El “Crimen de Vicente López” que conmoviera al país
Hacía apenas dos décadas que se había creado el partido de Vicente López cuando, el 10 de septiembre de 1926 un crimen conmocionaba no sólo a los pobladores del partido, sino que tuvo trascendencia a nivel nacional: el homicidio del médico y concejal municipal capitalino Carlos A. Ray.
Carlos A. Ray vivía en un chalet situado en la calle 5 de Julio (hoy Lisandro de la Torre) # 1160, entre General Roca y Santa Rosa, de Vicente López. Desde 1922 era concejal en la estructura municipal de la Capital Federal; políticamente actuaba en el marco de la Unión Cívica Radical Antipersonalista, una fracción del partido por entonces gobernante con Máximo Marcelo Torcuato de Alvear como presidente de la Nación, quien apoyara a los antipersonalistas; aunque nunca llegó a sumarse abiertamente e incluso los enfrentara ese mismo año, 1926, cuando intentaran la intervención de la provincia de Buenos Aires para afectar electoralmente al irigoyenismo.
Ray era un médico con fama de respetabilidad. Elegante, fumador empedernido, de buena conversación y oratoria desarrollada en su actuación política, no le costaba mucho empatizar con las personas. Solía organizar reuniones en su casa con correligionarios, asesores y amigos.
Tenía compromiso matrimonial con una "joven de buena familia", aunque de hecho convivía con María Poey de Canelo, cordobesa, de 31 años entonces; hija de un francés que tenía una pensión en Córdoba. María Poey había estado unida en matrimonio con Arturo Raúl Canelo con quien tuviera una hija, por entonces de 14 años, pupila en un colegio de monjas de Belgrano. Se decía que, en realidad, la hija no era de Canelo, sino de uno de los amantes que tuviera.
Socialmente, Ray y Poey decían haber contraído matrimonio en Montevideo. Se habían conocido por medio de un compañero de estudios del primero hacia 1917 cuando, recién recibido, era aún practicante de medicina. María era joven y bien parecida, relacionándose con Ray tiempo después de haberse separado de su esposo y padre de su única hija.
Vivieron juntos en Venezuela 2141, de la Capital Federal.
No hacía mucho que Ray había adquirido el chalet de la calle 5 de Julio 1160 por el precio total de $ 70.000, pagando $ 20.000 en efectivo y el resto a razón de $ 8.000 anuales, con garantía hipotecaria e interés del 7% anual.
El chalet estaba construido sobre un terreno grande, situado a dos cuadras hacia el este (Río de la Plata), desde la Avda. Maipú. En la planta baja tenía un amplio comedor, una sala, vestíbulo que comunicaba con la cocina y otras dependencias y escalera hacia la planta alta. Esta tenía un vestíbulo no muy amplio, utilizado como escritorio, cuarto de costura, baño, sala de vestir, dormitorio principal que daba al frente, con balcón, con sendas puertas hacia uno de los baños y al cuarto de vestir; un dormitorio para huéspedes y otro baño, que era el que utilizaba la hija de Poey de Canelo cuando visitaba la casa.
En otra planta, estaban la habitación de servicio, con dependencias y dos depósitos.
Afuera de la vivienda, estaban el jardín, gallinero y un amplio garage con dos habitaciones, una de ellas dormitorio del jardinero (en alto) y la otra usada como carpintería, a la que Ray era aficionado.
Cuando ocurriera el hecho homicida, estaban en la casa Ray y María Poey, la mucama de nacionalidad española Elisa García, en el piso alto del chalet y el jardinero alemán Reinhold (Reinaldo) Schiz con su esposa española Ramona Rosa Villalba, cocinera de la casa, durmiendo en la parte alta del garage.
La noche del jueves 9 de septiembre de 1926 fueron al chalet de Ray sus tíos, los Pérez, que vivían en la ciudad de Buenos Aires, en la calle Victoria (ahora Hipólito Yrigoyen) 4085 y José Pereira, otro concejal radical, yrigoyenista que como Ray, también lo era desde 1922. Cenaron, jugaron a la escoba (juego de naipes con baraja española) y, si bien la cena había terminado mucho antes, la reunión se prolongó hasta cerca de la 01:00 de la madrugada. Pereira fue el último en retirarse; antes lo habían hecho los Pérez.
Hacia las 05:30 de la madrugada del viernes 10 de septiembre, María Poey de Canelo, desde el balcón, gritó pidiendo auxilio, haciendo tres disparos con un revólver. Casi inmediatamente llegó al lugar el vecino de enfrente, don Arturo A. Costa, quien llamó al médico Dr. Simón R. Bompet. La policía llegó dos horas más tarde.
El cuerpo sin vida del doctor Ray estaba entre la cama y la puerta del balcón, con un revólver debajo; vestido con ropa interior y no con piyama (como era su costumbre); estando dicha prenda en el ropero, en condiciones de ser usada.
Llamó la atención del personal policial interviniente que no hubiera sangre en el piso del dormitorio.
El primer informe médico sobre la muerte por herida de bala, sería confirmado en la autopsia original, que indicaba que el proyectil había entrado por el deltoides cerca del hombro, continuando su ruta por el tórax, perforando la aorta, el corazón y el pulmón, para alojarse finalmente en la pleura. El hombre habría muerto casi en el momento
Poey declaró en los primeros momentos que a poco de dormirse escucharon ruidos y encendieron las luces, encontrando a dos hombres enmascarados que habían ingresado a la vivienda revolviendo en distintos ambientes y al ser sorprendidos por Ray, le dispararon y escaparon. Ray cayó inconsciente y la mujer tomó de la mesa de luz un revólver con el que hizo disparos al aire, para pedir auxilio.
Algunos vecinos aseguraron haber visto escapar a dos individuos, sin mayores precisiones. Otros expresaron no haber visto a nadie.
DECLARACIONES DE LOS TESTIGOS
-Reinhold (Reinaldo) Schiz, alemán de 23 años, jardinero, que dormía con su esposa Ramona Rosa Villalba, española, en la parte alta del garage, dijo que a eso de las 5 de la mañana escucharon ladrar a los tres perros de la casa. Bajó, se asomó y escuchó tres disparos. Volvió a su habitación, para buscar su revólver y volvió hacia el fondo del chalet, encontrando abierta la puerta de la cocina que daba al jardín trasero. Dijo que el doctor Ray discutía frecuentemente con María Poey.
Schiz, originario de Nordheim (que fuera parte de Alsacia-Lorena alemana entre 1871 y 1918, pasando a Francia tras la primera guerra mundial); labrador en su tierra, había llegado a Buenos Aires el 12 de agosto de 1924, contando entonces 20 años de edad, a bordo del buque “Villagarcía”, de la Hamburg-Süd-Amerikanische-Dampfschiffahrts-Gesellschaft, en el que embarcara en Hamburgo.
Volvió a su tierra después de la segunda guerra mundial, retornando a Buenos Aires el 21 de septiembre de 1953, en el vapor “Conte Grande”, de Italia Societa Anonima di Navigazione, en el que había embarcado en Génova.
-Elisa García, la mucama española que dormía en el piso superior, dijo que después de las 05:00 hs. escuchó gritos de la señora, ruido de un mueble que se corría y tres disparos. También mencionó las discusiones frecuentes en la pareja.
-De la declaración de María Poey de Canelo se desprende que mientras dormía, fue despertada por ruidos. El doctor Ray se incorporó, encendió la luz eléctrica y buscó sus dos revólveres en la mesita de luz, apareciendo dos ladrones enmascarados con pañuelos marrones, en la puerta del baño. Uno de ellos le disparó a Ray; ella entonces se tiró al suelo, del lado que estaba su marido, viendo una mueca de satisfacción en el rostro del que disparara.
Todo parecía indicar que, forzando un candado, los ladrones habrían entrado por la puerta de la cocina, que daba a un lateral de la casa, con escalera hacia el jardín. Subieron, tomaron un llavero que estaba en el lavatorio del cuarto de vestir, sacaron la llave de la caja, que estaba en el pequeño escritorio del vestíbulo, la abrieron y robaron unos 20.000 pesos y joyas. Luego, con uso de una ganzúa que allí dejaran, accedieron al cuarto de huéspedes, apoderándose de pieles, que sacaron de la casa, dejándolas afuera, volviendo a entrar posteriormente. Pasaron al baño, que tenía una puerta que daba al dormitorio del doctor Ray y María Poey, pues la que daba al vestíbulo estaba cerrada, robando joyas y relojes de las mesitas de luz; siendo allí donde, al salir, matan al doctor Ray, acorde con la versión de María Poey.
Se estima que en el recorrido realizado pasaron por unas siete puertas.
Se encontraron marcas de barro en la pared lateral del chalet y en la verja. Un ladrón habría huido a la calle y otro a una casa vecina, para llegar a un terreno baldío próximo; aunque esta hipótesis fue puesta en duda, ya que los perros no ladraron.
Apareció en la pared del dormitorio que daba a la calle un impacto de bala, con orificio a la altura de un metro y medio y a 50 centímetros de la cabecera de la cama, pequeño, redondo, de 5 centímetros de profundidad, con dirección de abajo hacia arriba, en la dirección desde los pies de la cama hacia su cabecera. Esto hacia imposible que los ladrones hubiesen disparado desde la puerta del baño, ya que el disparo debió hacerse desde los pies de la cama.
Arturo A. Costa, el vecino de enfrente que fuera el primero en llegar, dijo que primero escuchó dos disparos y luego otros tres, con el llamado de auxilio (otros dos testigos de la casa solo mencionaron los tres últimos).
Hubo otros testigos inmediatos que afirmaron haber visto a dos personas huyendo.
-Uno de ellos fue Manuel Aran López, español de 23 años, sereno del Parque Hotel, lugar donde se alojaba quien, según se desprende de algunas informaciones, prestaría servicios para la policía. Tengamos en cuenta que la vieja la casona de la quinta San Antonio, ya convertida en esa época como Hotel Parque, se levantaba en el lado sur de la actual intersección de calle Julio A. Roca con Madero; vale decir, a unos 250 metros hacia el este- sudeste de la casa de Ray. En 1926 la zona no tenía el aspecto urbano actual. Concretamente, en el lugar había amplios espacios abiertos, con parques y jardines, que hacían posible un amplio alcance visual.
En el proceso intervino el juez de primera instancia en lo criminal Dr. Julio M. Facio, del departamento Judicial Capital (La Plata); magistrado originario de la ciudad bonaerense de Dolores, entonces con diez años de antigüedad en la magistratura, a cargo del único juzgado departamental en la materia. Todavía no habían sido creados los actuales departamentos judiciales que en el territorio bonaerense rodean ahora la ciudad de Buenos Aires, entre ellos, el de San Isidro, en cuya demarcación territorial se encuentra actualmente el partido de Vicente López.
Tras recibir la comunicación del hecho, Facio tomó intervención inmediatamente y a sus efectos, se constituyó en el chalet de Ray, en Vicente López.
La situación de María Poey se fue haciendo sospechosa. Tanto la mucama como el jardinero ratificaron que frecuentemente discutía con el occiso.
El informe de autopsia del doctor Ricardo Barreiro Aguirre acreditó que en el estómago, se hallaron alimentos sin digerir y por ello el médico sostuvo en el principio, de acuerdo con los testimonios sobre la cena, que esa muerte correspondía más a las 2 que a las 5 o 5.30 de la mañana. En el mismo informe el médico hizo constar que la mucosa del estómago presentaba alteraciones que “podían presumir la existencia de algún tóxico”.
Como era y sigue siendo rutina en estos casos, se reservaron parte de las vísceras y contenido estomacal en frascos, para su análisis toxicológico.
Se produjo una incalificable negligencia en la instrucción policial. Debía haberse labrado un acta, sellado y lacrado los frascos, para su remisión al laboratorio idóneo, en La Plata. No se hizo; los frascos quedaron seis días en la comisaría. El doctor Facio advirtió esta gravísima negligencia y, a destiempo, ordenó que se labrara el acta, se sellaran y lacraran los frascos y se los enviasen al laboratorio.
Esto hacia cuestionable cualquier informe científico pericial resultante de estudios realizados sobre material de tal importancia; de hecho, se cuestionó.
CIANURO
La noche de la cena, Pereira se había retirado después de los demás visitantes,habiendo quedado solo con la pareja. Cuando se fue, lo hizo en el auto de Ray, pues había cedido el suyo a los Pérez, tíos de Ray que se retiraran antes.
Por este hecho y aún sin el estudio toxicológico, el día 16 Facio dispuso la detención de Pereira por “hurto de automóvil”. El juez suponía que este había asesinado a Ray y que luego se había montado una verdadera comedia para encubrir el hecho presentándolo como un asesinato en ocasión de robo efectuado por desconocidos malhechores. Creía que la muerte se debió al disparo y no esperaba nada nuevo de la pericia toxicológica del gabinete químico de los tribunales provinciales, a cargo del doctor Pedro J. Pando, que gozaba de confianza entre los magistrados.Medida que dispusiera como una rutinariamente necesaria y no porque creyese que revelaría algo importante.
El proceso tomó un giro inesperado cuando el informe del estudio toxicológico realizado sobre las vísceras del cadáver por el doctor Pando, perito químico judicial, presentado el 17 de septiembre, señaló que se había acreditado la existencia de restos de cianuro.
Surgió así la hipótesis de que María Poey lo habría envenenado, despechada por su reciente compromiso matrimonial con una mujer de otra condición social; contando con la complicidad con una o más personas, apareciendo el concejal Pereira como sospechoso de armar la escena final, disparando sobre el cadáver de Ray.
En principio, fue detenido José Pereira, el concejal amigo de la pareja que participara en la cena y reunión nocturna quien, en los rumores circulantes, era señalado como amante de María Poey.
El 22 de septiembre, el juez Facio ordenó la detención de María Poey de Canelo, ampliando también la orden para las detenciones de todos los que habían estado en la casa esa noche, incluyendo al personal de servicio.
Pereira se justificó afirmando que el auto había sido prestado. El concejal tenía un chofer, que cortejaba a la mucama de Ray. Sostuvo que se quedó más tiempo en la casa, para que aquel pudiese estar más tiempo con ella. Después, el chofer llevó al matrimonio Pérez en su auto y Pereira tomó el de Ray para irse del lugar.
Poey fue interrogada durante 36 horas, sosteniendo su versión. Sobre el cianuro, Poey dijo que Schiz lo había comprado por orden de Ray para combatir hormigas, pero el jardinero lo negó.
El juez Fazio también llamó a prestar declaración testimonial a los hombres que en algún momento habían tenido que ver con ella.
Con relación a María Poey, los chismes y el hecho de haber tenido relaciones con varios hombres sirvieron de punto de partida para que los diarios –sobre todo, los que estaban en la línea opuesta a la de “Crítica”- comenzaran a comentar las "asombrosas revelaciones que la indicaban como el prototipo de una mujer aventurera, falta de escrúpulos y de una vida verdaderamente azarosa". Decían que tenía una especial condición para cautivar a los hombres de fortuna y así poder obtener de ellos dinero, regalos valiosos y otra índole de favores. Incluso llegaron a observar que a estas andanzas no era ajeno el Dr. Ray, quién no solamente las consentía, sino que constituían su modus vivendi.
NUEVO INFORME MÉDICO Y TOXICOLÓGICO
Para entonces y sabiendo que el informe pericial del doctor Pando por las anomalías en la reserva y traslado de vísceras era impugnable, ordenó realizar una nueva autopsia, solicitando que se practicase en la Morgue Judicial de la Capital Federal, con la finalidad de obtener muestras del cadáver que permitiesen investigar la presencia de cianuro. A sus efectos, se exhortó al juez en lo Criminal de la Capital doctor Horacio D. Yrigoyen
Esta nueva autopsia e investigación toxicológica se realizó el 21 de septiembre, pero solo se pudo retirar poco material, habiendo pasado 11 días desde el óbito. Este segundo estudio de las vísceras del muerto, fue realizado por profesionales encabezados por Carlos Grau, ex docente de Toxicología de la Facultad de Ciencias Exactas, dedicado a la organización del Laboratorio de Química de la Provincia de Buenos Aires, concluyendo que no se constató la presencia de cianuro.
EL “JUICIO” MEDIÁTICO
En forma paralela, el juicio mediático estaba en marcha, con la condena de María, o "la Poey", como la llamaban, ya resuelta.
Armando el circo, se ofreció al público el estudio psicológico encargado a Eusebio Albina y Antonio González, a la sazón, Director y Subdirector del Hospital Melchor Romero. Este informe no dejaba dudas acerca de las razones de esta mujer para delinquir, cargado con todos los prejuicios y preconceptos vigentes entonces: "No es una alienada, sino una perversa instintiva cuyo punto más saliente es la vida privada irregular, las costumbres licenciosas, que precisamente constituyen la manifestación social común en los perversos del género femenino". Siguiendo "...la inculpada no peca por exceso de sensibilidad, sino para procurarse bienes materiales". Luego, el informe destaca que es reprochable "...su misma actitud la noche del crimen; no tiene nada de femenino la forma de reaccionar frente a la supuesta muerte de su amante. Una mujer común, en esa situación, se desmaya y nunca toma un revólver y pide socorro a gritos".
Vale recordar que, a mediados de los años ’20, las mujeres eran ciudadanas a medias y ni siquiera tenían derecho a voto.
El abogado defensor de Poey y Pereira, Horacio B. Oyhanarte fue acusado de desacato y detenido, atribuyéndosele además haber violado la incomunicación de María Poey de Canelo, en la Jefatura de Policía, en La Plata.
El juez Facio citó expresiones de Oyhanarte en escritos del mismo: 23 de septiembre: “…el juez, olvidando el precepto constitucional que nadie está obligado a declarar contra si mismo, trata de arrancar desde hace 14 días una inverosímil confesión a sus defendidos”.
El 24 afirmó: “que víctimas inocentes y amigos del muerto para los cuales no ha existido el derecho de infamarlos en la forma despiadada que se ha hecho”.
El juez decretó por esto su proceso por desacato, pero la 3° Cámara de Apelaciones revocó estas medidas.
El doctor Oyhanarte presentó un recurso de habeas corpus ante las detenciones decretadas el 16 y 22 de septiembre, entonces una forma de apelar esas medidas. En éste caso, la misma Cámara calificó al escrito de “grave falta de respeto al juez” y le aplicó el máximo de la corrección disciplinaria (multa). Pero no hubo sanción penal.
Durante la sustanciación del proceso, también fue defensor de María Poey el doctor Alejo López Lecube.
“CRÍTICA” EN LA INFORMACIÓN. LA NOTICIA
Todos los medios siguieron el caso con especial atención. Quien llevaba la delantera era el periodista de policiales del diario “Crítica”, Gustavo Germán González, más conocido como “GGG”.
Cuando la justicia ordenara la segunda autopsia, con ayuda del policía encargado de retirar el cuerpo de Ray del cementerio de la Recoleta, a quien conocía y con unos pesos mediante, convenció al plomero (soldador y sellador de ataúdes) de la morgue para que le prestara ropa y lo dejara ocupar su lugar en la autopsia. Contó también con el apoyo del comisario Eduardo Santiago, jefe de Investigaciones de la policía porteña, quien lo reconociera durante la realización de la diligencia, pero no lo delató.
Cuando los forenses opinaron que no había presencia de cianuro, González fue inmediatamente a la redacción, entonces en Avda. de Mayo 1333, con la misma ropa prestada y con la primicia, cuya crónica fue titulada en la portada de la edición vespertina –la 5ta- de “Crítica”: "No hay cianuro", con tipografía gigante (de 5 cms. hecha especialmente para la noticia, por disposición expresa de Natalio Botana (Natalio Félix Botana Miralles) -fundador, propietario y director del periódico-, a quien González había informado previamente. Ese día, el tiraje del diario alcanzó una cifra récord.
“Crónica” destacó la actuación de González en la misma edición en la que informaba sobre la nueva autopsia: “Una de las órdenes impartidas por el juez era la de impedir el acceso a la sala de la Morgue a todos aquellos que no tenían una autorización expresa del magistrado, aún los médicos y especialmente los periodistas. Sin embargo, como lo ha demostrado ya en innúmeras oportunidades, Crítica llega siempre hasta donde se propone y así esta vez también, nuestro cronista de policía pudo observar de cerca la autopsia”.
En sus memorias GGG recordaría que recibió un aumento de sueldo y una orden de compra para la casa Braudo, la sastrería que regalaba un pantalón a quienes encargaban un saco.
Además, la foto de González fue publicada en la portada de "Crítica", que entonces destacaba, con relación a la foto, que “Los periodistas, y sobre todo los de esta casa, tienen que hacer de todo. Como todos sus compañeros de trabajo, no obstante verse abrumado por el extraordinario exceso de trabajo, (GGG) ha tenido que aguzar el ingenio y hacerse plomero”.
Roberto Arlt, el célebre escritor era, en esa época, compañero de González en "Crítica", como cronista de policiales a partir de 1927.
El crimen del concejal Carlos A. Ray marcó, en 1926, el triunfo de “Crítica” sobre “La Razón” y “Última Hora”, de la mano del cronista Gustavo Germán González (GGG), quién siguiera minuciosamente las circunstancias del caso.
Los diarios "La Razón" y "Última Hora" sostenían la acusación del juez contra María Poey y se regodeaban con detalles de su intimidad. "Crítica", por su parte, asumió la hipótesis contraria, que era la del comisario Eduardo Santiago, jefe de Investigaciones de la policía porteña: el crimen había sido el desenlace de un intento de robo.
La cobertura de González con relación al homicidio de Carlos A. Ray, “El crimen de Vicente López”, se considera entre la gente de prensa una intervención fundadora de la crónica policial moderna. González no era por entonces un experimentado cronista. Nacido en 1902, había ingresado a Crítica en noviembre de 1924.
TERCER EXAMEN PERICIAL
Ante la anormalidad que significaba la existencia de dos pericias toxicológicas contradictorias, el juez Facio decidió requerir otra opinión de expertos, recurriendo a la Facultad de Química y Farmacia de la Universidad Nacional de La Plata. Con ella debería poderse despejar cualquier duda.
Las vísceras reservadas del occiso, en dieciocho frascos pulcramente sellados, lacrados y rotulados, fueron llevados a la Facultad el jueves 23 de septiembre por la tarde. Las puertas del laboratorio de Toxicología, donde quedaron, fueron selladas y lacradas, implantándose una guardia especial permanentemente, con presencia en el corredor de acceso.
Entonces la ciencia química forense era una disciplina naciente. No existían muchos profesionales ni se contaba con los medios, la tecnología y los avances científicos actuales.
A las 08:00 horas del viernes 24, llegaron a la sala del decanato los investigadores designados. Luego lo hizo Facio, con sus dos secretarios; yendo al primer piso, donde el juez procedió a romper los sellos lacrados de la puerta del laboratorio. Dentro del mismo, labró un acta con la constitución del equipo que realizaría la tercera pericia: Pedro Pando, Químico de los Tribunales, autor de la primera; Carlos Grau, responsable de la segunda pericia: Carlos Sagastume, Decano de la Facultad: Trifón Ugarte, profesor de Toxicología de la misma Facultad, los profesores Juan Machado y Eduardo Blomberg y como ayudante Danilo Vucetich.
Los investigadores de inmediato iniciaron los estudios en las vísceras mismas y en el ambiente libre interior de los frascos en el momento de abrirlos (el ácido cianhídrico es un tóxico muy volátil). Mientras trabajaban, describían cuidadosamente el uso y resultado de los ensayos con papel de tornasol, con nitrato de plata y acetato de plomo, con el reactivo de Nessler y la reacción de Schombein-Pagenstecher, base de las conclusiones de la primera pericia. Interrumpieron sus tareas a las 12:00 para almorzar y luego volver a las 14:30, finalizando bien avanzada la noche.
Un cronista de prensa que fuera autorizado para acceder por unos instantes al laboratorio ese mismo viernes por la tarde, relata sus impresiones: "...el ambiente que allí se respira es intenso, no sólo por el olor 'mefélico' (sic) que producen las emanaciones, sino el espectáculo macabro resultante de la cantidad de trozos humanos sobre los cuales trabajan los peritos".
El sábado 25, la tarea comenzó a las 8 de la mañana. Los científicos detallaron los procedimientos para el uso de sulfato de cobre al dos por ciento y tintura de guayaco recientemente preparada. Pasaron varias horas discutiendo el alcance y valor de las reacciones tomadas con tiras de papel de filtro impregnadas con los reactivos. La tarea terminó a las 12:30, pues por la tarde los peritos resolvieron suspender la labor que se continuaría el domingo, a pesar del feriado y solamente por la mañana.
En esa época, la química analítica era casi una artesanía. Se necesitaba de mucha intuición, además de un sólido conocimiento del comportamiento de las sustancias cuando reaccionan entre sí o con la luz. Entre la sustancia a develar y el investigador, no había mucho más que las manos y el ojo desnudo, además del vidrio que la contenía. Los instrumentos de la química se encontraban en una etapa de desarrollo muy rudimentario. No existían los sofisticados aparatos con los que hoy contamos. En esas condiciones de trabajo, la relación entre el hombre estudioso y su problema se desenvolvía bajo una absoluta intimidad.
Finalmente, tras veintiséis horas de labor, el domingo 26 al medio día el equipo termina su trabajo. El juez se presentó inmediatamente. Estaba ansioso y exultante por conocer el resultado de las investigaciones.
Aprovechando la presencia del fotógrafo de tribunales, que había ayudado a retratar paso por paso los procedimientos, todos posaron para una foto. Así se puede ver al juez Facio, vestido de pulcro negro en el centro y a sus costados a los seis peritos y al ayudante Danilo Vucetich, discípulo de Trifón Ugarte y sobrino de Juan Vucetich Kovacevich, el creador del sistema de identificación dactiloscópica, que participara como ayudante
Tres días después, el miércoles 29 cerca de las siete de la tarde, los investigadores entregaron su informe, profusamente ilustrado con fotografías y cuadros sinópticos, desarrollando sus resultados en un cuantioso volumen. En este informe concluían que
1.- La pericia había sido realizada con vísceras de buena calidad, cantidad y acondicionamiento,
2.- La prueba utilizada por la primera pericia no era específica para el cianuro, sino una reacción de oxidación genérica o de grupo, que no da siempre resultado positivo y de ningún modo podía servir de prueba fehaciente para definir una pericia toxicológica,
3.- No era posible admitir la volatilización post mortem total del cianuro desde las vísceras y
4.- El resultado francamente negativo de las dos mayores reacciones admitidas para la identificación de cianuro, permitía afirmar categóricamente la ausencia de esta sustancia en las vísceras analizadas y en la cerveza estudiada.
Por supuesto, Pando emitió su informe en disidencia. No podía retractarse tan fácilmente de lo que ya había dicho.
Pero surgía una incontrastable verdad: en las ciencias químicas, los ensayos preliminares no tienen ni pueden tener más alcance que el de orientar la investigación por presunciones respecto a la presencia de tal o cual sustancia, pero de ninguna manera pueden constituir el final de una investigación. Por otro lado, lo primordial y necesario en toxicología es aislar e identificar la sustancia, ya sea por medios químicos, físicos o biológicos. En el mejor de los casos, también se puede investigar su cantidad. Pero fundamentalmente, todo el procedimiento debe realizarse con independencia de criterio. Por eso el error de Pando fue doble: por un lado, desconoció las reglas del razonamiento analítico toxicológico, y por otro, se dejó llevar por el juicio de los periódicos que ya habían dado su veredicto.
Pero a pesar de las conclusiones de esta tercera pericia, mucho más completa que las anteriores, la primera opinión mantuvo su vigencia a los ojos del juez, pues contaba con demasiado apoyo. (“La foto del domingo”, Guido Mastrantonio-Facultad de Ciencias Exactas, Universidad Nacional de La Plata, 2014)
Aunque el juez afirmara que quienes dieran los informes negativos eran eminentes profesionales, entiende que las circunstancias anotadas, no podían permitir ya hallar el veneno. Quizá, aunque el primer resultado se hizo con un material objetable procesalmente, hubiese sido conveniente realizar con él otra pericia, para probar o descartar error.
EPÍLOGO DE LA INVESTIGACIÓN
El mismo día de la entrega del informe en sede judicial, 29 de septiembre de 1926, Ángela Villalba, mucama de la casa vecina, se presentó aportando nuevos datos.
Su testimonio resultó sospechoso, a ojos del juez Facio. Ángela Villalba, mucama del chalet más próximo, ubicado a 15 metros hacia el norte (hacia la calle Gral. Roca), quien en los primeros momentos negara haber visto personas huyendo, diecinueve días después se presentó y refirió que al escuchar los gritos de Poey, salió a la ventana o pequeño balcón de su pieza, viendo huir por la pared del costado norte del chalet a dos hombres.
Según informara la Policía, los presuntos autores del crimen habían huido por un baldío del lado este, en contra de lo afirmado por ésta testigo
El juez Facio consideró falso este segundo testimonio, que la testigo intentara justificar afirmando que su patrón -de apellido Clary- le había ordenado no decir nada para evitarse molestias. Fue procesada por falso testimonio y encubrimiento.
Recurrido el procesamiento, la defensa alego en la alzada, ante la Cámara 3° de Apelaciones de La Plata, que el juez de primera instancia fundaba el procesamientos en que “… la testigo no se había presentado espontáneamente a las autoridades judiciales a comunicarles lo que había visto y oído el día del hecho, y como no existía disposición legal que impusiera tal obligación, se resolvió que la testigo no habría cometido delito”.
El clima de la investigación se enrarecía cada vez más y los periódicos se relamían con los detalles.
El 1 de octubre, el concejo deliberante, suspendió las funciones del concejal Pereira.
Al mismo tiempo, el juez dispuso iniciar proceso respecto del Jefe de Investigaciones de la Policía, por el incidente con “GGG”, de “Crítica”.
En noviembre, con la investigación estancada, el juez Facio decidió realizar un contraste pericial entre los químicos que participaron de los tres informes, para tratar de dilucidar la inconsistencia entre las conclusiones. Los hizo notificar para reunirlos a todos en el laboratorio de Tribunales, a fin de que expusiesen y defendiesen sus puntos de vista.
El día de la compulsa, Pando –para el caso, el anfitrión- comenzó a exponer desarrollando su posición. Intentó reproducir los ensayos que dieron lugar a su conclusión original. Dispuso de dos tubos, uno con agua pura y el otro con una solución muy diluida de cianuro. Agregó dos gotas de cloruro férrico al uno por ciento, obteniendo en el segundo tubo un ligerísimo tinte amarillo rosado. Al añadir luego dos gotas de cloruro férrico al diez por ciento, desapareció el rosado y la solución tornó a un tinte amarillo más franco, en opiniones concordantes del juez y los demás peritos convocados. No obstante, Pando pidió que constara en el acta que él todavía lo encontraba rosado. En ese momento, Grau se adelantó, tomando los dos tubos, uno con el cianuro y el otro sin él; ocultó las etiquetas y los presentó a Pando, pidiéndole que los distinguiera. Desconcertado, Pando, se negó a hacerlo.
A su turno, Ugarte explicó en forma impecable las causas por las que pueden existir confusiones en las pruebas preliminares, exponiendo una a una las experiencias del caso, utilizando papel tornasol, sales férricas y de cianuro. En algo más de dos horas, desarrolló las razones por las cuales sus conclusiones y las de sus colegas de Tribunales, aparentemente contradictorias, no eran entre si excluyentes y que estos resultados diferentes derivaban de las particulares condiciones en las que unas y otras pruebas eran realizadas. Además, explicó que las dos reacciones clave, la del ferrocianuro férrico y la del sulfocianuro férrico -utilizadas por el equipo de la Facultad- son para el ácido cianhídrico lo que las impresiones digitales son para la identificación de una persona.
Al final de ese día, luego de varias horas de debate, el juez decidió que no era posible concluir nada definitivo y terminó declarando la nulidad de lo actuado este día. Posiblemente aplastado por el peso de las cuestiones públicas, con demasiados ojos sobre sus pasos (“La foto del domingo”, Guido Mastrantonio-Facultad de Ciencias Exactas, Universidad Nacional de La Plata, 2014)
El 26 de diciembre de 1926, considerando la importancia que había adquirido la hora de la muerte, el juez ordenó que una comisión integrada por profesores de la Facultad de Medicina de Buenos Aires, doctores Bernardo Houssay, de Fisiología; Alfredo Buzzo, de Toxicología: Nerio Rojas, de Medicina Legal y Pastor Molla Villanueva, perito de los tribunales de la provincia, con todos los elementos a la vista, incluyendo pericias y testimonios, informasen todo lo posible sobre la hora del fallecimiento y si pudo producirse a la hora denunciada por Poey de Canelo.
Esta comisión entregó su informe el 14 de abril de 1927 y dichos profesionales, entonces entre los más destacados del país, informaron que la muerte debió producirse entre la 01:00 y las 04:00 del 10 de septiembre, con más probabilidad en la primera mitad de ese lapso o sea entre la 1:00 y las 2:30. El primer médico no se había equivocado, cuando habló de las 02:00 de la mañana.
TRANSCENDENTAL VUELCO EN EL PROCESO
Fue en diciembre, cuando los diarios prestaban poca atención al caso, un hecho fortuito hizo que la investigación diera un vuelco considerable.
Víctor Antía y algunos cómplices habían caído detenidos tras un asalto a una casa de la calle Rivadavia de la ciudad de Buenos Aires. Su dueño, un inglés de apellido Enborg, repelió a tiros el ataque, hiriendo a Antía. Ya en el hospital, el 28 de diciembre de 1926, Antía habló sobre su participación en el asesinato de Ray, enterándose rápidamente del asunto el juez Facio.
Antía, en sede piolicial, confesó haber sido el autor del crimen del doctor Ray, involucrando en el hecho poco después a José Llacoy; explicando que entraron dos veces en el chalet, habiendo sacado pieles que dejaron a dos cuadras y luego regresaron. Las dos veces salieron por los fondos por el terreno que da al oeste, enfrentando la versión de la testigo Villalba quien, como se viera, había sido procesada y absuelta del delito de falso testimonio, habiendo dicho que huyeron hacia el lado norte.
Contó que se enteraron recién por la tarde del día siguiente del asalto en Vicente López que había un muerto y que éste era el concejal Ray, decidiendo mantenerse ocultos por varios días. Recién cuando la prensa reveló el envenenamiento por cianuro, creyeron su libertad asegurada y volvieron al robo.
Con la declaraciones de Antía que se auto incriminaba y a la vez involucraba a Llacoy en el crimen, el juez Facio dispuso la liberación de los detenidos Pereira y María Poey, que para entonces llevaban más de tres meses de privación de la libertad.
El 30 de diciembre, por la madrugada, ambos aún detenidos, fueron notificados de su libertad. De inmediato el concejal Pereira se dirigió al despacho del juez, increpándolo fuertemente por el daño que le causara, haciéndolo antes de dar la vuelta para retornar a su casa. La mujer sólo dio las gracias, antes de retirarse.
El 31, los liberados de La Plata tomaron el tren de las 10:00 hs. para regresar. Poco después de las 11:00 hs. llegaron a la estación Constitución, donde los esperaba una multitud que realizó una manifestación por la calle Brasil, pasando por la casa de Hipólito Yrigoyen gritando vivas a este, a Pereira, a la Poey y mueras al juez Facio, mostrando una fuerte politización del tema.
El 13 de enero de 1927, fue detenido en un paraje rural de Cipolletti, Río Negro, José Llacoy, luego de una espectacular persecución en la que participaron agentes de la policía de Neuquén y Buenos Aires. Llacoy también se confeso autor del robo y del disparo en la pared con un revolver Colt 38 largo.
El 1 de mayo de 1927, hubo otras manifestaciones parecidas a las del 31 de diciembre de 1926, en ocasión de inaugurarse el período ordinario de sesiones en la Legislatura por el gobernador Dr. Vergara.
Con respecto a Antía y Llacoy, al final todo resultó falso y fraguado por la policía y así fue develándose a lo largo de 1927.
Ante las negativas de la justicia de Instrucción de la Capital para el traslado de los detenidos a La Plata, alegando que se les debía juzgar primero por los delitos cometidos en la Capital y que mientras no se terminase de juzgarlos, no podían ser sometidos a juicio en otra jurisdicción, Facio tuvo que recurrir a la Corte Suprema de Justicia de la Nación, que el 1 de abril se expidió en su favor.
Finalmente, los detenidos fueron remitidos, al solo efecto de ser interrogados en el despacho del juez. Ambos, Antía y Llacoy negaron ante Facio haber participado en el robo y asesinato del doctor Carlos A. Ray.
En la Plata, el 20 de abril Antía dijo ante el doctor Facio, además de negar el hecho de Vicente López, que no existió el asalto por el que fuera detenido en Capital Federal, sino que fue llevado allí por policías que lo había detenido antes, siendo herido por alguien que no pudo identificar.
El día siguiente, 21 de abril, Llacoy dijo que la policía primero con ofrecimientos, luego con amenazas y luego por tormentos, buscaron de todas formas confesara ser autor de la muerte del doctor Ray. Dijo que fue sometido a tormentos en el depósito de contraventores del puerto (Isla Demarchi, de la Prefectura), donde atado a una silla, fue sumergido en unos piletones hasta semiahogarlo.
Este tipo de tormentos fue usual en los “interrogatorios” y previo al uso de la picana eléctrica, introducida por un célebre delincuente degenerado, Leopoldo "Polo" Lugones (hijo del célebre escritor Leopoldo Lugones), quien siendo director de un Instituto de menores durante la presidencia de Marcelo T. de Alvear, fuera procesado y finalmente condenado por la violación de un menor y otros actos aberrantes. Lugones (padre) llegó a arrodillarse ante Yrigoyen para pedirle que cancelara la condena “por el buen nombre de la familia” e Yrigoyen accedió ("Leopoldo Lugones y los suyos: una tragedia argentina", en "Clarín", 14 de junio de 2014. Acceder al artículo cliqueando sobre la siguiente imagen:
Cuando José Félix Uriburu derrocara a Yrigoyen, nombró Comisario Inspector de la Policía al convicto Lugones (sujeto que no era integrante de la fuerza de seguridad), quien introdujo el uso de la picana eléctrica como método de tortura para sacar información a los detenidos políticos.
Cuando Llacoy fuera detenido en Cipolletti (RN) el 13 de enero, “La Nación” publicó que se había confesado ser autor de la muerte del doctor Ray; pero, ante el Dr. Facio sostuvo que no era cierto y que nunca había dicho tal cosa ni en Cipolletti, ni durante el viaje.
Facio investigó. Citó al policía efectuara el traslado del detenido y al corresponsal de “La Nación” en Cipolletti, Guillermo Kupelman y por él supo que había conversado con Llacoy, aunque no le preguntó nada sobre sus delitos, considerando que era pasar por sobre las autoridades; agregando que cuando Llacoy estaba en el tren, el policía le dijo a él “¿Quiere que le de la novedad? El detenido ha confesado”, tomando Kupelman nota de ello en un librito de papel de cigarrillos. Por su parte, el policía negó en principio, pero en un careo posterior, admitió que Kupelman decía la verdad.
También confirmaron de Kupelman acerca de que nada había preguntado a Llacoy sobre los delitos, los corresponsales de “La Prensa”, señor Juan González Larrosa, de “La Razón”, Víctor Allanis y otros. Era evidente que se había dado una información falsa a “La Nación”. No existió la confesión extrajudicial.
En cuanto a los tormentos en la cárcel de contraventores de la Prefectura en la isla Demarchi, si bien no se comprobaron lo que si se acreditó fue que los detenidos en manos de la policía pasaron por allí.
Se comprobó con Llacoy y un detenido en otro proceso, Vázquez Braun, a quien se quería obligar a delatar a otro como autor de un delito. Por medio de una inspección ocular se probó que Llacoy y Vázquez Braun conocían el lugar; los calabozos donde llegaran a dejar inscripciones, el lugar de los tormentos y reconocieron a varias personas e, incluso, los marineros Manuel Silva y Ricardo Coronel corroboraron sus manifestaciones.
No obstante, la policía de investigaciones negaba totalmente los hechos, pese a que hubo funcionarios subalternos del lugar que, aunque mantenidos a distancia, escuchaban “el chapaleo, los gritos, y los lamentos”.
La revista “La Marina Mercante” de 20 de noviembre de 1927, publicó un artículo titulado “La Prefectura General en el proceso Ray” informando que cuando se discutía la participación de Antía y Llacoy en el crimen al doctor Ray, un comisario de investigaciones solicitó a la Prefectura alojar unos presos peligrosos en la isla Demarchi y que si los presos fueron torturados es cosa que no es posible achacar… a la Prefectura. “Cuanto más habría algún cómplice condescendiente y si así es, este pagará la culpa como corresponde…”
El doctor Facio citó al contraalmirante Ricardo Hermelo, jefe de la Prefectura, corroborando que efectivamente, un comisario adscripto de investigaciones había solicitado trasladar a Llacoy y Vázquez Braun a la isla Demarchi,. Aunque el policía lo negaba, admitía haber visitado al contraalmirante y a su secretario, el teniente de Navío Raúl Somerville, alegando ser amigo.
El juez realizó un careo con ambos y el comisario pese a su sorpresa y turbación, se mantuvo en la negativa en la diligencia con el contraalmirante Hermelo e igualmente con el teniente de Navío Somerville.
Al retirarse el contralmirante informó al juez que recién, su secretario, el teniente de Navío Somerville, le informó de dos cartas recibidas poco antes: una resultó ser del Jefe de Policía, Jacinto Fernández; otra, del Jefe de Investigaciones, ambas referentes esos hechos. Las puso a disposición del Juzgado. En ambas se agradecía la colaboración prestada por la Prefectura y al oficial encargado de la Isla Demarchi, con la acción desarrollada. El aludido oficial negó haber cooperado, sosteniendo que se pidió el permiso pero que no se lo usó y que las notas fueron enviadas para favorecer al Contraalmirante Hermelo.
Facio consideró que no se podía tener dudas acerca de que los delincuentes dijeron la verdad y que los funcionarios policiales y algunos de la Prefectura General Marítima mintieron y que, si bien llevar presos a la Isla Demarchi no sería algo irregular, si lo era negarlo, pues se estaba ocultando algo incorrecto.
En “La Prensa” de 23 de marzo de 1928 se publicó un artículo titulado “Los martirios en la Isla Demarchi”.
Otra anomalía que se detectara en sede judicial fue la que se relacionaba con el revólver secuestrado en Cipolletti; un revólver Colt 38 de bala larga que se secuestrara a Llacoy y que habría sido el arma con la que se realizara el disparo cuya bala apareció en la pared del dormitorio.
Este revólver sería el arma empleada para un homicidio en la ciudad y coincidiría con el que fuera asesinado un comerciante alemán, Pedro Castritius, dueño de un corralón de maderas y depósito de materiales de construcción en Triunvirato al 4000. El arma fue entregada al Juez de Instrucción capitalino doctor Emilio C. Díaz el 17 de enero de 1927, informándosele que “por informaciones confidenciales” habría sido usado en el hecho del que resultara víctima el doctor Ray.
El 3 de mayo de 1927, ese revólver en entregado al juez Facio, por disposición del juez en lo Criminal de Sentencia de la Capital Federal, doctor Atilio Pesagno. Tenía limado el número de fábrica.
Facio ordenó la realización de una pericia balística, que en julio de 1927 llevaron a cabo el teniente de navío Héctor Vernengo Lima, el señor Miguel A. Viancarlo y el doctor Pastor Molla Villanueva, con la bala hallada en el dormitorio de Ray; llegando a la conclusión terminante de que había sido disparada con el revólver remitido.
El juez Facio decidió investigar sobre las circunstancias del secuestro del arma durante la detención de Llacoy en Cipolletti. Supo entonces que no se había labrado acta de secuestro… y además que esa no era el arma.
El primero que declaró al respecto fue un escribiente de la policía de Río Negro, Camilo Basualdo, quien reconoció que no se había labrado el acta y, al serle exhibido el que estaba a resguardo en el Juzgado, afirmó que no podía ser ese el de Llacoy, porque recordaba que el secuestrado era un Colt 38 de bala larga, justamente igual al que él usaba y llevaba en ese momento, en tanto que el del juzgado era un Colt 38 de bala corta. Con permiso del juez, extrajo su arma de la cintura, poniendo las dos juntas sobre el escritorio, haciéndose evidentes las diferencias.
Se recordó entonces que un alto funcionario policial de investigaciones de la Capital había llegado al juzgado unos seis meses antes de la pericia que se realizara en julio de 1927, solicitando autorización para hacer estudios y un cotejo rápido con balas que tenía el juzgado, incluyendo la del caso Ray. En una mesa del secretario, realizó estudios con lupa, compás y otros elementos, considerándose que en esa oportunidad tuvo la perfecta ocasión de cambiar el proyectil, pues nadie lo había vigilado.
La declaración de Basualdo, el policía de Río Negro, fue corroborada por el corresponsal de “La Prensa”, señor Juan González Larrosa y los comisarios de policía de Cipolletti y Contraalmirante Cordero, Santiago Barbará y Luis E. Montes de Oca.
Ante la falsedad de las pruebas que aparecían imputando a Antía y Llacoy en el crimen del doctor Carlos A. Ray, el 7 de noviembre de 1927, el doctor Facio dictó una extensa resolución (más de 140 fojas), disponiendo la falta de mérito para seguir el proceso contra Antía y Llacoy.
Al descartar la autoría de Antía y Llacoy, el juez Facio volvía a los mismos elementos que habían justificado las detenciones ordenadas el año anterior, sin nuevas pruebas.
Al final todo terminó en el sobreseimiento provisional que, sin el aporte de nueva evidencia y por el transcurso del tiempo se hizo definitivo al prescribir la acción penal.
“NO HAY CIANURO”
Tal fue el impacto del título “No hay cianuro” que se convirtió en una marca de la época.
-Ya en octubre de 1926 la cultura popular hacía su aporte. El día 9 de ese mes se estrenaba en el Teatro Comedia la obra "¡Aquí no hay cianuro!", llevada al escenario por la compañía de Azucena Maizani.
Su autor era Iván Diez (Augusto Arturo Martini, Mar del Plata 16 ago 1897-Villa Ballester, 8 nov 1960), que debutaba entonces en el quehacer teatral, en colaboración con Enrique F. Rando y Manuel Sofovich, conocido creador de guiones para teatros de revistas. Tanto Manuel Sofovich como Diez, recogían en sus creaciones las mejores y más populares crónicas de la época.
Periodista, autor y letrista, Diez colaboró en diarios y revistas de distintos tonos: "Fray Mocho", "Sintonía", "El Hogar", "Ultima Hora", "Democracia", "La Cancha", "Crítica". Fue cronista radial y se hizo popular como comentarista de box.
-Ausonio Rivero Pisani compuso el tango instrumental "No hay cianuro", que estrenara en 1927 Osvaldo Fresedo “El pibe de la Paternal”, con su orquesta típica; quien lo llevara al disco el 23 de marzo de ese año, grabándolo para el sello Nacional Odeon, matriz 512, nro. de serie 5125-A. Disco que en la cara opuesta (matriz 511_nro. de serie 5125-B) trae otro tango instrumental: “El entrerriano”, de Rosendo Anselmo Mendizábal.
-“Memoria y reivindicación de bandidos en el cancionero criminal Argentino”, por Osvaldo Aguirre (Universidad Nacional de Rosario), en la recopilación de Jacques Gilard y Enrique Flores “Chanter le bandit: ballades et complaintes d´Amerique latine”, Presses Universitaires de Mirail, Toulouse, 2007, página 79, recoge una copla popular de quienes sostenían la culpa de Poey y seguían el criterio del juez: “Pobre Ray, no pensaría / que la que fuera su amada / una traición tan inicua / a su galán tramaría".
-En febrero de 1927, se realizó y estrenó una película muda "María Poey de Canelo”, en la que aparecía ella misma; dirigida por el realizador peruano Ricardo Villarán (Pacasmayo, La Libertad, 1879-Lima, 1960)“, quien realizara numerosas producciones cinematográficas en la Argentina, desde 1920. La búsqueda de una copia reproducible ha sido infructuosa.
-Habían transcurrido poco más de 30 años cuando se filmara la película “Los acusados”, dirigida por Antonio Cunill (hijo), con guión propio escrito en colaboración con Marco Denevi y Mario Soffici, siguiendo el argumento de Denevi basado en el caso Ray; se estrenó el 10 de marzo de 1960, teniendo como protagonistas a Silvia Legrand, Mario Soffici, Guillermo Battaglia, Alita Román y Julián Bourges.
Puede verse cliqueando sobre la imagen del póster siguiente:
DOCTOR PEDRO PANDO
El doctor Pedro Pando era profesor de Química Biológica en la Facultad de Medicina de La Plata y perito químico judicial, a la época del hecho. A partir de su informe negativo, “Crítica” lo marcó de cerca, publicando críticas de sus alumnos de 1916 y 1917, diciendo que hallaba cianuro donde no lo había y que a causa de ello fue injustamente llevada a prisión una mujer, por la muerte de su marido.
Esto afectó profundamente a este profesional que, sin poder afrontar el escarnio público, falleció poco después, según el doctor Julio Facio, en su obra “Historia de una acusación” (Buenos Aires, 1958, ediciones Gure, pag. 59)
JUICIO POLÍTICO
A fines de 1928 se promovió el juicio político del juez del Crimen Julio M. Facio
El eminente abogado constitucionalista doctor Carlos Sánchez Viamonte fue quien defendiera con eficacia al Dr. Facio a lo largo de 1929 y 1930, acusado de irregularidades en su actuación como parte de una maniobra política que, con la complicidad de funcionarios policiales de la Capital, tendiera a impedir el descubrimiento de la verdad en el resonante asesinato del concejal Carlos A. Ray. El 30 de junio de 1930 el Dr. Facio fue absuelto, por 7 votos contra 4,
FUENTES:
-“Historia de una acusación”, Julio M. Facio- Ediciones Gure, Buenos Aires, 1958
-Hemerotecas: Colecciones de los diarios “Crítica”, “La Nación” y “La Prensa”, de Buenos Aires, desde septiembre de 1926.
-Registros de ingreso de inmigrantes (DNM-Dirección Nacional de Migraciones)
-Archivos digitales IberInfo-Buenos Aires
(Biblioteca – Hemeroteca – Audio - Notas y artículos de prensa)
-Colección de la revista “Caras y caretas”, Buenos Aires, años 1926 y 1927.
-“Regueros de tinta-El diario 'Crítica' en la década de 1920”-Silvia Saítta, Editorial Sudamericana, Buenos Aires (1998) ISBN 950-07-1384-5
-“La foto del domingo”, Guido Mastrantonio-Facultad de Ciencias Exactas, Universidad Nacional de La Plata, 2014
-“No Hay Cianuro. El 'crimen de Vicente López' ”, Hugo José Garavelli, en la Revista Cruz del Sur, mayo de 2014, año IV, ISSN: 2250-4478, nro. 6, pags. 335-371
-“Tres casos policiales y una tragedia nacional. Crítica estuvo ahí”, Nadina Maggi, en “Crítica, Arte y sociedad en un diario argentino (1913-1941)" Fundación OSDE, 2016, ISBN 978-987-4008-22-0
-“La inocencia de los pobres se llama necesidad. Memoria y reivindicación de bandidos en el cancionero criminal Argentino”, por Osvaldo Aguirre (Universidad Nacional de Rosario); en la recopilación de Jacques Gilard (Université de Toulouse-Le Mirail) y Enrique Flores (Universidad Nacional Autónoma de México) “Chanter le bandit: ballades et complaintes d´Amerique latine”, Presses Universitaires du Mirail, Toulouse, 2007, ISSN 1147-6753 / ISBN: 978-2-85816-931-3
AUDIO:
-“No hay cianuro”, tango compuesto por Ausonio Rivero Pisani, en la versión grabada el 23 de marzo de 1927 por Osvaldo Fresedo 'El Pibe de La Paternal' con su orquesta típica, para la casa Nacional Odeon; reprensado en Francia, en discos de pasta/shellac de 10”, a 78 rpm., con el sello Odéon Aiguille, registro n° 165.164, n° de serie 5125 A, que en la cara opuesta, n° de serie 5125 B trae el tango “El entrerriano”, de A. Rosendo (Rosendo Anselmo Mendizábal)
-“No hay cianuro” . Relato del espacio de radio que condujera Jorge Crocce, en “Historias de la Argentina”: el asesinato del concejal Carlos A. Ray en 1926, una historia de corrupción, política y periodismo, por FM La Patriada, 102.1 Mhz (La Paternal, ciudad de Buenos Aires), 29 de junio de 2017.
Ambas pistas se pueden escuchar cliqueando sobre las respectivas imágenes
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