Vicente López: Juan Ruiz de Ocaña y los primeros españoles. La quinta San Antonio y el Hotel Edén
JUAN RUIZ DE OCAÑA
Entre los adjudicatarios de tierras en el reparto de Garay, estuvo don Juan Ruiz de Ocaña, uno de los “mancebos de la tierra” (criollos) que acompañaran al fundador desde el comienzo de la expedición, en Asunción (actual capital de la República del Paraguay).
Su padre fue don Juan Ruiz, peninsular originario de Ocaña, población de la actual provincia española de Toledo (Castilla-La Mancha), situada a unos 60 kms. al sur de Madrid. Su madre fue doña Petrona Díaz.
Juan Ruiz (padre) había llegado a las tierras del Río de la Plata con la expedición del primer adelantado, don Pedro de Mendoza y, cuando se abandonara Buenos Aires, marchó a la Asunción, donde se afincó y nacieron sus hijos: Juan y Esteban Ruiz de Ocaña.
Don Juan Ruiz de Ocaña (hijo) fue uno de los primeros propietarios de tierras adjudicadas por don Juan de Garay luego de fundar Buenos Aires el 11 de junio de 1580 (tras la fallida tentativa de instalación de don Pedro de Mendoza, en 1536.
Con la expedición fundadora de Garay también arribó el hermano de Juan, Esteban Ruiz de Ocaña, sin que de él quedaran registros en Buenos Aires, deduciéndose de ello o bien una muerte temprana, o su alejamiento de la recién fundada ciudad de la Trinidad y Puerto de Santa María del Buen Ayre yendo, quizás, a Córdoba de la Nueva Andalucía, donde se había avecindado su padre, luego de dejar Asunción.
Tras el acto fundacional, Garay comenzó a adjudicar tierras a sus hombres, bajo la forma de “suertes” o chacras cuyas medidas debían tener un ancho mínimo de 300 varas (260 metros) hasta un máximo de 500 (433 metros) por un legua de fondo (5.196 metros). Las parcelas se iniciaban a partir de una punta, situada arriba de la villa (actualmente, la intersección de las calles Arenales y Basavilbaso, de la ciudad de Buenos Aires, donde está situado el Palacio San Martín, sede del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto) “...hasta la ribera del Paraná, y correr la tierra adentro… una legua (de profundidad)”.
Se adjudicaron sesenta y cinco chacras a los primeros pobladores europeos; vale decir, algo más de 25.000 varas con frente al Río de la Plata (incluyendo doce varas para los senderos o calles que debían abrirse cada dos chacras o “suertes”; estimándose así que, hacia el noroeste, debía alcanzar el límite a la altura de la actual localidad de Punta Chica, partido bonaerense de San Fernando, poco más allá del límite entre éste partido y el de San Isidro.
De las sesenta y cinco suertes, tres medían 500 varas de ancho; treinta y una, 400 varas; veintisiete eran de 350 varas y las cuatro 4 restantes, de 300 varas.
Las medidas son estimadas, ya que cabe tener en cuenta que en la época, en los dominios de la Corona de España, la vara no tenía equivalencia uniforme. Coexistían la de Castilla (o de Burgos), cuya medida era de 835,9 milímetros; la de Aragón, con 772 mm.; la de Navarra, de 785 mm. y la de Asunción, de 866 mm.
Cabe considerar que siendo entonces la región de Buenos Aires un área dependiente de la preexistente gobernación del Paraguay, la unidad de medida debe haber sido la vara de Asunción, equivalente a 866 mm.
La suerte adjudicada a don Juan Ruiz de Ocaña el 15 de junio de 1583 tenía unos 400 metros de ancho por 6.000 de fondo y estaba comprendida (aproximadamente) por las actuales calles Carlos F. Melo (que antes de denominara Zanjón de Ibáñez) y Julio A. Roca, en el ahora partido bonaerense de Vicente López, con frente al Río de la Plata y por su fondo, aproximadamente, el actual límite oeste del partido de Vicente López con el de General San Martín.
Juan Ruiz de Ocaña había formado familia en Santa Fe, uniéndose a otra criolla, originaria de Asunción, Bernardina Guerra de Sepúlveda y Cadura (hija de Juan Guerra, natural de Espinosa de los Monteros, en la Comarca de Las Merindades, norte de Burgos; siendo su madre Ana de Sepúlveda), con quien tuvo tres hijos varones: Diego, quien fuera capitán, alcalde y segunda cabeza de encomienda; Juan y Francisco y una mujer, Cathalina Ruiz de Ocaña y Guerra.
Fallecido Juan Ruiz de Ocaña, su viuda Bernardina Guerra de Sepúlveda contrajo nuevo enlace con el capitán Juan de Avalos y Mendoza, viudo a su vez de Juana Cejas, con quien tuviera siete hijos, entre ellos el capitán Juan Abalos de Mendoza y Cejas, nacido en Santiago del Estero.
Cathalina Ruiz de Ocaña y Guerra, nacida en Buenos Aires en 1585 y fallecida en la misma población, a los 74 años, el 7 de agosto de 1659, contrajo matrimonio con el capitán Juan Ábalos de Mendoza y Cejas, hijo de su padrastro; fueron padres de Juan, quien dejó de lado su apellido paterno para adoptar el materno, Ruiz de Ocaña, asumiendo así la tercera cabeza de encomienda de su abuelo; algo jurídicamente procedente en la época, cuando las encomiendas, adelantazgos y otros privilegios, se extendían por tres vidas.
Extensa fue la familia que fundara Ruiz de Ocaña; uno de sus descendientes fue el general Bartolomé Mitre.
Juan Ruiz de Ocaña (h) fue encomendero y llego a ser Alcalde de Buenos Aires.
Si bien no tuvo actuación distinguida en el Cabildo de Buenos Aires, descolló en las actividades productivas, agrícolas, industriales y mercantiles. A las tierras que recibiera en merced, en su condición de primer poblador, sumó chacras que adquiriera sobre la cañada que se conoció con su nombre (actual arroyo de Morón) y sobre el río de las Conchas (hoy Reconquista). Allí construyó el primer molino harinero movido por la circulación de corriente de agua, a diferencia de la mayoría de los molinos harineros de los pagos pampeanos que circundaban Buenos Aires, que por entonces eran atahonas (tahonas), vale decir, molinos cuyo movimiento se producía por tracción a sangre, utilizándose equinos. Los restos de las obras del molino de Ruiz de Ocaña y el canal derivador, podían verse hasta no hace mucho cerca de la estación Bancalari, del F.C.B.Mitre, ramal a San Nicolás y Rosario.
Para distribuir en encomiendas a los aborígenes de la región y hacerlos trabajar para los españoles, Garay ordeno a Juan Ruiz de Ocaña censarlos, para subordinarlos y proceder al reparto.
Los querandíes de la región respondían al tubichá-guazú (Gran Jefe) o cacique Telomián Condié, cuyo hijo, identificado como Diego por los españoles, se opuso que su pueblo fuera sometido, debiendo acatar las órdenes del conquistador y abandonar el área que ocupaban las tolderías, diseminadas por la región, junto a los arroyos y a las aguadas.
Frente a la oposición de los nativos, Ruiz de Ocaña tuvo inconvenientes y dificultades para dar cumplimiento a las órdenes recibidas. Se produjeron enfrentamientos entre los españoles de origen y sus aliados, los mancebos de la tierra, por una parte y los querandíes de la comarca, por la otra.
El combate más sangriento se produjo en las cercanías de la desembocadura del arroyo Morales en el río Matanza, donde los españoles, que ya disponían de armas de fuego (arcabuces a mecha y de rueda) se impusieron a los nativos, masacrándolos y tiñendo con su sangre las aguas del río que, por ello, tomó el nombre de La Matanza.
El sitio de la masacre es cercano al área estudiada en 1984 por arqueólogos de la Asociación de Estudios Históricos-Arqueológicos de la Región Pampeana (ADEHA), frente al área del aeropuerto internacional de Ezeiza “Ministro Pistarini”.
Vencido el pueblo que comandaba Telomián Condié en el sangriento encuentro, el vencedor obtuvo todos los derechos sobre el cacique y sus aborígenes para “...adoctrinarlos, castigarlos y ponerlos en policía según y como lo manda su Majestad”.
Posteriormente reapareció Diego Condié, causando dificultades a los pobladores de Buenos Aires, ávidos por la obtención de tierras y también interesados en la tenencia de aborígenes para su servicio. Fue apresado, engrillado y deportado a las posesiones españolas en el Brasil. Diego Condié logró huir desde su lejano cautiverio, huyó y reapareció en su tierra, uniéndose a su gente, empeñado en defender la libertad querandí y luchar por mantener lo que les brindaba la naturaleza. Nuevamente descubierto y detenido, se cree que fue nuevamente alejado de estos pagos y ya no regresó al seno de su pueblo. Muerto Telomián Condié y desaparecido su hijo Diego, los querandíes se quedaron sin su jefe mayor y fueron conducidos por jefes menores (tubichá-mini), abandonando paulatinamente algunas tierras y despojados de otras; desapareciendo sin que se sepa con grado de certeza si volvieron a reagruparse o si se integraron en las tribus vecinas que no les eran hostiles.
LAS TIERRAS QUE ADJUDICARA GARAY
Originariamente, quienes fueran adjudicatarios de tierras en el reparto de Garay, no vivieron permanentemente en ellas. Solo unos veinte de ellos lo hicieron y por entonces toda la población era de unas 200 personas, incluyendo familiares, sirvientes y esclavos.
Treinta años más tarde, apenas diez y nueve chacras estaban en actividad. Estando sobre tierras fértiles, se convirtieron en proveedoras de cereales, vinos y leña de la villa de la Santísima Trinidad (Buenos Aires). Así siguieron, con la explotación a cargo de mayordomos y capataces, durante unos dos siglos.
A comienzos del siglo XVIII, en las zonas costeras del Río de la Plata se desarrollaban grandes chacras que fueron características en la región. Al estilo de los cascos de estancia, aunque rústicas, las edificaciones eran vivienda de los grandes propietarios cuando llegaban desde Buenos Aires, sede de su vida y negocios, para ver de cerca la marcha de sus establecimientos rurales en la zona. Por aquella expresión castellana que dice “El ojo del amo, engorda el ganado”.
Las originales chacras fueron dejando los sembradíos, como los de cereales y, a la vez, dividiéndose en quintas de superficie mucho más reducida, orientadas al cultivo de frutas, hortalizas y forraje.
Más adelante, promediando la década 1820-1830 las chacras se dividieron aún más, para dar paso a las "quintas de veraneo", sobre las barrancas de la costa.
Así comenzó la zona a ganar espacio para el ocio de los porteños.
Terminaba el siglo XIX cuando estas últimas quintas de veraneo comenzaron a convertirse en residencias permanentes. Fuertes comerciantes y profesionales de Buenos Aires comenzaron a instalarse aquí, dando origen a las primeras áreas urbanas y así fue en éste caso.
El ferrocarril fue un fuerte impulsor. El 27 de junio de 1857, una ley provincial autorizó la creación de un ramal ferroviario. Pero recién cinco años después, el 7 de diciembre de 1862 el Ferrocarril del Norte de Buenos Aires inauguraba la primera sección de su línea, librando al servicio público la línea que unía el Retiro y Empalme Maldonado con Belgrano.
Cuando fuera inaugurado por el presidente Bartolomé Mitre, en 1862, el Ferrocarril del Norte tenía cabecera en una básica estación en el Retiro (el edificio actual se inauguró el 2 de agosto de 1915), ubicada en Paseo de Julio y Maipú (ahora Av. del Libertador y Ramos Mejía).
El entonces gobernador de la Provincia de Buenos Aires, don Mariano Saavedra, había autorizado al empresario Eduardo Hopkins a prolongar los servicios del ramal hasta la estación San Isidro. La compañía Buenos Aires and San Fernando Railway utilizó el ramal para extender el servicio en un nuevo tramo, haciéndolo sobre el Camino del Bajo existente que, en una nueva traza paralela fue llevado a unos 30 metros hacia el este (hacia la costa del Río de la Plata), llegando en escalas, el 10 de octubre de 1863, a Rivadavia, Olivos y San Isidro; a San Fernando, el 4 de febrero de 1864; extendiéndose luego al Tigre, contando con una extensión total de 29 kilómetros. En 1870 se inauguró el Desvío al Muelle de San Fernando.
Para facilitar el desplazamiento de los pasajeros hacia el centro de la ciudad de Buenos Aires, la empresa ferroviaria construyó también una línea de tranvías de tracción a sangre, desde Retiro a las cercanías de la Plaza de Mayo, Casa de Gobierno y Aduana Nueva, que fue librada al servicio público el 14 de julio de 1863; siendo el primero de los tranvías de tracción a sangre que circulara en Buenos Aires y en la República Argentina.
Se construyó la estación Central, que se levantaba a unos 100 metros del lateral norte de la Casa de Gobierno, en el Paseo de Julio [hoy Leandro N. Além] entre Piedad [Bartolomé Mitre] y Rivadavia). Por ella pasaban las vías que siguiendo la línea costera, vinculaban Retiro con La Boca.
La ferrovía del Norte también llegó a la entonces estación Central haciendo uso de la autorización para emplear locomotoras a vapor en dicho trayecto; con las vías entre rejas, siguiendo el trazado del Paseo de Julio (actual Avda. Leandro N. Além) y como consecuencia del convenio de 12 de agosto de 1872 por el que las empresas ferroviarias acordaron el uso común de dicha estación Central, hasta ese momento propiedad del Ferrocarril Buenos Aires al Puerto de la Ensenada (FCBAPE).
El 1 de enero de 1888, junto a los históricos pilares del portón de la quinta San Antonio (la construcción más antigua que aún se conserva, remozada, en Vicente López ya que data de 1763) se abrió la parada San Antonio del entonces Ferrocarril del Norte, haciendo posible el traslado de pasajeros que comenzaron a utilizar la parada para llegar e iniciar viajes desde ella.
En el año 1889, el Ferrocarril Central Argentino adquirió el Ferrocarril del Norte de de Buenos Aires incorporándolo a su red.
La llegada del Ferrocarril del Norte fue importante movilizador para el desarrollo de la zona. A unos dos kilómetros hacia el noreste, el 6 de enero de 1897 se inauguraba la capilla de Jesús en el Huerto de los Olivos, construida sobre terrenos donados por el administrador del entonces Ferrocarril Central Argentino, don Hernán Wineberg. Con el tiempo esta capilla se convertiría en la catedral del municipio y Jesús en el Huerto de los Olivos en su patrono.
El tráfico ferroviario fue tan intenso y la demanda por parte de los viajeros fue de tal magnitud, que se hizo necesaria la construcción de una nueva estación, la actual, inaugurada el 15 de mayo de 1890, que se denominó Vicente López en homenaje al autor de la letra del Himno Nacional argentino. Tenía entonces un desvío para cargas.
Se considera que el nuevo nombre de la estación respondió a las influencias de don Gregorio Esperón(1), entonces propietario de una quinta cercana cuyos límites estaban entre las actuales calles de Gaspar Campos, la barranca de Melo (antiguo zanjón de Ibáñez), Madero y Güemes (lindera a la de San Antonio), quien era descendiente de una hermana del abogado Alejandro Vicente López y Planes, autor que fuera de la letra del Himno Nacional.
La zona se enriqueció con la construcción de grandes y confortables residencias y mejoras estéticas.
Los nuevos caminos y la conversión de los viejos senderos en calles, abrieron paso al trazado urbano.
(1) Don Gregorio Esperón Segismundo fue descendiente de María Gregoria López y Planes, hermana de Alejandro Vicente López y Planes, autor del Himno Nacional Argentino.
María Gregoria Vicenta López y Planes (Buenos Aires, 10 may 1786-id, 8 ene 1862), casada con Santiago Esperón Ricoy (Combarro, Pontevedra, Galicia, 1778-Buenos Aires, 25 oct 1838) tiene descendencia que todavía sigue residiendo en el partido de Vicente López, representada en distintas ramas familiares (como la de los Esperón, Corvalán, Castro y Pelliza).
Uno de sus hijos fue Eustaquio Victorio Esperón López (Buenos Aires, 1 nov 1812- id, 7 dic 1893), casado con Victoria “Victorita” Segismundo Luengo (Buenos Aires, 2 jun 1820-ib. ene 1909), una de las dos hijas (la otra fue Felipa, nacida en 1812, casada con un integrante de la familia de Narciso Laprida) del alarife -maestro mayor de obras-Juan Bautista Segismundo Tufiño, constructor y administrador que fuera de la Recova que atravesaba la actual Plaza de Mayo de sur a norte, siguiendo la línea de las actuales calles Defensa-Reconquista y, también, del Convento de San Lorenzo (formalmente convento de San Carlos Borromeo), en San Lorenzo, provincia de Santa Fe, a 31 kms. al norte de Rosario).
Don Juan Bautista fue propietario de una importante superficie de tierra en las afueras de la villa capital del virreinato, situada aproximadamente entre las calles Lavalle y Melo (antiguo zanjón de Ibáñez), en el actual partido de Vicente López.
Eustaquio Victorio Esperón López y Victoria Segismundo Luengo fueron padres, entre otros, de Gregorio Esperón Segismundo (Buenos Aires, 6 ene 1846), quien contrajera matrimonio con Isabel Chaves (Buenos Aires 1847-San Isidro, 17 abr 1903).
Las tierras del alarife Segismundo en el actual Vicente López fueron heredadas por sus hijas. Felipa mensuró las suyas en 1856 y Victoria hizo varias subdivisiones entre 1850 y 1860. Hacia 1860, Felipa regaló a su sobrina política, María Isabel Cháves López, esposa de su sobrino Gregorio Esperón (h), la chacra que estaba ubicada entre las actuales calles Gaspar Campos, la barranca de Melo (el antiguo zanjón de Ibáñez) y las actuales calles Madero y Güemes.
En sus tierras del por entonces reciente partido bonaerense de Vicente López, sobre la barranca, don Gregorio Esperón hizo construir una espléndida mansión, al comenzar la década 1910-1920.
Esperón falleció en 1914 y en 1916 la mansión fue adquirida por Lorenzo Raggio y su esposa María Angela Celle. Fallecido poco después el nuevo titular la finca pasó a manos de su hijo Rómulo (1918), quien la denominó quinta San Lorenzo, para entonces reducida a una manzana de superficie.
LA QUINTA SAN ANTONIO - HOTEL EDÉN - HOTEL PARQUE
Una de las quintas de mayor relevancia fue la de San Antonio, con entrada por el Camino del Bajo, de cuya actual traza la separara el tendido de las vías del ferrocarril. Propiedad que fuera de la familia Azcuénaga.
Aún se conservan, al pie de la barranca, a un costado de la estación Vicente López, cerca de la parada de taxis, por la calle Azcuénaga al 1100, los antiguos pilares construidos en 1763 que en el siglo XVIII marcaban el acceso a la quinta y que, con alto valor histórico, son la construcción más antigua que aún está en pie, en todo el partido de Vicente López.
La quinta San Antonio tuvo el esplendor de las antiguas construcciones coloniales. Se construyó sobre las tierras que fuera originariamente de Juan Ruiz de Ocaña.
Por ella pasaron y se albergaron relevantes personajes, como el Virrey Juan José de Vértiz y Salcedo, previamente gobernador de Buenos Aires.
Vértiz era huésped habitual, a veces durante largas estancias, de los propietarios de la finca, el coronel don Pascual Ibáñez de Echavarri y Sandoval (originario de Vitoria-Gasteiz, Álava) y de su esposa María Gabriela Josefa de Basavilbaso y Urtubia.
En 1799 la quinta fue subastada, siendo adquirida entonces por el abogado Juan José Castelli y Villarino, bien conocido como “El Orador de Mayo”, ferviente defensor de la Revolución de Mayo de 1810 de la que surgiera la Primera Junta de gobierno patrio, de la que fue uno de sus seis vocales.
También fueron vecinos de la zona, en ese tiempo, Juan Larrea y Espeso (otro ferviente defensor de la Revolución de Mayo, originario de Mataró (Cataluña) y Miguel de Azcuénaga, integrantes, como Castelli, de la Primera Junta de Gobierno.
En 1812 ocupó la quinta Gaspar de Santa Coloma, varias veces miembro del Cabildo de Buenos Aires, casado con Flora de Azcuénaga, hija de Miguel.
Con el tiempo, pasó –por herencia- a la familia Llavallol, que la ocupó como residencia de verano.
En la capilla de la casa, cuyo altar mayor contaba con una espléndida imagen de la Virgen de Lourdes, se bendijo el enlace del doctor Julio Argentino Pascual Roca y Funes(2) con la señorita María Esther Salomé Llavallol Elía, celebrado el 18 de diciembre de 1897; entonces, a los fines civiles, en jurisdicción de San Isidro.
Tenía un gran patio cuadrangular, guarnecido por una galería de claustro sobre cuyo portal, incrustado en el muro, podía verse el escudo de armas hispano de los antiguos moradores.
La zona siguió progresando. El 21 de diciembre de 1905, se creó el partido de Vicente López y comenzaron a intensificarse las actividades inmobiliarias. Sobre todo, el loteo y venta en remate de las tierras.
Hacia 1912 la quinta estaba ya prácticamente en estado de abandono. Los jardines descuidados, los árboles sin podar y la sólida casa aparecía abandonada y vacía, en medio de la frondosa arboleda, convertida en refugio y hospedaje de animales diversos.
Los libros de la biblioteca aparecían desordenados y abandonados, afectados por el paso del tiempo.
La casilla no tuvo mejor suerte- Los objetos de culto estaban amontonados y abandonados y algunas imágenes, como la del Niño Dios, con visibles señales de deterioro.
Fue en ésta época cuando el doctor Jaime Llavallol vendiera la propiedad, en la suma de dos millones de pesos moneda nacional.
Luego, la compró Cristóbal de Accini, quien la convirtió en el lujoso Hotel Edén, que en la década 1920-1930 se denominara Parque Hotel, hasta llegar al año 1934, cuando fuera demolido.
Una fotografía aérea tomada desde las cercanías de la vertical Martín J. Haedo y Gaspar Campos hacia el norte-noreste por los precursores de la aviación local, Juan Bautista Borra y Enrique Broszeit, hizo posible que hoy podamos contar con una imagen nítida de la zona, con buena definición.
En el ángulo inferior izquierdo de la misma aparece la casona de la quinta San Antonio (ya reformada, ampliada y convertida en el Hotel Edén, a posteriori Hotel Parque), que se levantaba en el lado sur de la actual calle Julio A. Roca, cerca de su intersección actual con la de Madero. Había entonces un camino que atravesaba las actuales manzanas casi en diagonal, partiendo desde los pilares históricos de la entrada, del siglo XVIII, (ahora en el lado este de la calle Azcuénaga al 1100, estación Vicente López), que permitían el acceso a la quinta desde el Camino del Bajo (aproximadamente la traza actual del ferrocarril, habiéndose corrido el camino –actual Avda. del Libertador- unos 30 metros hacia el este).
Por ese camino que partía en los pilares, que existía parcialmente arbolado en los años ’20 del siglo pasado, aún se podía llegar al parque del hotel. Aunque el lugar ya no tenía las características del los tiempos del virreinato; comenzaba la urbanización, la apertura de nuevas calles.
(2) Julio Argentino Pascual Roca, fue hijo del general Julio Argentino Roca, ex presidente de la Nación y de doña Clara Funes, descendiente de una familia tradicional cordobesa. Se lo conoció popularmente como “Julio A Roca (h)" o “Julito”.
Nació en Córdoba, el 17 de mayo de 1873.
Fue abogado y político, miembro del Partido Demócrata de Córdoba, cuatro veces Diputado
nacional por Córdoba, Senador Nacional por Córdoba, Gobernador de Córdoba, Vicepresidente de la República Argentina, Embajador Extraordinario a Gran Bretaña para retribuir la visita del Príncipe de Gales en 1933, Embajador en Brasil y Ministro de Relaciones Exteriores.
Fue coautor, junto con el vizconde Walter Runciman, del célebre Pacto Roca-Runciman y firmante del mismo en Londres, en febrero de 1933. Con tal motivo realizó una declaración que aún permanece en la memoria de muchos argentinos: “La geografía política no siempre logra en nuestros tiempos imponer sus límites territoriales a la actividad de la economía de las naciones. Así ha podido decir un publicista de celosa personalidad que la Argentina, por su interdependencia recíproca es, desde el punto de vista económico, una parte integrante del Imperio Británico”.
La frase fue dicha el 10 de febrero de 1933, con motivo de los acuerdos entre Argentina y Gran Bretaña, en el agasajo que la delegación argentina ofreciera al Príncipe de Gales, en el Club Argentino de Londres, en Dorchester House.
Julio A. Roca (h) falleció en la ciudad de Buenos Aires, el 8 de octubre de 1942.
© Enrique F. Widmann-Miguel / IberInfo
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