El Caballo Criollo: un emblema de nuestra tierra
Caballito Criollo
Belisario Roldán (1873-1922)
¡Caballito criollo del galope corto,
del aliento largo y el instinto fiel,
caballito criollo que fue como un asta
para la bandera que anduvo sobre él!
¡Caballito criollo que de puro heroico
se alejó una tarde de bajo su ombú,
y en alas de extraños afanes de gloria
se trepó a los Andes y se fue al Perú!
¡Se alzará algún día, caballito criollo,
sobre una eminencia un overo en pie;
y estará tallada su figura en bronce,
caballito criollo que pasó y se fue!
EL CABALLO EN LA REGIÓN PAMPEANA
En tiempos remotos hubo antecesores autóctonos del caballo actual en América del Sur, el Hippidion (término que significa “caballito”) de unos 60 cms. de alzada, mucho más perfecto que su congénere europeo, el Hipparión, de mayor alzada (aproximadamente de 1,40 m.), semejante en mucho a un caballo actual.
El territorio de la región pampeana fue particularmente rico en estos "paleocaballos" (hipiddiones), que habitaron durante el Pleistoceno, con el registro más antiguo hace 2,5 millones de años, hasta su extinción en el Holoceno temprano, hace 8500 años.
Este animal desapareció, extinguido por la llegada del hombre y los grandes carniceros, factor decisivo (junto a epizootias) para su absoluta extinción.
Por ello, al tiempo de la llegada de los europeos (fines del siglo XV e inicios del siglo XVI) no había memoria ni conocimiento de esos primeros equinos, de los cuales solo quedan fósiles.
Ninguno de los pueblos originarios americanos existentes al tiempo de la llegada de la expedición de Cristóbal Colón (1492) conocía al caballo en el período de la preconquista. En sus respectivas lenguas no hay ninguna palabra para denominarlo.
Tras la llegada de los españoles montados, los nativos creyeron ver un ser mitológico, mitad hombre y mitad caballo.
El coronel Lucio V. Mansilla en su obra “Una excursión a los indios ranqueles”, premiada por la Sociedad Geográfica de París, dijo que los naturales no habían conocido vacas ni caballos porque no tenían palabras para denominarlos, llamándolos luego cauallo por caballo y waca por vaca; en realidad, degeneraciones idiomáticas del castellano.
Al respecto, dice Mansilla en el capítulo XLI (“Creencias de los indios…”) de su mencionada obra:
“…Para dar una idea de la eufonía de esta lengua, que se asimila, alterándolas ligeramente, todas las palabras de otras, verbigracia, llamándole waca a la vaca, y cauallo al caballo, enumeraré algunas palabras que me enseñó mi comadre, y que copio de mi vademécum…”
(“Una excursión a los indios ranqueles”, Biblioteca Ayacucho- Caracas, Venezuela, 1984_ISBN: 84-660-0115-8)
Había transcurrido poco más de un año desde la llegada de la expedición de Cristóbal Colón a tierras americanas cuando, el 29 de noviembre de 1493 desembarcaban los primeros caballos en América, en el actual territorio haitiano de la isla La Española del mar Caribe, cumpliendo así el mandato real impuesto por Cédula Real de 23 de mayo de 1493, que dice:
“El rei e la reina: Fernando de Zafra nuestro secretario, Nos mandamos hacer cierta armada para inviar a las islas e tierra firme que agora nuevamente se han descubierto e han de descubrir en el mar Océano a la parte de las Indias e para aderezar la dicha armada con el almirante d. Cristóbal Colon, enviamos allá a don Juan de Fonseca, Arsediano de Sevilla y porque entre la otra jente que mandamos ir en la dicha armada havemos acordado que vayan veinte lanzas jinetas a caballo: por ende Nos mandamos que entre la gente de la hermandad (cuerpo de policía de caminos y fronteras) que están en ese reino de Granada escojáis las dichas veinte lanzas, que sean hombres seguros y fiables, e que vayan de buena gana; e los cinco de ellos lleven dobladuras (dos caballos) e las dobladuras que llevaren sean yeguas; a los cuales dichos veinte lanzas hase de pagar el sueldo de seis meses adelantados, de cualquier marabedis que allá tiene los tesoros de la Hermandad para la paga de la gente de su año, que se cumple por Santa María de Agosto deste año….”
"Colección de documentos concernientes a la persona, viages y descubrimientos del Almirante D. Cristóbal Colón”, por don Martín Fernández de Navarrete, To.II_ Imprenta Real, Madrid, 1825-pag. 41).
Eran veinte caballos y cinco yeguas. Tras ellos, fueron llegando otros.
Estos animales eran de los que en la Península se denominaban “rosines”, mezcla de caballo y mula, cuyas características eran su rusticidad, poca alzada y mucha resistencia.
Eran aptos para cabalgar a la jineta, término que viene de xenete, que entonces identificaba a los moros del norte de África llegados a la Península Ibérica a partir de la conquista del reino visigodo por los musulmanes del Califato Omeya (711 al 726)
Montaban caballos veloces, haciéndolo con ropas y armas livianas, montando a la jineta, es decir, con estribos cortos y las piernas encogidas; algo inusual en Europa en ese tiempo, cuando los caballeros combatientes se protegían con pesadas corazas metálicas, cuyo peso era de tal magnitud que, en muchos casos, les impedía montar libremente, debiendo ser alzados por sus escuderos. Así fue que los árabes, más sueltos y ligeros, lograron imponerse sobre ellos.
El rey de España, por la capitulación dada en Toledo el 21 de mayo de 1534, otorgó a don Pedro de Mendoza, natural de Guadiz (Granada) el título de adelantado, gobernador y capitán general de los territorios a conquistar entre los 25º y 36º de latitud sur en América del Sur “…entendiendo ser cumplidero al servicio de Dios y Nuestro y por honrar vuestra persona, y por vos hazer merced, Prometemos de vos hacer Nuestro Governador y Capitan General de las dichas tierras, y provincias, y pueblos del dicho rio de la Plata, y de las dichas doscientas leguas de costa del mar del Sur, que comienza desde donde acaban los límites que como dicho es, tenemos dado en governacion al dicho mariscal Don Diego Almagro, por todos los dias de vuestra vida…” -pags. 45/46)
-“Colección de los Tratados, Convenciones, Capitulaciones, Armisticios y otros actos diplomáticos y políticos celebrados desde la Independencia hasta el día, precedida de una introducción que comprende la época colonial”-Ricardo Aranda -To. I-Publicación Oficial del Ministerio de Relaciones Exteriores (Lima, Imprenta del Estado, 1890)-pags. 45/46
La expedición de don Pedro de Mendoza, en 1536, trajo los primeros ejemplares al Río de la Plata.
Cuando se organizara la expedición, obtuvo permiso real para llevar 100 caballos al servicio de la misma y para propagar la especie en las nuevas tierras. No llegó al centenar, embarcando en Cádiz 72 ejemplares, entre caballos y yeguas. Eran animales de la raza de Berbería, originaria del norte de África, cruzada de la asiática de los mongoles. El caballo andaluz los contaba entre sus antecesores.
Ese número de animales disminuyó como consecuencia del hambre que sufrieran los pobladores del asentamiento de Mendoza (Santa María del Buen Aire) causado por el prolongado sitio de los indios querandíes.
En diciembre de 1536 los querandíes consiguieron quebrar las defensas de la villa, ingresando en ella e incendiarla, destruyéndola.
Pedro de Mendoza y algunos españoles consiguieron escapar a la matanza que siguió y se encaminaron hacia el norte, buscando refugio en el fuerte de Corpus Cristi, establecido diez años antes por Sebastián Gaboto, a orillas del río Carcarañá (actual provincia de Santa Fe).
Desde allí, Mendoza envió una pequeña partida al mando de su lugarteniente Juan de Ayolas hacia el norte, reconociendo las orillas del río. Acosado por las pestes, el hambre y los continuos ataques de los indios, Ayolas no pudo cumplir con la misión encomendada y regresó a Sancti Spiritu.
Descorazonado, enfermo y desanimado Mendoza delegó el mando del fuerte a Francisco Ruiz Galán hasta el retorno de Ayolas y se embarcó, rumbo a España, el 22 de abril de 1537. No llegó; murió en alta mar, cerca de las Islas Canarias, el 23 de junio de 1537.
Buenos Aires volvió a ser reconstruida luego de zarpar Mendoza hacia España, pero no subsistió por mucho tiempo. Al no poder seguir soportando la situación, los sobrevivientes pobladores de Buenos Aires abandonaron finalmente la plaza hacia Asunción, sin Francisco Ruiz Galán, por entonces al mando quien, con permiso de retirarse de la campaña expedicionaria sin tener que pasar por Asunción, se embarcó hacia la isla Santa Catalina, para retornar a su pueblo natal, la villa de Guadix (Granada, Andalucía), hacia agosto de 1541.
Según el informe del sacerdote franciscano fray Juan de Ribadeneira al Rey, quedaron 44 caballos, aunque según Rui Díaz de Guzmán sólo eran 12. En efecto, dice el cronista, refiriéndose a la comarca de la Trinidad, puerto de Buenos Aires, “…Este puerto fue poblado antiguamente de los conquistadores, y por causas forzosas que se ofrecieron, la vinieron a despoblar, donde parece que dejaron en aquella tierra cinco yeguas, y siete caballos; de los cuales, el día de hoy ha venido a tanto multiplico en menos de 70 años, que no se puede numerar; porque son tantos los caballos, e yeguas, que parecen grandes montañas, y tienen ocupado desde el Cabo Blanco hasta el Fuerte de Gaboto, que son más de 80 leguas, y llegan adentro hasta la Cordillera...”
-“Historia Argentina del descubrimiento, población y conquista de las provincias del Río de la Plata”, escrita por Rui Días de Guzmán en 1612. Edición ilustrada con notas y disertaciones de Pedro de Angelis–Buenos Aires, Imprenta del Estado, 1835. Libro I, Capítulo IV, pag. 11.
Rui Díaz de Guzmán (1559-1629), cronista criollo asunceño fue el primer escritor nacido en la gobernación del Río de la Plata y del Paraguay; siendo el primer mestizo de ascendencia hispano-guaraní en registrar la historia de la región del Plata.
A partir de la retirada de los españoles del puerto de Buenos Aires, a fines de agosto de 1541, comenzó una nueva etapa para la llanura pampeana. Esos pocos caballos y yeguas sobrevivientes del sitio y posterior abandono de Buenos Aires fueron los reproductores que sirvieron de plantel a los que poblaron la llanura.
Trajeron caballos al actual territorio argentino, entre otras, las expediciones del jerezano Álvar Núñez Cabeza de Vaca, quien nombrado segundo adelantado del Río de la Plata en 1537, iniciara su segundo viaje a América a fines de 1539, que le llevara al sur del continente americano, hasta la isla de Santa Catalina (actual estado de Santa Catarina-Brasil), entonces territorio español denominado La Vera o Mbiazá (en la gobernación del Paraguay). Desde allí, por tierra, inició un viaje de casi cinco meses para llegar a la villa y fuerte de Asunción del Paraguay, donde estaba la sede de la gobernación del Río de la Plata. Cruzó la selva paranaense y fue el descubridor europeo de las cataratas del Iguazú.
También lo hicieron el burgalés Diego de Rojas, quien ingresara al noroeste del actual territorio argentino, bajando desde el Cuzco (1543) y la expedición de Juan Núñez del Prado, extremeño, nativo de Badajoz, de la Extremadura leonesa, entonces Corona de Castilla, quien fuera el primer gobernador colonial del Tucumán (1549-1553), habiendo llegado desde Charcas (o La Plata), donde estaba avecindado.
Hacia 1588 el licenciado Juan Torres de Vera y Aragón, natural de Estepa (Sevilla) introdujo en el actual territorio argentino 150 caballos y yeguas españolas escogidos en Asunción, que llevo consigo en su avance rumbo a la actual Corrientes.
Al llegar el vizcaíno Juan de Garay al Río de la Plata miles de yeguarizos campaban por la región, en la que antes de la llegada de los españoles no existía el ganado yeguarizo. Los hombres que llegados con Garay fundaran Buenos Aires, en 1580, fueron los primeros europeos en atrapar y domar baguales descendientes de los que sobrevivieran de la expedición de don Pedro de Mendoza.
Cuando el indio domesticó y pudo hacer uso del caballo dispuso de él para su alimentación. Para él, la carne de potro era la preferida y bebía su sangre en la creencia que le transmitiría su vigor. Además le facilitó la caza de ñandúes, venados y guanacos, a los que podía perseguir velozmente, montado. El cuero fue aprovechado para confeccionar elementos necesarios, como las lonjas y tientos para distintos usos. Sobre todo, el caballo facilitó los desplazamientos en largas distancias, aumentando la capacidad de combate.
Los nativos cuidaban los detalles a tal extremo que, para aliviarle el peso de la lanza propia, generalmente la llevaban arrastrando, sujetándola mediante un tiento que hacía las veces de agarradera, similar a la de los rebenques, atada a la contera de la lanza. Las marcas que iban dejando las lanzas en el suelo fueron huellas que se denominaron “rastrilladas”.
Acostumbraban a pelear desmontados y sabían deslizarse hábilmente para descolgarse por el anca, con el caballo al galope, para caer por detrás, de pie, lanza en ristre.
El ingeniero Alfredo Ebelot (1839-1921), también escritor y periodista francés que viviera durante varios años en la República Argentina, donde fundara el periódico en lengua francesa “Le Républicain”, que dejó de publicarse al tiempo del estallido de la epidemia de fiebre amarilla (1871) y fuera uno de los ingenieros directores de la construcción de la Zanja de Alsina (1876-1877), en su libro “La Pampa” se refirió a los antecedentes del caballo criollo, capítulo “El recado y el caballo”.
-“La Pampa”-Librairie Française de Joseph Escary, editor-Buenos Aires, 1890 (pags. 113 y sig.)
Según Dionisio Schoo Lastra “…Los naturales obtenían caballos en las llanuras de Buenos Aires, pues era tal su abundancia que en 1774, en viaje por ellas, el sacerdote jesuita Tomás Falkner pudo a duras penas librarse con los cuatro indios que le acompañaban de ser arrollado y hecho pedazos por miles y miles de baguales que cruzaron junto a él sin interrumpirse durante 2 o 3 horas…”
-“El Indio del Desierto. 1535 – 1879”-Dionisio Schoo Lastra. Biblioteca del Suboficial, Buenos Aires, 1937, 3ra. edición, págs. 25 y 26).
El ingeniero agrónomo Eduardo Losson, de origen francés, que llegara a la República Argentina en 1884 contratado como profesor para el Instituto Agronómico Veterinario de Santa Catalina, inaugurado en Llavallol el 6 de agosto de 1883, murió repentinamente de un aneurisma en enero de 1889.
“Dos ó tres dias mas tarde, salía en un diario de Buenos Ayres, el Nacional, con éste título: ‘el Testamento de Eduardo Losson,’ un artículo que era la reproducción de una conversación que el eminente profesor habia sostenido, media hora antes de sucumbir de un modo fulminante, en una de las salas de la Sociedad Rural, con un miembro de la misma. Creo hacer algo útil proporcionando la poca publicidad de que dispongo á las vistas de un hombre de mérito, cuyos trabajos han sido bruscamente interrumpidos por la muerte. Talvez podrá otro sábio extenderlas y perfeccionarlas.
Despues de haber contado de qué modo, mientras estaba leyendo, Losson se le acercó ese día, entablándose el diálogo sobre Geoffroy-Saint-Hilaire, la escuela de Alfort y la zoología, el autor del artículo1 agrega:
‘Losson había estudiado el caballo argentino como ningún otro; lo había estudiado con interés, con cabeza de sábio, con ojos de observador. Al busca su genealogía, se había remontado hasta muy lejos, pero muy consciente, muy fundamentalmente, siguiendo el plan de Darwin, ó la fórmula de Haeckel; para él, de una rara, de una singular selección, proviene ese tipo del caballo argentino, gran tipo como elemento de fuerza y de resistencia.
-El caballo árabe, el caballo persa, el tártaro, me dijo, tienen seis vértebras lumbares; el caballo argentino solo tiene cinco. Y bien, agregó, para hallar su origen, sobre esta base, tenemos que remontarnos muchos.
Yo creí que iba á la época pre-histórica.
-Sin embargo, le observé, el caballo americano, el Hipparion, ó el Pliohippus, que fue el tipo de caballo definitivamente realizado, desapareció después del plioceno, destruido por los grandes carniceros…”
-"El Nacional, nº del 25 de enero de 1889” citado en “La Pampa”-Alfredo Ebelot-Librairie Française de Joseph Escary, editor-Buenos Aires, 1890; pags. 135 a 138.
Remarcaba Losson que tanto el caballo tártaro como el árabe tenían seis vértebras lumbares, mientras el caballo berberisco y el criollo sólo tienen cinco. Considerando, entonces, que el segundo es antecesor del primero.
Concretamente, entonces, el caballo andaluz desciende del berberisco y, siguiendo a Ebelot, se puede decir que la berberisca es una estirpe antigua, pudiéndose afirmar en tiempos de Yugurta (160-106 a. C.) o Jugurta, que fuera rey de Numidia (área del norte de África, en los territorios de las actuales Argelia y Túnez) que los caballos númidas eran los más animosos del mundo.
CARACTERÍSTICAS DEL CABALLO CRIOLLO
El caballo criollo desciende del caballo andaluz (y español, por extensión) del siglo XVI, que tenía una fuerte influencia berberisca, siendo valorados en la época como los mejores caballos de Europa.
Cuatro siglos de selección natural se reflejaron en el caballo criollo en sus inmejorables condiciones de rusticidad, resistencia y adaptación a medios naturales hostiles.
Características: medidas y formas medianas. Su tipo se corresponde con el de un caballo de silla, equilibrado y armónico. Bien musculado y de fuerte constitución, con su centro de gravedad bajo. De buen pie y andares sueltos, ágil y rápido en sus movimientos. De carácter activo, enérgico y dócil, su característica racial está definida por su rusticidad, longevidad, fertilidad, resistencia, valentía, poder de recuperación y aptitud para trabajos ganaderos.
Biometría
- Talla: Ideal 1,44 m. Las fluctuaciones máximas para los machos serán entre 1,40 m. y 1,48 m. pudiendo aceptarse como excepción hasta de 1,50 m. y no menos de 1,38 m.
Hembras: 2 cm. menos.
Perímetro toráxico: ideal 1,78 m. Hembras 2 cms. más.
Perímetro de la caña: ideal 0,19 m. Hembras 1 cm. menos.
Las fluctuaciones de las medidas deberán guardar la debida armonía con las indicadas para la talla.
Pelajes: Con excepción del “pintado” y el “tobiano” se dan todos los pelajes. Crina abundante, tupida; tusa ancha, cola gruesa.
Cabeza: de perfil preferentemente rectilíneo o subconvexilíneo. En conjunto corta, liviana, de base ancha y vértice fino proporcionalmente mucho cráneo y poca cara. Frente ancha y más bien plana. Carrillos destacados y separados entre sí ojos vivaces y expresivos, orejas chicas, anchas en su base, separadas y paralelas. Ollares medianos. La cabeza debe denotar la pureza racial, el carácter y la natural diferenciación sexual entre machos y hembras.
Cuello: de suficiente largo y flexibilidad. Musculado en su inserción superior con la cabeza. Ligeramente convexo en su línea superior y recto en la inferior. Su eje se unirá al tronco en un ángulo casi recto con las paletas.
Tronco: visto de costado, profundo desde la cruz a la cinchera y de frente, de forma oval. De buen desarrollo en su perímetro y cerca del suelo. Costillas moderadamente arqueadas y abiertas hacia abajo y hacia atrás. Vientre amplio, continuando insensiblemente el perfil interior del tórax.
Lomo: de largo mediano, fuerte, fuerte, firme y ancho y musculado hacia el posterior. Suavemente unido a la cruz y al riñón con los que conformará una correcta línea superior.
Pecho: medianamente ancho, musculado, y bien descendido. El esternón se ubicará aproximadamente al la mitad de la alzada del animal.
Grupa: de buen largo y musculada, de ancho de ancho mediano y suavemente inclinada. Vista del posterior: redondeada, sin protuberancias óseas ni hendiduras perceptibles. Extremidades: robustas; patas fuertes y cuartillas cortas.
Todas estas características le dan al caballo criollo una gran resistencia a la fatiga.
En Argentina y en la República Oriental del Uruguay se realizan pruebas de resistencia en un recorrido de 750 kms. en 15 días, alimentándose los animales únicamente con pasto natural, sin recibir tratamiento médico-veterinario de ningún tipo.
LOS SOLANET EN ARGENTINA Y LOS CRIOLLOS DE LOS TEHUELCHES
El primer Solanet que llegara a la República Argentina fue Enrique, en 1842, proveniente de Les Vignes (Lozère), sobre el río Tarn, en la Occitania, sur de Francia.
Ya en Argentina, Enrique se instaló en la estancia “El Toro”, en el partido bonaerense de Las Flores, que había sido creado poco tiempo antes, por decreto de 25 de diciembre de 1839 del gobernador don Juan Manuel de Rozas.
Años más tarde lo siguieron sus primos hermanos Juan Felipe (Jean Philippe) Solanet Galtier, nacido en 1847 en Massegros (Lozère), en la Occitania francesa, siendo hijo de Jean-Pierre y de Estebana Galtier, quien arribara en 1870; Jules Fréderic y Marius Phidelin (ambos llegados en 1884). La fiebre amarilla acabaría con la vida del último de los nombrados a poco de su arribo.
Siete toros tarquinos (Shorthorn) de Enrique y Felipe Solanet fueron presentados en la primera exposición realizada en junio de 1875 por la Sociedad Rural Argentina, en un terreno de Leonardo Pereyra Iraola situado en Florida y Paraguay, quien lo facilitara para tal fin.
Juan Felipe Solanet Galtier contrajo matrimonio en la Basílica de Nuestra Señora de la Merced (Buenos Aires), el 13 de septiembre de 1879, con la porteña Emilia Gassiebayle Testevin, hija de padres franceses (Pierre y Graciana Testevin).
De este matrimonio nacieron Pedro (9 de junio de 1880, en Las Flores), Felipe (h) y Emilio (28 de abril de 1887, en Ayacucho).
En 1882 se instalaron en “El Cardal”, establecimiento de campo situado en el partido de Ayacucho.
Pedro, destacado médico y político, contrajo matrimonio con María Adela Matilde Ocampo Giménez, el 9 de junio de 1906. Desempeñó altos cargos públicos: fue Intendente municipal de Ayacucho, Diputado y Vicegobernador de la provincia de Buenos Aires (1922-1926, gobernación de José Luis Teófilo Cantilo); falleciendo a los 47 años, el 20 de junio de 1927.
Su hermano Felipe, abogado, falleció antes de los 30 años.
Juan Felipe Solanet Galtier falleció en Ayacucho, el 23 de febrero de 1896.
Emilia Gassiebayle Testevin falleció el 26 de abril de 1945, en Buenos Aires.
Emilio Solanet Gassiebayle fue bautizado en la Parroquia de la Purificación de la Virgen María (Ayacucho), el 19 de mayo de 1887.
Contrajo matrimonio con María Emma Etchegoyen Lezama, nacida el 17 de febrero de 1898 en Ayacucho. Tuvieron dos hijas, nacidas en 1934 y 1936.
Don Emilio Solanet estudió en los colegios de El Salvador y San José, en Buenos Aires. Egresó como médico veterinario en la Universidad de la Plata, doctorándose posteriormente, refiriéndose su tesis a un parásito intestinal descubierto en los zorrinos. Su padrino de tesis fue el Dr. Pedro N. Arata, primer Decano de la Facultad de Agronomía y Veterinaria de la Universidad de Buenos Aires.
Fue productor agropecuario, profesor universitario, académico de número de la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria y dirigente político con actuación en la Unión Cívica Radical, en Ayacucho, donde fuera Intendente municipal en dos ocasiones. También fue diputado provincial y luego nacional.
Se dedicó de lleno a la recuperación y perfeccionamiento de la raza caballar criolla.
“Son conocidos los antecedentes de los señores Pedro y Emilio Solanet como criadores del caballo criollo. Trajeron del extremo sur de la república, un lote selecto de yeguas indias, y sobre esta base formaron un plantel de animales cuyos descendientes son los campeones actuales. Salvaron así, una raza útil que desaparecía olvidada entre los indios.”
-“La Nación”, Buenos Aires, 20 de agosto de 1925.
En España, se había impuesto la cruza con la raza frisona, luego con la dinamarquesa, con la napolitana, con la árabe y, al fin, con la inglesa o normanda. La tendencia a la cruza tardó mucho tiempo en darse en América. Así, el caballo criollo pudo subsistir. Hubiera desaparecido, como ocurriera en España, a no ser por la intervención de don Emilio Solanet y otros entusiastas criadores ganaderos que, conociendo sus méritos, se asociaran en su defensa.
En 1923 se constituyó la Asociación de Criadores de Caballos Criollos de la República Argentina, de la cuál fuera socio cofundador. Su primer presidente fue Raúl Videla Dorna. Don Emilio Solanet lo fue más tarde, en tres oportunidades: 1944, 1950 y 1951.
Escribió varias obras.
Con base en los apuntes tomados por alumnos en sus clases, fue editada “Hipotecnia” (Ediciones Morata-1943).
En 1946, Ediciones Agro publicó sus libros “La cría del yeguarizo y la Remonta” y “El Caballo Criollo”.
Es autor de “Pelajes Criollos” (Editorial Guillermo Kraft Ltda.-1955);
Emilio Solanet murió el 7 de julio de 1979 a los 92 años.
DON EMILIO SOLANET Y LOS CABALLOS CRIOLLOS
El doctor Emilio Solanet (1887 / 1979) es recordado como “el padre de la raza” caballar criolla.
Ferviente defensor del caballo criollo, puso todo su empeño y dedicó su vida a recuperar y desarrollar ésta raza equina.
Lo hizo en los campos e instalaciones de “El Cardal”, estancia de 6.000 hectáreas de la familia Solanet, situada en el cuartel VIII del partido bonaerense de Ayacucho, a unos 25 kms. de la cabecera del partido, cerca de la estación ferroviaria de su apellido (Solanet) del ramal del Ferrocarril del Sud (Roca) que vinculaba las localidades de Chas (General Belgrano) y Ayacucho; ramal habilitado el 1 de julio de 1911, cerrado en 1978 y levantado a principios de los años ’90.
A fines del siglo XIX y principios del XX comenzó la introducción de maquinaria en los establecimientos agropecuarios de la llanura pampeana, sustituyendo progresivamente el trabajo de los equinos.
Los estancieros comenzaron a traer desde Europa caballos de silla de buena figura y cruzaron a los caballos criollos con ejemplares de otras razas. De esas cruzas surgieron animales que pocas cualidades heredaron; pero los caballos criollos perdieron presencia en las estancias. Algunas tropillas quedaron en poder de los tehuelches, en la Patagonia.
En 1908 Emilio Solanet alcanzaba su título en la Facultad de Agronomía y Veterinaria de la Universidad de Buenos Aires (UBA).
Estando en la estancia familiar, “El Cardal” llegó una tropa de vacunos arreada desde la Patagonia, en un trayecto de 1.600 kilómetros.
Emilio Solanet vio que los caballos de pelambre áspera que montaban los troperos, animales fornidos, parecían frescos y vivaces tras el extenso viaje. Hizo algunas preguntas a los gauchos, de sangre india, que contestaron centrándose en una expresión propia: “El caballo criollo muere antes de cansarse”.
Interesado en los animales de esas características, Emilio Solanet comenzó a investigar el tema y el origen del animal en viejos libros y documentos, creciendo u interés a medida que avanzaba en los conocimientos, advirtiendo que estaba sobre la evidencia de una raza distinta producida por selección natural.
Decía Emilio Solanet que “En la Facultad aprendí que no hay mejor selección que la realizada por la propia naturaleza y el caballo criollo a lo largo de cuatrocientos años de habitar nuestras pampas había ido adecuándose a las características que le imponía el medio. Por eso fui a buscar en las manadas de los indios yeguas que pudieran servir para el rescate de la raza, tomando en cuenta al principio de la supervivencia del más fuerte”.
Hacia 1910, Solanet tomó conocimiento por una persona de su relación, Adán García (poblador de Colonia Sarmiento, en el entonces territorio nacional del Chubut), que en esa región del valle de río Senguer, en la Patagonia Argentina había caballadas de criollos puros en posesión de pobladores tehuelches de los toldos del cacique tehuelche Teutrif (Antonio Liempichún) que pasaran, con su marca, al cacique Sacamata (Juan Shacqmatr).
Solanet se embarcó hasta Comodoro Rivadavia, para seguir luego a caballo hacia esas tolderías con Adán García y Alberto Procaccia como aparceros, con el objetivo de comprar los mejores ejemplares para su haras bonaerense de “El Cardal”.
Así fue es que una tarde de febrero de 1911, por primera vez “paró rodeo” (juntó a campo abierto) nueve manadas de la marca en forma de “corazón”, que fuera en principio del tehuelche Liempichún, pasando luego a Sacamata; para “sacar de la pata” (elegir) los mejores ejemplares de yeguas y padrillos.
Solanet hizo tres viajes. Téngase en cuenta que cada uno de ellos llevó unos cinco meses.
Revisó unos 1.300 animales, de los que compró ochenta y cuatro, a $ 5.- cada uno, precio acordado con los tehuelches en el boliche de la Laguna Salada, al norte de Comodoro Rivadavia. El cierre del negocio era a $ 5.- por cabeza, sin discusión sobre el precio. Los animales adquiridos fueron llevados en arreo a "El Cardal”.
Pese a ello, una vuelta, en otoño de 1919, en Río Senguer un tape, el indio yegüero Catrán Cabrera, enlazó una de las yeguas elegidas diciendo: “Ese vale más; siendo mansa”.
Dudas, nuevo parlamento, nueva oferta...30 pesos, ¡No!..40, ¡No!..50, ¡No!.. Nueva tentativa de don Emilio: 5 pesos... ¡Si! dijo Catrán.
No muy ducho en números, el tehuelche desconfiaba del cristiano y cinco eran cinco ¡No eran 30, 40 ni 50…!
La yegua era la que Solanet bautizara como “Baguala” (la del pedido de mayor precio, por ser mansa) nacida en el año 1909, era mora estrella, con patas blancas, crinera y cola gruesas, buen tórax, lomo fuerte, grupa casi horizontal; aplomos completos y así la describe Solanet en las anotaciones de su puño y letra, en la que recuerda el episodio con Catrán Cabrera, cuya marca dibujara.
Foja 36, del Libro I de registros de Solanet.
"Baguala” fue madre de campeones en Palermo en los años 1920, 1923 y 1924. Uno de sus hijos, con el padrillo "Africano Cardal" (nacido en 1917) fue “Atuel Cardal” (nacido en 1920), campeón en 1923 en la categoría machos nacidos del 1 de julio de 1920 al 30 de junio de 1921, que también fuera premio Jockey Club, adquirido por Alberto Leloir por la suma de $ 5.500.
“Baguala” murió en agosto de 1937.
“El Standard para la Raza Criolla” fue desarrollado y presentado por Emilio Solanet ante la Sociedad Rural Argentina, entidad que lo aprobara el 28 de septiembre de 1922; dando impulso al desarrollo de la cría en cabañas de productos de pedigree.
En la 37ª. Exposición provincial organizada en 1921 por la Sociedad Rural de Ayacucho, los doctores Pedro y Emilio Solanet presentaron a "Mangrullo", un padrillo criollo que fue campeón y primer premio en dicha muestra.
Para la 50º exposición de la Sociedad Rural de Olavarría, en el mismo año (1921) los hermanos Solanet exhibieron a “Ochura”, yegua criolla primer premio y campeona en Ayacucho.
En la 47º Exposición de Nacional de Ganadería, otro ejemplar del establecimiento de don Emilio Solanet, “Cuyo Cardal”, fue campeón macho de raza criolla argentina.
Cabe recordar que, además del célebre raid Buenos Aires-Nueva York, protagonizado por el suizo-argentino Aimé F. Tschiffely (1925-1928), en el año 1925 Abelardo Pirovano, con “Lunarejo Cardal”, un rosillo criollo de 14 años, cubrió el trayecto Buenos Aires Mendoza, en pleno invierno, en 17 días, completando 276 leguas (1380 kms.) a un promedio de 16¾ leguas por día. La última etapa, de 24 leguas (120 kms.) la superó en un solo día de marcha.
DOS PINGOS CRIOLLOS, DE “EL CARDAL” DE SOLANET, EN EL RAID BUENOS AIRES-NEW YORK
Aimé F. Tschiffely era de origen suizo, naturalizado argentino; nacido en Zofingen (Aargau), el 7 de mayo de 1895.
Hacia 1915 llegó a Buenos Aires para enseñar en el St. George's College de Quilmes y en el Buenos Aires English High School, del que llegara a ser director de estudios.
Ya en el país recorrió la llanura pampeana, conociendo a sus pobladores y sus costumbres, integrándose a ellas.
Fue en 1924, a los 29 años, cuando decidiera emprender la travesía a caballo desde Buenos Aires hasta Nueva York con intención de probar la fortaleza y resistencia de los caballos criollos.
Entusiasmado con el proyecto, llegó hasta la sede del diario “La Nación”, de Buenos Aires, donde lo expuso, siendo escuchado y alentado. Lo pusieron en contacto con el doctor Octavio Peró conocedor de la raza, a quien escuchó atentamente sobre la forma de encarar el raid y su opinión acerca de los ejemplares de caballos criollos que podría comprar para concretar su proyecto.
El doctor Peró lo puso en contacto con el doctor Emilio Solanet, que -como fuera dicho- era destacado criador y relevante personalidad en el marco de la raza criolla, cuyo establecimiento de campo dedicado a la cría era “El Cardal”, en las cercanías de la estación Solanet del ferrocarril del Sud, en el partido bonaerense de Ayacucho.
Solanet le prestó atención y, considerando que se ponía en juego la fama de sus caballos, lo puso a prueba. Le hizo recorrer varios kilómetros de día y de noche, bajo distintas condiciones climáticas, con lluvia o con sol intenso y, aunque no estaba frente a un jinete experto, observando la resistencia y perseverancia del joven, resolvió apoyarlo, regalándole dos caballos: “Gato” y “Mancha”.
Eran ejemplares de pelaje gateado y overo manchado, respectivamente, nacidos en 1909 y 1908; caballos criollos de las tropillas de los tehuelches, que había adquirido Solanet en el sur del Chubut (Patagonia Argentina).
Los caballos, chúcaros, fueron amansados por paisanos de la estancia de Solanet, quien proporcionó éstos dos ejemplares a Tschiffely.
Veintinueve años era la edad del aventurero jinete suizo al momento de iniciar la marcha. “Mancha” contaba dieciséis años y “Gato” quince. No eran precisamente potrillos, sino buenos caballos hechos que venían familiarizados con la dura existencia en Meseta Patagónica sur, región donde habían crecido.
Tschiffely preparó el raid y marchó a la aventura contando únicamente con sus propios recursos, sin subvención alguna
Durante los seis meses previos, durante lo que realizara los preparativos del viaje, todas sus entradas estuvieron destinadas a tal fin.
Luego, a lo largo del viaje y a medida que avanzaba, en los lugares en que se detenía, generalmente se les brindaba alimentación adecuada, tanto para él como para los animales y se le facilitaba suficiente forraje para algunos días.
La mañana del 23 de abril de 1925, Tschiffely dejó su alojamiento céntrico y con su perro “Belcha” (negro en vasco), un ejemplar de policía belga, que también iba a integrar el equipo de raid, dirigiéndose a la Sociedad Rural en busca de sus dos equinos.
El raid se inició en la Sociedad Rural Argentina (Buenos Aires), el 23 de abril de 1925.
Tschiffely recibió el saludo de algunos amigos y partió, montado sobre “Gato”, mientras “Mancha", de tiro, hacía de carguero, roles en los que alternarían a lo largo del trayecto.
Caía una tenue llovizna sobre Buenos Aires, que se convirtió en lluvia torrencial, antes de llegar a Morón, teniendo que hacer noche en un boliche de campaña.
La llegada del perro no había sido del agrado de los caballos, sobre todo, de “Mancha”, quien en el primer día de viaje, cerca de Morón, le propinó una fuerte coz en una cadera, lesionándolo considerablemente, debiendo quedarse. Una ausencia que Tschiffely lamentó.
Los caminos, intransitables por la lluvia, forzaron a una lenta marcha, pasando por Luján rumbo a Rosario (Santa Fe), donde llegó luego de varios días. Desde allí siguió con rumbo noroeste, hacia la frontera con Bolivia, pasando por “las desoladas regiones de Santiago del Estero”; por Tucumán, que mencionara como “el edén argentino” y por Jujuy, desde donde enfiló hacia el norte, por un vasto y profundo valle, orientado en esa dirección.
Atravesó la quebrada de Humahuaca, llegando a la frontera el 7 de agosto de 1925; pasó a Bolivia, enfilando hacia el Altiplano. Pasó por Tupiza, siguiendo con rumbo norte hacia Potosí y desde allí, hacia el noroeste hasta llegar a La Paz; continuando hacia Huaqui, para seguir la marcha cerca del Titicaca, el lago sagrado, rumbo a Desaguadero, en la frontera entre Bolivia y Perú.
Ingresó a éste país cruzando el puente internacional. Desde la frontera, marchó hacia el noroeste, manteniéndose próximo al lago Titicaca (en territorio peruano) para alcanzar Puno y seguir, ya alejándose del lago, hacia Chuquibambilla, para llegar a Cuzco.
Tras un descanso, siguieron andando con rumbo oeste-noroeste, pasando por Limatambo para alcanzar Ayacucho. Desde allí, partieron hacia Lima, pasando por Paucará, Mejorada, Huancayo, Tarma y La Oroya, para entrar a la capital peruana, desde el noreste, el 8 de enero de 1926.
Continuaron luego siguiendo la línea costera del Pacífico, por los difíciles arenales y desiertos de la costa del Perú: Ancón, Paramonga, Chimbote, Trujillo, Chiclayo y Lambayeque.
Refiriéndose a ésta etapa del viaje, dijo Tschiffely:
“Contrariando la práctica de la mayoría de los viajeros de las regiones secas, no llevé agua. Para mi uso personal disponía de una caramañola de coñac y otra llena de jugo de limón mezclado con sal. Esta bebida resultaba muy estimulante, pero de sabor tan ingrato que nunca sentí deseos de beber mucho de una sola vez. En cuanto a los caballos, calculé que la energía que gastarían en transportar agua, sería muy superior al beneficio derivado de beberla, así que sólo la tuvieron cuando llegamos a algún río o poblado. Creo que mi teoría era sólida; con carga ligera ganábamos en velocidad y evitábamos que los caballos se lastimasen los lomos, porque el agua es la carga más incómoda que un animal puede llevar. Sólo en raras ocasiones, parecieron mis caballos sufrir algo de sed”.
Esta etapa fue una de las más difíciles y agotadoras, debido a la aridez y a las arenas del desierto. Un día de marcha requería dos o más de descanso
Luego de atravesar la dura zona desértica de Mata Caballo, playa al sur de Sechura, departamento de Piura (Perú), donde hubo que hacer de un tirón el tramo de 160 kilómetros sin agua ni comida, Tschiffely comenzó a alejarse de la costa, hacia el interior del territorio peruano, cruzando la frontera para internarse en la región montañosa del Ecuador.
Para estos días, la prensa argentina le dedicaba muy poco espacio al raid, apenas unas palabras, las suficientes para informar que había llegado o partido del país desde donde se recibía un cable de noticias. Lo contrario ocurría en distintos puntos del viaje, a media que iba avanzando. Las recepciones en distintas poblaciones iban siendo más numerosas a medida que el tiempo transcurría, aumentando la magnitud de su hazaña.
En la región montañosa del Ecuador, conoció Tschiffely la historia de los indios jíbaros, que reflejara años más tarde en su libro:
“Habitan en el interior y son de un tipo distinto a los 'runas', que en su mayoría son agricultores o trabajan como albañiles, barrenderos, etc. A los jíbaros se les llama a veces ‘cazadores de cabezas’, pero la mayor parte de las historias que corren acerca de su ferocidad y crueldad es invención de viajeros y escritores que se sirven más de la imaginación que del conocimiento de los hechos. Cuando el jíbaro mata a un enemigo, dispone de un procedimiento para reducirle la cabeza a un tamaño muy pequeño, sin desfigurar sus rasgos. He visto cabezas reducidas al tamaño del puño de un hombre y una vez tuve en mis manos, la de una muchacha, la más hermosa que he visto jamás, porque parecía dormida. Cuando me cansé de llevar tan fúnebre carga, se la regalé a un conocido, lo que no he cesado de lamentar desde entonces”.
En el territorio ecuatoriano pasaron por Loja, Cuenca, Alausí, Guayaquil y Riobamba, llegando a Quito el 17 de julio de 1926.
Desde Quito, siguieron hacia el noreste, pasaron por Ibarra, para cruzar el río Chota, ingresando a Colombia. Sobrepasaron Ipiales, Pasto, Popayán, Palmira y Cali, llegando a Bogotá el 11 de octubre de 1926.
Desde la capital colombiana, nuevamente con rumbo oeste salieron hacia Manizales, donde tomaron hacia el norte, para llegar a Medellín. Nuevamente hacia el este, rumbo a Puerto Berrio (Antioquia), siguiendo la línea costera del Magdalena hacia Calamar y, desde allí, rumbo oeste, hacia la ciudad portuaria de Cartagena, sobre el Mar Caribe.
Insólita aventura la de ésta etapa, sorteando brazos de agua con abundancia del cocodrilo local, el “caimán del Magdalena”.
Siendo imposible cruzar andando el Tapón del Darién, difícil zona pantanosa del sur de Panamá, en la que Sudamérica se une con América Central, en Cartagena embarcaron en el barco holandés “Crynsson” de la Royal Netherland Line, al que los caballos fueron izados mediante una eslinga: método que no fue bien recibido por los caballos, sobre todo, por parte de “Mancha”.
Tschiffely aprovechó el tiempo restante para que el barco dejara el puerto colombiano recorriendo y conociendo algo de la ciudad; sobre todo, la formidable e histórica fortaleza española.
Desde Cartagena Tschiffely se despidió de Sudamérica.
Al atardecer del 24 de noviembre de 1926, tras la navegación por el Mar Caribe, la nave amarraba en el puerto de Colón. Una vez más, el descenso de los caballos con la eslinga, volvió a alterarlos y “Mancha”, enfurecido, como si fuera una danza de guerra, se descargó coceando contra todo, especialmente las paredes de los edificios aduaneros.
En enero de 1927 Tschiffely siguió la marcha, sobre un camino pavimentado en buen estado, hacia la esclusa de Pedro Miguel.
En sus relatos posteriores Aimé Tschiffely puso especial interés en explicar cómo cruzó el canal de Panamá, cuyas esclusas de Gatún y Pedro Miguel, contaba cada una con una puerta enorme que regulaban el paso y nivel del agua. Cerradas, se podían cruzar con un automóvil pequeño.
Las restantes puertas de esclusas tenían caminos peatonales que hacían posible caminar sin peligro.
Las de Gatún y Pedro Miguel eran frecuentemente utilizadas por el ejército para cruzar con caballos.
Cruzó por la primera y se dirigió hacia un puesto militar estadounidense en la zona de Culebra Cut, acompañado por un policía de la Zona del Canal.
Fue entonces cuando, cerca de una estación de señales, un fotógrafo le pidió autorización para fotografiarlos. Advirtió entonces que “Mancha” daba señales de estar sentido en una pata trasera y, al examinarlo, encontró un corte profundo bajo la cuartilla. Llegó hasta las instalaciones militares estadounidenses de Camp Gaillard (antiguo asiento de la Armada con la denominación Camp Elliott, que fuera renombrada al ser transferida al Ejército).
Para entonces, el caballo rengueaba ostensiblemente; allí se le brindó atención veterinaria y alojamiento a Tschiffely, que permaneció varios días hasta que “Mancha” se recuperó.
Camp Gaillard era entonces la base de la 20º Brigada de Infantería, integrada por soldados de origen portorriqueño, comandados por el Brigadier General Fox Connors y oficiales estadounidenses. Connors había sido jefe de operaciones del general Pershing durante la primera guerra mundial. Esta base fue desactivada poco tiempo después, en octubre de 1927, dando paso a instalaciones propias de la actividad del canal.
Lo equiparon con nuevos elementos: cinchas y estribos e incluso alforjas nuevas. Además, el experto herrero de la unidad militar renovó las herraduras de los equinos.
El viaje se reinició hacia el oeste-sudoeste, rumbo a Santiago. Luego, hacia el oeste-noroeste, pasando por David y luego La Concepción cruzando la zona boscosa, atravesando el “laberinto verde”, donde Tschiffely llegó a comer carne de mono.
A poco de atravesar el río Chiriquí, dejaban atrás Panamá por una indefinida zona de frontera, sin señalización precisa. Tras superarla, ya en territorio de Costa Rica, marcharon hacia la localidad de Buenos Aires, en la provincia de Puntarenas, llegando a la capital, San José de Costa Rica, el 16 de abril de 1927.
Allí Tschiffely tomó conocimiento, a través de funcionarios de la Legación Argentina y otros canales oficiales, de la situación conflictiva que se estaba dando en Nicaragua, con cruentas luchas en varios puntos de su territorio; recomendándosele que evitara ingresar en las zonas de conflicto.
Marchó entonces hacia Puntarenas, ciudad portuaria costarricense, sobre el Pacífico, donde abordaron el vapor “City of San Francisco”, superando el territorio de Nicaragua en navegación, para hacer escala en Amapala (en la isla del Tigre, Golfo de Fonseca, Honduras) desembarcando, tras navegar unas dos horas más, en el puerto de La Unión, ya en territorio de El Salvador.
Allí tuvo la primera y única mala experiencia con los funcionarios salvadoreños de ese puerto, que trataron coimearlo y, ante su postura negativa, amenazaron quedarse con sus armas. Con firmeza, Tschiffely logró superar la situación y tras el primer sabor amargo en el camino, siguió la marcha por un camino de carros, casi fuera de uso desde que comenzara a operar un raquítico ferrocarril, salvo por el paso de mulas, burros y caballos.
El objetivo era alcanzar la capital, San Salvador y así lo hizo, pasando por las poblaciones de San Miguel (cabecera del departamento salvadoreño de su nombre); saliendo de dicho departamento para ingresar al de Usulután, atravesándolo en dirección suroeste-noreste, hasta llegar al río Lempa, el mayor de El Salvador, límite departamental con San Vicente.
Allí tuvo la suerte de encontrar una embarcación de reducidas dimensiones que hacía el cruce del río con cargas. La primera y única de esas características que utilizara a lo largo del viaje.
No fue fácil lograr que ambos caballos abordaran la embarcación, ni tampoco bajarlos en la orilla opuesta.
Cruzaron al impulso de los remos de dos hombres ubicados a proa, llevado por otro, al timón, en la parte posterior.
Tras el cruce del río, bajó en primer término a “Mancha”, dejándolo atado a la sombra de un árbol y, mientras estaba atareado con el descenso a tierra de “Gato”, notó que “Mancha” relinchaba y se movía nerviosamente, acercándose para ver que estaba pasando; siendo entonces que vio una víbora, de grandes dimensiones, arrollada sobre el pasto, cerca del caballo. Le dio muerte, preparó los caballos y siguió viaje hacia Cojutepeque (Cuscatlán) y luego, a poco de sobrepasar el lago Ilopango, arribaron a San Salvador el 27 de mayo de 1927.
Allí los caballos pudieron descansar en la granja de un suizo, situada en las afueras de la ciudad.
Desde la capital salvadoreña, con rumbo noreste, pasaron por lago de Coatepeque y dejaron a un lado el Volcán de Izalco, en el departamento Sonsonate (llamado El Faro de Centro América, ya que sus grandes erupciones se ven desde el mar), llegando Santa Ana capital del departamento homónimo.
Poco después, volvían a cruzar otra frontera, para ingresar al departamento de Jutiapa, en el país del quetzal, continuando con el mismo rumbo hacia la Ciudad de Guatemala, a la que arribaron el 20 de junio de 1927.
Reanudaron la travesía, haciéndolo vía Quetzaltenango y San Marcos. En este tramo, “Gato” comenzó a andar con dificultad, rengueando ostensiblemente.
Alcanzaron el río Suchiate, límite entre Guatemala y México, donde fueron recibidos por la dotación del destacamento de frontera guatemalteco, cuyos integrantes esperaban su arribo y les dieron cordial despedida. Cruzaron el pequeño puente metálico internacional, ingresando a los Estados Unidos Mexicanos, donde fueron detenidos por un grupo de guardias mexicanos armados, quienes al identificarse vivaron calurosamente a la Argentina y le abrazaron; apareció una botella, tomaron unos tragos, siendo invitado con algo de comida y cigarros, todo ello aparecido como por arte de magia.
Después de tomar algunas fotografías, lo escoltaron hasta la población más cercana, Tuxla Chico; marcha que se demoró porque “Gato” cojeaba y tuvieron que detenerse en varias ocasiones, para darle descanso. Ya en las inmediaciones del pueblo, enterados de su llegada, salieron a darle la bienvenida personal militar, funcionarios y población civil. A las pocas horas Tschiffely recibía innumerables telegramas de distintos estamentos de gobierno de Mexico y de diversas sociedades civiles.
La suerte quiso que en Tuxla Chico estuviera un cirujano veterinario del Ejército Mexicano, quien hizo un detenido examen de “Gato”, encontrando el problema que le hacía renguear: un clavo se había desplazado en el casco, causándole un absceso, que estaba empeorando y podía causar un problema mayor. Abrió un hoyo en el casco y comenzaron las curaciones y tratamiento de la lesión. Se fue reponiendo, pero una mañana, al ir a buscarlo donde pastaba, vio cerca de él una mula y a “Gato” golpeado en el flanco, con un corte profundo cerca de la rodilla izquierda, causándole dolor de tal intensidad que le obligaba a apoyar todo su peso sobre el lado derecho, donde le había lesionado el clavo de la herradura.
No repuesto del todo, con las precauciones del caso siguió el avance hasta Tapachula (Chiapas), a unas 280 millas (450 kms). La lesión no mejoraba, pese a los cuidados; el clima húmedo y caluroso tampoco contribuía a la recuperación. Comunicó la novedad por vía telegráfica a la embajada argentina en la ciudad de México, acordándose que “Gato” fuera trasladado por tren a la capital mexicana, ya que por Tapachula pasa el ferrocarril de Guatemala a México.
Ayudado por amigables personas, llevó al inválido hasta la estación de ferrocarril, donde lo subieron a un vagón.
Tschiffely pensó que no lo volvería a ver; retornando hacia el lugar donde dejara a “Mancha” que, inquieto, buscaba a su compañero de viaje.
Para suplir la ausencia de “Gato”, Tschiffely adquirió dos caballos, que luego regaló a un guía, antes de llegar a la capital azteca.
Con “Mancha” siguieron con rumbo noroeste: Huehuetán, Tonalá, Jalapa de Márquez, Tehuantepec, Oaxaca, Tehuacán, Tepeaca, Puebla, para llegar la ciudad de México, el 2 de noviembre de 1927.
Fueron tres semanas en la capital mexicana, donde se sucedieron las recepciones, fiestas, banquetes y excursiones. Tschiffely, montando a “Mancha”, participó en el acto de apertura de una corrida de toros.
En México Tschiffely contrajo fiebre malaria. Tras recuperarse y recorrer varias leguas, un fotógrafo le adelantó una gratísima sorpresa: montado en “Mancha”, no reparó en la multitud que se había dado cita para recibirlo y al abrir el círculo que formaba la gente, “Mancha” apuró el paso, para ir a dar con un viejo conocido… Era “Gato”.
Tschiffely abrazó el cuello de “Gato”, frotándole la frente, tal como lo había hecho durante interminables kilómetros.
“Gato” relinchó al ver a “Mancha”, abrió las fosas nasales y movió un poco el belfo superior. Los dos caballos se juntaron y Tschiffely comprobó que el accidente no había dejado marca alguna en “Gato”, gracias a la eficaz intervención del embajador y el personal de la embajada argentina en México, que no solo se abocaron a las gestiones para el traslado al DF, sino que se encargaron de encontrar la mejor atención veterinaria para el equino.
La travesía mexicana continuó por algunas semanas, a través de San Juan del Río, Queretaró, San Luis Potosí, Matehuala, Saltillo, Monterrey y Nuevo Laredo, donde llegaron el 26 de enero de 1928.
EN LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA
Allí cruzó el puente internacional hacia Laredo (Texas) ingresando a territorio de los Estados Unidos, donde se le brindó calurosa recepción y se organizó una revista militar “en honor del bravo jinete argentino y de sus fieles y maravillosos caballos”.
Por iniciativa de oficiales de comando del Fuerte Mc Intosh, se procedió al cambio de herraduras, para adaptarlas a los caminos asfaltados.
Siguiendo la marcha, atravesaron el estado de Texas hacia el norte. Los agasajos fueron constantes: en San Antonio, Houston, Austin, Fort Worth –donde estrenó las prendas y traje criollos que le había facilitado don Gustavo Muñiz Barreto, causando el entusiasmo popular- y también en Dallas.
Ingresaron a Oklahoma y, ya en la capital estatal, cambiaron el rumbo hacia el noreste, para ingresar al estado de Missouri y, tras atravesar la región de los Montes de Ozark, llegaron a St. Louis, donde Tschifelly decidió dejar a “Gato”, por los posibles accidentes, ya que cada día se le hacía más difícil desplazarse por carreteras muy transitadas por automotores, montado y llevando otro caballo de tiro.
“Gato” quedó en St. Louis, a cargo de un hombre de fortuna, afecto a los caballos.
Tras cruzar el río Mississippi, siguieron en el mismo rumbo para ingresar al estado de Indiana, pasando por Indianapolis, Columbus (Ohio), siguiendo por Virginia, hasta alcanzar la capital estadounidense, Washington, DC, el 29 de agosto de 1928.
EL ÚLTIMO TRAMO. CON “MANCHA”
El plan original contemplaba concluir el raid en Nueva York, pero habiendo experimentado dos accidentes con automóviles en los caminos de Washington, decidió descansar allí unos días y luego, con “Mancha”, se dirigieron hacia Nueva York, navegando en un ferryboat.
“Mancha” fue alojado en la unidad militar de Fort Jay (Governor’s Island, situada en la bahía de Nueva York, al sur de Manhattan). Tschiffely fue invitado por el Club del Ejército y de la Armada para alojarse allí, donde se instaló.
El 20 de septiembre de 1928 Tschiffely montado en “Mancha” ingresaba a la Quinta Avenida de Nueva York. El caballo criollo llevaba para entonces en los cascos el polvo de veinte naciones atravesadas sur a norte, en un trayecto más extenso y duro que los realizados siglos antes por los conquistadores europeos y lo hacía ostentando sobre su pecho un moño blanco y celeste, los colores argentinos, como una condecoración que había sabido ganar.
A su ingreso en la Quinta Avenida el tránsito de vehículos se detuvo, en su homenaje.
Recorrió ésta vía hasta llegar al City Hall (Palacio Municipal), donde fueron recibidos por el Alcalde (Mayor) James John ‘Jimmy’ Walker quien, ante el Embajador Argentino, Dr. Manuel Malbrán y otras personalidades, hizo entrega a Tschifelly de la medalla de Oro de la ciudad.
Tras los agasajos que recibiera en Nueva York, Tschiffely retornó hacia St. Louis, a fin de buscar a “Gato”, para volver a Nueva York, a fin de hacer posible que ambos equinos fueran exhibidos durante diez días en el National Horse Show, la más antigua exhibición de equinos, que se realizara entre 1883 y 2002, cuando fuera trasladada a Florida y posteriormente a Kentucky.
Ese año de 1928, se realizó en el tercer Madison Square Garden, situado en la Octava Avenida y la Calle 50, Manhattan.
Las dos primeras instalaciones del Madison Square Garden (1879 y 1890) estuvieron situadas en la Plaza Madison (Madison Square), entre la Quinta Avenida, entre las calles 23 y 26 Este y la avenida Madison. Actualmente está situado entres las avenidas Séptima y Octava y las calles 31 y 33, sobre la Estación Pennsylvania de la red de cercanías.
Luego, en Washington, DC., se cumplió con el gesto que faltaba: la recepción por parte del entonces presidente de los Estados Unidos, Calvin Coolidge, en la Casa Blanca: Ocasión en la que el Major-General Herbert B. Crosby, Jefe de Caballería del Ejército de los EE. UU. dijera que "No había en todo el ejército norteamericano un caballo capaz de repetir aquella hazaña".
Tschifelly dejó en manos del presidente estadounidense unas hermosas boleadoras en nombre del Club de Oficiales Retirados del Ejército y la Armada argentinos.
Habían recorrido unos 21.500 kilómetros (4.300 leguas - 13.360 millas) hasta llegar a Nueva York, luego de 3 años, 4 meses y 26 días (1.246 días) desde la partida. El viaje se realizó en 504 etapas, promediando 17,25 kms. por día y 42,658 kms. por etapa; equivalente ésta última cifra, en realidad, al recorrido por jornada, considerando que no todos los días fueron de marcha.
En el trayecto, superaron el récord mundial de distancia y también el de altura, al alcanzar los 5.900 msnm. en el paso El Cóndor, entre Potosí y Chaliapata (Bolivia). En el cruce del Abra de Antícona (Ticlio), paso montañoso de los Andes peruanos en el distrito de Chicla, provincia de Huarochirí, al noreste de Lima (Perú), superaron los 5.000 msnm.
Entre las ciudades de Huarmey y Casma, cabeceras de las provincias del mismo nombre, en el departamento peruano de Áncash (unas 30 leguas), tuvieron que soportar calor colosal: ¡52 grados a la sombra! Sin agua, ni forraje, solo arena, arena y arena. Los cascos se hundían permanentemente de 6 a 15 pulgadas en la arena candente. En Mata Caballo, desértica playa al sur de Sechura, departamento de Piura (Perú), hicieron una dura jornada de 160 kilómetros, sobre arena, sin agua ni comida.
La Asociación Militar de Retirados del Ejército y la Armada de la Nación Argentina, hizo llegar a Tschiffely un espléndido facón de orfebrería, contenido en un estuche con la inscripción: “Patria y Unión”, debajo del símbolo nacional y las frases “Record mundial en altura, resistencia y distancia al través del Continente Americano. Realizado por el jinete Félix A. Tschiffely con los caballos criollos 'Mancha' y 'Gato' de Buenos Aires a New York. 1925-1928”.
LA VUELTA
La invitación de la Sociedad Geográfica Nacional (National Geographic) para pronunciar una conferencia en Washington sobre su viaje, fue una circunstancia fortuita que demoró el retorno a Buenos Aires, salvando las vidas de “Gato” y “Mancha” y la de Tschiffely. La demora fue la causa que le impidiera abordar el vapor “Vestris”, de la Lamport and Holt Line, que zarpó de Nueva York el 10 de noviembre de 1928, con 325 entre pasajeros y tripulación a bordo, naufragando hacia el mediodía del día 12 de ese mes, mientras navegaba aguas afuera de Norfolk (Virginia); perdiendo la vida unas 110 personas.
Días más tarde Tschiffely, “Gato” y “Mancha” embarcaron en el “Pan America”, de la Munson Steamship Line, para retornar a Buenos Aires, donde arribaron el 20 de diciembre de 1928.
Los caballos criollos fueron llevados a la estancia "El Cardal”, de los Solanet, en el partido bonaerense de Ayacucho, donde quedaron hasta que murieron.
Fue su cuidador don Juan Dindart quién, nacido en "El Cardal” en 1928, llegara a ser capataz de la estancia.
Tschiffely viajó a Europa, arribando de retorno a Buenos Aires el 27 de abril de 1943, desde el puerto de Glasgow (Escocia), a bordo del “Columbia Star”, de la Blue Star Line. Tenía entonces 43 años.
Tras su retorno, Tschiffely fue a "El Cardal” a ver a sus amigos, compañeros de viaje y aventuras. Ya en el campo, los llamó como lo había hecho en el tiempo del raid e inmediatamente “Gato” y “Mancha” llegaron hasta él, al trote, identificados con su persona.
“Gato” murió el 17 de febrero de 1944, a los 34 años y “Mancha” el 25 de diciembre de 1947, a los 39.
Conmemorando la fecha en que se completara el raid de Tschiffely con la entrada a la ciudad de Nueva York, el Honorable Senado de la Nación Argentina y la Cámara de Diputados, designaron el día 20 septiembre de cada año como el “Día Nacional del Caballo”, ley 25125, publicada en el Boletín Oficial de 9 de septiembre de 1999, nro. 29226, página 1.
TSCHIFELY EN LAS LETRAS
Tschiffely, que también fuera narrador, había concluido el manuscrito con la crónica de su viaje a través de América estando aún en Argentina.
Supuso que la publicación sería más fácil en Nueva York, pero allí no encontró quien lo editara.
Decidió retornar a Londres y allí, decidido a volver a Buenos Aires, fue a despedirse del embajador de la República Argentina en Londres, Manuel E. Malbrán (a quien había conocido en 1928, como embajador ante los EE.UU.) quién, el 1 de octubre de 1931 había presentado credenciales al rey Jorge V en su calidad de embajador extraordinario y plenipotenciario; permaneciendo siete años en Londres, donde viviera en el nº 19 de Princes’s Gardens,
Tras su entrevista con Malbrán, Tschiffely se encontró, al retirarse, con un empleado que sabía de la historia negativa de la publicación, quien le dijo que tenía que conocer a una persona de su relación. Esta persona era Cunninghame Graham. En principio, el pensamiento de Tshiffely fue "Para qué lo voy a molestar". Pero esa misma tarde recibió un telegrama de Cunninghame Graham para invitarlo a almorzar. Cuando Tschiffely le contó la historia de su libro, Cunninghame Graham le pidió que se lo hiciera llegar. Se lo envió y a la mañana siguiente recibió un llamado: "Este libro tiene que salir. Yo mismo me encargaré de ponerlo en contacto con el editor", le dijo Cunninghame Graham.
Así fue que “Tschiffely's Ride: Being the account of ten thousand miles in the saddle from Southern Cross to Pole Star”, de Aime Tschiffely, con prólogo de Robert Cunninghame Graham, fue publicado en su primera edición por la casa londinense de William Heinemann Ltd., en 1933; siendo posteriormente traducido al alemán, francés, polaco, sueco y finlandés.
Ante el éxito del libro -seis ediciones entre 1933 y 1949- canceló el pasaje a Buenos Aires y resolvió quedarse en Londres.
MATRIMONIO EN LONDRES
Por intermedio de Roberto B. Cunninghame Graham conoció a Violet Theodora Hume, anglo-argentina establecida en Londres.
Contrajeron matrimonio el 21 de diciembre de 1933, celebrándose el acto en el registro civil de Kensington, barrio del distrito de estatus real (Royal Borough) de Kensington and Chelsea (RBKC), en la zona central de Londres. Cunninghame Graham estuvo entre los testigos de la boda.
Violeta Hume (cuyo nombre artístico era Violet Marquesita) había nacido en Argentina, siendo hija de un matrimonio franco-escocés.
Fue cantante y conductora de programas de radio.
Una de sus actuaciones teatrales más relevantes fue la que llevara a cabo en “The Beggar's Opera” (“La ópera del vagabundo"), ópera de baladas en tres actos, escrita en 1728 por John Gay (1685–1732), con arreglos musicales de Johann Christoph Pepusch. Violeta Hume, en el rol de Lucy Lockett, integró el elenco junto a Elsie French, Sylvia Nelis y Frederik Ranalow, entre otros, en la producción de los años ’20/’30 de Nigel Playfair, en el Lyric Theatre de la King Street, en el distrito londinense de Hammersmith and Fulham, de la que se realizaron 1463 representaciones.
(“Margaret Webster: A Life in the Theater”- Milly S. Barranger- The University of Michigan press, 2004; ISBN 0-472.11390-9. Pag. 34)
De ésta producción quedaron registros sonoros grabados en discos dobles de 12 pulgadas, 78 rpm. para His Master’s Voice (HMV) (placas D-525 y D-526) que incluyen la voz de Violeta Marquesita.
(“His Master’s Voice-Complete Catalogue Records” up to and including May 1921- British Institute of Recorded Sounds, Pag. 180)
Musicalmente talentosa, destacaba también como locutora de impecable dicción en inglés o en castellano, idiomas que dominaba plenamente; con amplios conocimientos generales, se inicio en la radio en los comienzos de la misma, en Gran Bretaña, cuando la BBC transmitía desde Savoy Hill, un gran edificio en las calles Strand y Savoy, de Covent Garden (Westminster), próximo al Waterloo Bridge, en la orilla norte del río Thames. Después de la mudanza de la BBC, en marzo de 1932, al edificio que sería su centro de emisiones, la Broadcasting House, una joya del Art Decó, en Portland Pl, Marylebone (Westminster), Violeta Hume también participó en su programación. Ante los micrófonos, desarrolló el papel de Mrs. Smith, en el programa “The Smith Family”, un recorrido turístico-musical por Sud América.
(“Radio Times”, Londres, 20 de agosto de 1943)
TSCHIFFELY DESCANSA JUNTO A "GATO" Y "MANCHA"
Aimé Félix Tschiffely falleció en 1954, a los 59 años de edad, en Londres, en absoluta austeridad económica.
Su viuda escribió: “Sus ahorros alcanzaron para pagar su sepelio”.
Los restos fueron trasladados a Buenos Aires, donde se realizara un gran funeral con desfile criollo, en 1955.
La urna con los restos de Tschiffely fue trasladada a la estancia “El Cardal”, en Ayacucho, donde fuera depositada el 21 de febrero de 1998 frente al monumento que le dedicara don Emilio Solanet, junto a sus compañeros de viaje –“Gato” y “Mancha”-, a través del continente americano.
Una procesión de caballos partió de la tranquera de la estancia “El Cardal”, para entonces propiedad de Oscar Solanet, portando las banderas de las naciones que Tschiffely atravesara con “Gato” y “Mancha”. Las cuerdas de una guitarra dieron la bienvenida al hidalgo criollo de origen suizo.
Don Juan Dindart, el paisano que cuidara a los caballos, fue también el encargado de resguardar las cenizas de Tschiffely. Dindart revivió los recuerdos de las ruedas de mate y los tragos en el boliche del pueblo, compartidos con quien llevara tan alto y tan lejos el prestigio de la raza criolla:
"Nací en esta estancia y trabajé aquí hasta que don Emilio murió. Yo, que fui testigo del afecto que unía a Tschiffely con sus pingos, no puedo contener la emoción en este reencuentro", dijo Dindart, con la voz quebrada.
Casi quinientas personas, entre gauchos de Vidal, Napaleofú, Balcarce, Tandil y Luján; miembros de la familia Solanet; familiares de Violeta Hume (esposa de Tschiffely); vecinos de Ayacucho y también porteños participaron de la celebración de la misa. Tras terminar la ceremonia religiosa, con la bendición de Dios, los restos de Aimé Tschiffely fueron colocados frente al monumento mencionado.
OBRA LITERARIA DE TSCHIFFELY:
Publicó varios libros, entre ellos:
“Tschiffely's Ride: Being the account of ten thousand miles in the saddle from Southern Cross to Pole Star”-by Aimé Tschiffely” (relato del viaje con prefacio de Robert Cunninghame Graham). Published by William Heinemann Ltd, London, 1933
“Bridle Paths” (sobre cabalgatas a través de Inglaterra, dedicado a don Robert Cunninghame Graham), publicado por William Heinemann Ltd., 1936.
"Don Roberto: being the account of the life and works of Robert B. Cunninghame Graham, 1852–1936" (Aime F. Tschiffely, Published by William Heinemann Ltd, London, 1937)
“This way southward: a journey through Patagonia and Tierra del Fuego" (“Por este camino hacia el sur. Un viaje a través de la Patagonia y Tierra del Fuego"). Un viaje en Ford T por la Patagonia. Hodder & Stoughton, 1946.
También "'Mancha' y 'Gato', los dos caballos criollos en su viaje por las tres Américas", Buenos Aires, Emecé, 1944.
ROBERT B. CUNNINGHAME GRAHAM
Robert Bontine Cunninghame Graham (Londres, 24 de mayo de 1852 –Buenos Aires, 20 de marzo de 1936), fue un escocés escritor, periodista y aventurero.
Fue el hijo mayor del comandante William Bontine y de la honorable Anne-Elizabeth, hija menor del almirante Charles Elphinstone-Fleeming of Cumbernauld y de una dama de la nobleza española, Doña Catalina Paulina Alejandro de Jiménez.
Fue el primer diputado socialista en el Parlamento del Reino Unido y uno de los fundadores y primer Presidente del Partido Socialista Escocés; confundador del Partido Nacional de Escocia (NPS), en 1928 y primer Presidente del Partido Nacionalista Escocés (SNP), en 1934. Su primer idioma fue el español, la lengua materna de su madre.
Educado en Harrow, famoso internado en Inglaterra, completó sus estudios en Bruselas (Bégica) y a los 17 años realizó su primer viaje a la Argentina, para trabajar en una estancia ganadera. Destacó como gran jinete, conoció y admiró al gaucho e incluso llegó a participar en una revolución.
En tierras del Plata recibió el apodo que le acompañaría toda la vida: Don Roberto.
Su vida de aventuras lo llevó por el mundo: Marruecos; España, tras los rastros de antiguas minas de oro; el lejano Oeste estadounidense donde, en Texas, conoció a William Cody, el legendario Buffalo Bill. Enseñó esgrima en México
Tras la muerte de su padre en 1883, Robert tomó el apellido Cunninghame Graham (en lugar del de Bontine) y retornó al Reino Unido, interesándose en la política.
Cunninghame Graham publicó un gran número de libros y artículos. Los temas incluían historia, biografía, poesía, ensayos, política, viaje y diecisiete recopilaciones de cuentos.
Se mantuvo activo y vivaz. A sus 80 años montaba a caballo a diario. Siguió escribiendo, ocupó el cargo de Presidente de la Sección Escocesa del PEN Club y participó activamente en la política británica. Volvió a la Argentina, visitando el lugar de nacimiento de su amigo Guillermo Enrique Hudson. El 20 de marzo de 1936 falleció por neumonía en el Plaza Hotel de Buenos Aires.
Fue velado en la capilla ardiente montada en la Casa del Teatro, recibiendo un homenaje que encabezara el Presidente de la República Argentina, Agustín P. Justo. Detrás de la carroza fúnebre donde se transportaron sus restos hasta el puerto de Buenos Aires, marcharon dos caballos criollos como homenaje al gran jinete y amigo: eran “Gato” y “Mancha”.
MONUMENTOS
BRIEF ENGLISH TEXT
"Gato" and "Mancha" were Argentine Criollo horses that marched from Buenos Aires (Argentina) to New York (USA), guided by Swiss Aimé Felix Tschiffely.
With Tschiffely the horses conquered two world records: 21.500 Kms. In distance and 5.900 meters in height above sea level.
They left Buenos Aires on April 23, 1925 and concluded his extraordinary feat on September 20 1928, arriving to the Fifth Avenue at New York City.
These two criollos horses were part of the herds from the tehuelches indians near Colonia Sarmiento, Chubut, acquired by Dr. Emilio Solanet with his partner Adán García (Colonia Sarmiento’s neighbor) to form the basis of Argentine Criollo horse breeding. A monument located at Avenue Regimiento de Infantería 25 (pathway from nacional route 26 to Sarmiento´s town) corner to Pietrobelli St. (opposite the Tourist Information Office) recalls both criollos horses.
Beginning the raid “Gato” and “Mancha” were 15 and 16 years old respectively.
His character was unfriendly. They had grown up in Patagonia, where they had been accustomed to the most hostile conditions.
Its owner, Emilio Solanet, had been bought both criollos horses to the Tehuelche chief Sacamata (Juan Shacqmatr) at then nacional territory of Chubut, after an exhaustive selection
3 years, 4 months and 26 days after his departure from Buenos Aires, Tschiffely arrived at New York on September 20, 1928.
VIDEO:
Imágenes del memorable raid ecuestre cumplido por Aime F. Tshiffely con sus dos caballos criollos, “Gato” y “Mancha”, atravesando el continente americano desde Buenos Aires a Nueva York, entre los años 1925 y 1928; fragmento de "El Viaje imposible" (Historia de los caballos 'Gato' y 'Mancha'); patrimonio del Archivo General de la Nación Argentina (AGN), documento fílmico: Tambor 1168.C16.1.A.
(Activar el video cliqueando sobre la fotografía)
MÚSICA
El caballo fue parte de la vida del gaucho y sigue siendo el compañero inseparable del hombre de campo.
Fue y es motivo de orgullo para su dueño: su “pingo”, su “flete” su compañero de trabajos y andanzas y también de juegos, carreras y jineteadas que, hasta hoy se conservan como una de las tradiciones más preciadas y no faltan en los pueblos de la llanura pampeana ni en la Meseta Patagónica, donde la Patria está siempre presente.
Cantores y guitarreros le han dedicado sus obras (milongas, cifras, estilos…).
Pueden escucharse accediendo al álbum “El caballo criollo”, cliqueando sobre la siguiente imagen de portada:
O bien, individualmente, haciendo doble click sobre cada título:
Ⓒ Enrique F. Widmann-Miguel (IberInfo / Buenos Aires)