, salvando a todos sus oficiales heridos.
Se volvió entonces al bien calculado plan de Las Heras. Los comandantes Borgoño y Blanco Encalada rompieron el fuego con diecisiete piezas que en menos de un cuarto de hora desconcertaron las resistencias, obligando a los realistas deshechos por el cañoneo, a refugiarse en las casas y en la viña del fondo. La señal de asalto se dio: el número 11, sostenido por dos piquetes del 7 y 8 de los Andes, cargó por el flanco rompiendo tapias, pasando a la bayoneta cuanto se le presentara.
La batalla estaba terminada. Los realistas se dispersaron en pelotones por las encrucijadas, viñas y potreros adyacentes. En ese momento hizo su aparición en la lucha final, un regimiento auxiliar de milicias de Aconcagua, que lazo en mano se apoderó de centenares de prisioneros como de reses en el aprisco.
Los vencedores, irritados por el sacrificio de los Cazadores de Coquimbo, continuaban matando, cuando se presentó Las Heras e hizo cesar la inútil carnicería. Pocos momentos después le entregaron sus espadas como prisioneros el general Ordóñez, el jefe de estado mayor Primo de Rivera, el jefe de división Morla, los coroneles de la caballería Morgado y Rodríguez y, con excepción de Rodil, todos los oficiales de la infantería realista -Laprida, Besa, Latorre, Jiménez, Navia, Bagona y multitud de oficiales-.
Las Heras alargó ambas manos a Ordóñez y lo saludó como a un compañero de heroísmo, ofreciéndole noblemente su amistad, amparando con su autoridad a sus compañeros de infortunio.
El general realista Mariano Osorio Pardo había logrado escapar del teatro de operaciones, junto a algunos de quienes le secundaran, logrando llegar a Lima, donde fue juzgado en orden a las posibles responsabilidades que le cupieran con motivo de la derrota realista. Fue absuelto y partió en viaje de regreso a su tierra natal, Sevilla; pero murió en La Habana (Cuba), víctima de fiebre palúdica, en 1819.
ORDÓÑEZ Y LOS OFICIALES ESPAÑOLES
El general Ordóñez, junto con el jefe de estado mayor, coronel de infantería Joaquín Primo de Rivera y Ortiz de Pinedo y otros oficiales españoles apresados, fueron enviados como prisioneros a San Luis, entonces una pequeña villa rodeada de sierras desérticas y de llanos sin agua, solo habitados por pueblos originarios. En principio, fueron muy bien tratados por parte del gobernador Vicente Dupuy que, incluso, les permitió caballerosamente algunas libertades.
La llegada de Bernardo de Monteagudo cambió las cosas, ya que indujo a Dupuy a encerrarlos con mucha más dureza, motivo que llevó a los prisioneros realistas a rebelarse.
En enero de 1819, según crónicas de la época, los oficiales realistas encabezados por un capitán tomaron por asalto la casa del gobernador Dupuy e intentaron asesinarlo. También tomaron la cárcel y liberaron algunos prisioneros.
Pero la revuelta fue sofocada por unos pocos oficiales independentistas, entre ellos el teniente Juan Pascual Pringles y el comandante riojano Facundo Quiroga. Veintisiete realistas prisioneros fueron muertos en este episodio, que se conoció en España como la matanza de San Luis.
TROFEOS
Los trofeos de esta jornada fueron: doce cañones, cuatro banderas; un general, cuatro coroneles, siete tenientes coroneles, 150 oficiales y 2.200 prisioneros de tropa; 3.850 fusiles, 1.200 tercerolas, la caja militar, el equipo y las municiones del ejército vencido.
1200 realistas perecieron en el campo de batalla.
Esta victoria, la más reñida de la guerra de la independencia sudamericana, fue lograda por los independientes a costa de la pérdida de más de 1.000 hombres entre muertos y heridos, pagando el mayor tributo los libertos negros de Cuyo, quedando más de la mitad de ellos en el campo.
IMPORTANCIA DE MAIPÚ
Más que por sus trofeos, Maipú fue la primera gran batalla americana, histórica y científicamente considerada. Por las correctas marchas estratégicas que la precedieron y por sus hábiles maniobras tácticas sobre el campo de la acción, así como por la acertada combinación y empleo oportuno de las armas, es militarmente un modelo notable si no perfecto, de un ataque paralelo que se convierte en ataque oblicuo, por el uso conveniente de las reservas sobre el flanco más débil del enemigo por su formación y más fuerte por la calidad y número de sus tropas; inspiración que decidiera la victoria, aplicando el orden oblicuo inventado por el inmortal general griego Epaminondas.
Por su importancia trascendental, sólo pueden equipararse a la batalla de Maipú, la de Boyacá, que fue su consecuencia inmediata y la de Ayacucho que fue su consecuencia ulterior y final. Pero sin el triunfo en Maipú, no habrían tenido lugar Boyacá ni Ayacucho.
El 17 de abril de 1818, “El Censor” – de Buenos Aires- en una publicación extraordinaria daba cuenta de la Jornada de Maipú.
El miércoles 22 de abril, la “Gazeta de Buenos Aires” en su edición nro. 67, publicaba el “Detalle de la Jornada de Maipú”.
Reconociendo la trascendencia de la victoria, el 8 de mayo de 1818 el Congreso de las Provincias Unidas en Sud-América declaró a los jefes, oficiales y tropa del Ejército de los Andes “Heroicos Defensores de la Nación” (Gazeta de Buenos Aires, nro. 70).
Vencidos los realistas en Maipú, Chile consolidó la causa de la emancipación y subsidiariamente, la revolución argentina, encerrada dentro de sus fronteras amenazadas por los ejércitos hispanos por sus dos puntos más vulnerables, desde entonces inmunes.
Sobre todo, sin Chile, no se habría obtenido el dominio naval del Pacífico, haciéndose imposible la expedición al Bajo Perú y Bolívar no hubiera podido converger hacia el sur, aún triunfando en el norte sobre los ejércitos españoles contra los que luchaba; de hacerlo, se habría encontrado con 30.000 hombres haciéndole frente y el mar cerrado.
Además, Maipú quebró para siempre el nervio militar del ejército español en América, llevando el desánimo a todos los que sostenían la causa del rey desde Méjico hasta el Perú, dando nuevo aliento a los independientes. Chacabuco había sido la revancha de Sipe-Sipe; Maipú, fue la precursora de todas las ventajas sucesivas. Tuvo además, el singular mérito de ser ganada por un ejército derrotado e inferior en número a los quince días de su derrota, ejemplo singular en la historia militar.
TEMPLO VOTIVO DE MAIPÚ / BASÍLICA DE NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN
Es el Santuario Nacional de Chile, situado en la calle del Carmen (Camino a Rinconada), en su intersección con el extremo de la Avda. 5 de Abril, municipio Maipú, en la Región Metropolitana de Santiago.
Lo hizo construir el entonces Capitán General y Director Supremo de Chile, Bernardo O'Higgins, quien así lo dispusiera el 7 de mayo de 1818, agradeciendo y cumpliendo los votos que hiciera a la Virgen del Carmen, tras el triunfo del Ejército de Chile junto al Ejército de los Andes en los llanos de Maipú, victoria que asegurara la Independencia de Chile.
El 15 de noviembre de ese año fue colocada la primera piedra de la Capilla de la Victoria El canónigo Domingo Errázuriz Madariaga fue el primer superintendente de la construcción hasta que falleciera en 1819. Tras un largo e intermitente proceso de construcción debido, sobre todo, a la escasez de recursos, la antigua iglesia fue inaugurada solemnemente recién en abril de 1892.
En 1906, un terremoto de gran intensidad seguido por un prolongado temblor destruyó el tempo, haciéndose imperativa la reconstrucción del templo.
El 8 de diciembre de 1942, el Congreso Mariano reunido en Santiago, acordó construir un grandioso santuario en los terrenos de la antigua Capilla de la Victoria, de Maipú, para honrar a la Virgen del Carmen.
Nuevamente, la falta de recursos económicos demoró las obras, que se prolongaron en el tiempo, hasta que el 24 de octubre de 1974 pudo inaugurarse solemnemente el Templo Votivo de Maipú.
BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES:
-Historia Jeneral de Chile, Diego Barros Arana, To. XI, Cap. VIII, P. 425 y sig. Santiago de Chile, Rafael Jover, editor, 1890
-Historia Jeneral de la Independencia de Chile, Diego Barros Arana, To. IV, P. 346 y sig.-Santiago de Chile, Imprenta del Ferrocarril, 1858
-Historia de San Martín y de la Emancipación Americana, Bartolomé Mitre. Vol. II, p. 174_Buenos Aires, imprenta de La Nación, 1888.
-Anales históricos de la Revolución de la América Latina, Carlos Calvo. To. IV, p. 61 y sig. Paris, 1865
-El Jeneral D. José de San Martín-B. Vicuña Mackenna, p. 22-Santiago de Chile, Imprenta Nacional, 1863.
-Historia Física y Política de Chile- Claudio Gay. To. VI Historia, Cap. XLIX, pag. 261 y sigs- París, 1848.
-Historia Física y Política de Chile- Claudio Gay. To. III Botánica, pag. 296. París, 1848.
-Propagación de especies forestales nativas de las zonas áridas y semiáridas de Chile-Manual # 47-Ministerio de Agricultura de Chile / INFOR / CORFO / ONOA.P.54 y 55
-Detalle de la Jornada de Maipú, en la Gazeta de Buenos Aires, nro. 67, de 22 de abril de 1818. Buenos Aires, Imprenta de los Expósitos
-El 8 de mayo de 1818 el Congreso de las Provincias Unidas en Sud-América declara a los jefes, oficiales y tropa del Ejército de los Andes “Heroicos Defensores de la Nación”. Gazeta de Buenos Aires, nro. 70 (p. 191/182), de 13 de mayo de 1818. Buenos Aires, Imprenta de los Expósitos
-“La Gazeta Federal”
CANCIONERO
El cancionero sobre las hazañas de las armas criollas nació en clave gauchesca.
Tras el triunfo del 5 de abril de 1818 del general San Martín sobre los realistas en Maipú, el parte que anunciara la victoria fue traído por Manuel Escalada y conocido en Buenos Aires el 17 de abril, en una publicación extraordinaria de “El Censor”. Al día siguiente la ciudad tuvo grandes celebraciones. El miércoles 22 de abril, en la edición nro. 67 de la “Gazeta de Buenos Aires” fue publicado el “Detalle de la Jornada de Maipú”.
El mayor poeta popular criollo de los tempos de la Independencia fue Bartolomé Hidalgo, nacido en Montevideo en 1778. Llegó a Buenos Aires a los 30 años y en las calles porteñas vendía sus versos, los “cielitos patrióticos”, que documentaron los acontecimientos y sinsabores que padecía el pueblo.
El género gozaba del pueblo, en el estrecho sistema literario rioplatense de entonces.
Hidalgo, que en 1822 muriera en la pobreza, a los 44 años, en Morón, cantó al triunfo de San Martín en Maipú, en el marco del cielito, con estructura poética de origen popular, haciéndolo en el “Cielito patriótico que compuso un gaucho para cantar la acción de Maipú”, citado como impreso, en dos folios, sin fecha, por la Imprenta de Expósitos (Buenos Aires) por Antonio Zinny en su “Bibliografía Histórica de las Provincias Unidas del Río de la Plata desde el año 1870 hasta el de 1821”, Buenos Aires, Imprenta Americana (1875), página 216.
Martiniano Leguizamón escribe sobre Bartolomé Hidalgo su obra “El primer poeta criollo del Río de la Plata 1788-1822. Noticia sobre su vida y su obra”, Talleres Gráficos del Ministerio de Agricultura de la Nación (1917), transcribiendo en las páginas 52/54) el “Cielito patriótico que compuso un gaucho para cantar la acción de Maipú”.
Como en la mayoría de esas composiciones, Hidalgo omitió su autoría, estableciendo una relación entre lo gauchesco y el anonimato; aportando una ficción de oralidad que refuerza la idea de “autoría gaucha”, fortaleciendo su aspecto folclórico.
El “Cielito patriótico que compuso un gaucho para cantar la acción de Maipú”, fue un verso octosílabo inspirado en el “Oficio del general en jefe del ejército de los Andes don José de San Martín al director de las Provincias Unidas de Sudamérica, dándole cuenta detallada de la Victoria de Maipú”; oficio que fuera reproducido en la “Gazeta de Buenos Ayres” del miércoles 22 de abril de 1818. Pocos días después, Hidalgo publicaba esta composición que solo con el tiempo se le atribuyó a él; haciéndolo en dos páginas sueltas, con versos como los que siguen:
No me neguéis este día
cuerditas vuestro favor,
y contaré en el cielito
de Maipú la grande acción.
Cielo, cielito que sí,
cielito de Chacabuco,
si Marcó perdió el envite,
Osorio no ganó el truco
……
Al fin el cinco de abril
se vieron las dos armadas
en el arroyo Maipú,
que hace como una quebrada.
Cielito, cielo que no,
cielito digo que sí,
párese mi don Osorio
que allá va ya San Martín.
……
Cargaron nuestros soldados
y pelaron los latones,
y todo lo que cargaron
flaqueron los guapetones.
Cielito, cielo de flores,
los de lanza atropellaron;
pero del caballo, amigo,
limpitos me los sacaron.
……
Osorio salió matando
al concluirse la contienda,
sin saber hasta el presente
dónde fue a tirar la rienda.
Cielito, cielo que sí,
cielito de los reveses;
nos ganaron el albur (1)
y perdieron los entreses (2).
Notas:
(1) El albur es un juego de baraja española en el que participan dos o más personas, en el que las palabras toman doble sentido.
(2) Entreses es un lance en el juego del monte, en que, habiéndose duplicado una de las cartas en el albur o el gallo, se apunta a la contraria, con la condición de que la suerte no sea válida en los tres primeros naipes que saque el banquero. Se emplea con el significado de una última oportunidad.
Por cierto, no hay versiones grabadas del cielito patriótico de Bartolomé Hidalgo. Pero ya en el siglo XX otros poetas y músicos recordarían en sus obras a don José de San Martín y la batalla de Maipú. Como los Hermanos Abrodos, a quienes se puede escuchar en “Cielito de la batalla de Maipú”, composición de José ‘Pepe’ Abrodos), cliqueando sobre la siguiente imagen:
Enrique F. Widmann- IberInfo / Buenos Aires